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Segundos afuera

Por qué el debate estadounidense es hoy el show más sofisticado del mundo
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02 de octubre de 2016 a las 05:00
Es un deporte, es un arte, es una lucha. Y esta vez los estilos no pueden ser más contrastados. Cada uno de los dos debería ganar por robo, por diversas razones. Cada uno llegó a donde está después de varias batallas. Los dos son retadores. Donald Trump vs. Hillary Clinton es la pelea del siglo.

A mí no me cabe ninguna duda de que el debate es lo más atractivo de la contienda electoral. La ausencia de debate es una de las razones por las cuales la política uruguaya es tan aburrida, lo cual es una virtud de la democracia vernácula –que es muy seria, comparada con la estadounidense– pero de entretenida no tiene casi nada.

En Estados Unidos, con debates y todo, el asunto también era muy soso, hasta que llegó Barack Obama y dio vuelta el tablero con su mensaje de esperanza y poniéndose él mismo como emblema de la capacidad del país para reinventarse. Y ahora llegó la antítesis perfecta: Donald Trump, la caricatura del villano.

El señor Trump demostró ser un gladiador de primera categoría cuando demolió a sus 16 rivales en las internas del Partido Republicano. Su estilo es tan atractivo como repugnante: es una suerte de terrorista de la política, que arrasa a sus rivales sin tomar prisioneros.

Del otro lado está Clinton, tan preparada para ser presidente, que es ridículo. Esta señora vivió ocho años en la Casa Blanca, sirvió otros ocho como senadora y fue canciller durante otros cuatro. Su conocimiento de la política exterior y doméstica es abrumador.

Los dos son bastante irritantes. Donald, con su ignorancia prepotente; Hillary, son su batería de propuestas concretas que deja salir como de un irrigador de césped. El lunes se enfrentaron, por fin, y si bien ninguno quedó tendido en la lona, parece bastante claro que Clinton ganó por puntos.

De todas maneras el asunto sigue siendo muy complicado, porque el resultado que importa no es el de la pelea de boxeo sino el de la carrera de caballos, que avanza según la voluntad popular.

Es ahí es donde entra una característica de Trump que lo hace temible: el millonario apela no a la razón sino al inconsciente del votante. Queda claro que es racista, pero lo que está por verse es si eso lo perjudica o lo favorece. Hay muchos racistas que no se sienten como tales pero se identifican en lo más profundo de su psique con el racismo del candidato republicano.

Clinton lo dejó en evidencia en ese aspecto y en varios otros, pero ya estaba claro que esta señora es mejor política que este señor. Lo que faltaba ver es cómo se comportaban frente a frente, quién castigaba más a quién, quién sentía más los golpes del contrario. Los debates no sirven para convencer a nadie sobre políticas concretas sino para ver en acción el carácter de uno frente al del otro.

En ese sentido, a Trump le faltó punch. Interrumpió varias veces a su rival e hizo gestos de todo tipo mientras ella hablaba pero le faltó fuerza a sus eslóganes. El mismo político que llegó a sugerir, en uno de sus actos, que los defensores de las armas tal vez deberían hacer algo contra Hillary Clinton, ahora se vio ofuscado y se quejó de que la propaganda política de su rival no era "agradable".

Yo disfruté el debate pero creo que lo mejor está por venir. No creo que The Donald deje pasar la próxima oportunidad, el 9 de octubre. Ojalá las encuestas le den ventaja a Clinton, de manera que Trump no tenga más opción que salir al ataque.

Al final del debate del lunes, el candidato republicano dijo que se le había ocurrido decir cosas muy desagradables sobre Clinton y su familia pero que pensó que eran "inapropiadas".

Es una amenaza, claro. Pocos se atreven siquiera a imaginar qué comentario puede llegar a ser "inapropiado" para este personaje pero, en realidad, ya se sabe y tiene que ver con una ex interna de la Casa Blanca llamada Monica Lewinsky.

Lo que está claro es que este debate le dio ventaja a la primera mujer en la historia con serias pretensiones de convertirse en presidente de Estados Unidos. Todos sabemos, a esta altura, que su adversario va a dar batalla hasta el último instante.

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