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Saturday Night Trump

El humor y la imitación de los presidentes de Estados Unidos en la televisión
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15 de enero de 2017 a las 05:00
Por Eduardo Espina, especial para El Observador

El próximo viernes Donald Trump se convertirá en el 45º presidente estadounidense. A los 70 años, será el de mayor edad en asumir el cargo. El cine y la televisión de ese país crearon una industria en torno a la figura del primer mandatario, ya que son infinidad las películas y series que lo han tenido como núcleo del argumento. La figura presidencial, ya sea como personaje real o de ficción, genera interés por varios interrogantes que la gente tiene presente cuando ve al mandatario de Estados Unidos cumpliendo sus funciones. ¿Qué se siente ser el hombre más poderoso del mundo? ¿Qué hace en sus ratos libres, cuando no debe resolver varios problemas al mismo tiempo? En verdad, ¿tiene ratos libres, librado de preocupaciones? ¿Cómo es la relación con su familia cuando los problemas lo agobian y tiene poco tiempo para tomar una decisión, la cual no puede ser equivocada? ¿Cómo son sus conversaciones con otros líderes cuando surge un problema mundial que deben resolver entre ambos?

La curiosidad en este aspecto carece de límites, y es por eso que los encares que han hecho el cine y la televisión de la figura presidencial son diversos, incluso superando lo excesivo en cuanto a niveles de credibilidad, esto es, promoviendo lo inverosímil de manera no necesariamente intencional, tal como se ha visto en todas las temporadas de la serie House of Cards, en la que el presidente ha mantenido una relación homosexual con su guardaespaldas, además de tener una compañera de vida que no representa para nada la imagen tradicional de la primera dama.

Suele decirse que la realidad copia al arte. Sin embargo, desde la aparición en la escena política de Trump, la realidad ha demostrado ser más poderosa en cuanto a generar situaciones y comportamientos antes no imaginados por la ficción. Ninguna serie ni película ha tenido hasta ahora a un presidente, ni siquiera candidato presidencial, con las características de Trump, a quien no se lo puede acusar de no ser un personaje sui generis, capaz de reunir en la misma persona a lo más inconcebible de la ficción con lo más temible de la realidad.

De ahí que cuando anunció su candidatura se transformó en personaje ideal para nutrir los libretos de los programas cómicos. Con frecuencia Saturday Night Live (en el aire desde 1975) ha recurrido a las delirantes propuestas y comentarios de Trump –que a partir del viernes serán parte de la realidad diaria– para surtir los libretos de instancias originales y transformar al gag de imitación interpretado por Alec Baldwin en un clásico de la televisión reciente. Baldwin tiene trabajo seguro por los próximos cuatro años.


El presidente también sirve para eso, para adelantar la carrera de algunos finos comediantes, con el talento suficiente como para copiar los gestos característicos y la voz del mandatario de turno. Ningún otro país ha tenido tan buenos imitadores del presidente como Estados Unidos, pues se trata de una tradición larga, iniciada en 1928, cuando el legendario comediante Will Rogers imitó en un programa radial al entonces 30º presidente estadounidense Calvin Coolidge.

La primera imitación no cayó nada bien, por lo que Rogers tuvo que disculparse públicamente mediante una carta que le envió a Coolidge en la que le pedía perdón. Sin embargo, reincidió en el "error". Seis años después imitó a Franklin Delano Roosevelt, y debió hacer lo mismo: disculparse por escrito ante el presidente. Roosevelt, con gran clase, le dijo que no tenía que disculparse porque la imitación le había encantado. Pero debieron pasar más de 30 años, hasta llegar a 1962 y con John Fitzgerald Kennedy en la Casa Blanca, para que los "comediantes presidenciales" pudieran ejercer su arte sin tener que pedir perdón a nadie, aunque Vaughn Meader, el gran imitador de JFK, quedó en la ruina total luego del asesinato del mandatario, pues pasó a ser percibido como una especie de pájaro de mal agüero. El alcohol y las drogas adelantaron su muerte.

En las raíces de la democracia moderna o, mejor dicho, a partir de la década de 1960, los imitadores del presidente estadounidense han establecido un género aparte dentro del humor televisivo, el cual impone sus propias exigencias y códigos de calidad. Para brillar se necesita mucho talento personal, no solo de inspirados guiones basados en comentarios recientes del mandatario. Además, el comediante debe realizar su acto con gracia y respeto, sin caer en lo burdo ni en el insulto, ni tampoco en lo excesivamente obvio, tal como lo hacía el imitador de Fernando de la Rúa en el programa de Tinelli.

Mezcla de ventrílocuo y doble de caricatura, el imitador se mira en un espejo donde el otro sale deformado, pero perfectamente reconocible. Aunque la afirmación parezca un exceso, imitar al otro es una ardua prueba de exigencia artística. La copia debe ser más auténtica que el original; en todo caso, debe ser una copia certificada, pues, además, el comediante que haga mal la imitación de un presidente puede poner en riesgo su prestigio y ver disminuidas sus posibilidades laborales. Aunque también puede ocurrir lo contrario, esto es, que un comediante salte del pelotón de rezagados a los primeros planos simplemente por hacer imitaciones convincentes y divertidas del presidente.

Saturday Night Live ha fomentado el perfeccionamiento de este tipo de humor apto para todo público, y en la larga historia del programa cómico más prestigioso de la historia de la televisión han desfilado genios de la imitación, que con el correr de los años ayudaron a perfeccionar a la que posiblemente sea la más moderna forma de monólogo en tono de comedia.

En un principio, allá por la década de 1970, cuando Chevy Chase imitaba en forma desopilante a Gerald Ford, se trataba principalmente de mímica de algunos actos característicos del presidente, sin prestar demasiada atención a la copia lo más perfecta posible de la voz ni a mínimos detalles de gesticulación del referente, algo muy difícil de conseguir que, sin embargo, los imitadores de pura cepa logran replicar con innata capacidad de artista. Ahí están los ejemplos ilustres de Will Ferrell (George W. Bush), de Darrell Hammond (Bill Clinton) y de Dana Carvey (George H. W. Bush), por si de muestra sirve más de un botón. Rich Little, posiblemente el más grande de todos los imitadores (por el repertorio de imitaciones que podía hacer y por la precisión con que hacía cada una), dijo que los presidentes son quienes escriben los mejores guiones para un comediante. Por lo que hemos visto y oído en el último año y medio, Alec Baldwin tiene en Donald Trump a un excelente libretista, de esos que ya no abundan en los programas de humor.

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