Gabriel Pereyra

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Si después de sufrir tanta violencia el nene sale barrabrava, respirá

Los resistidos vínculos entre la pobreza y la delincuencia
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08 de diciembre de 2016 a las 05:10
La izquierda cometió un pecado original al proclamar en su momento la peregrina idea de que iba a combatir la delincuencia por la vía de reducir la pobreza. Esa enunciación dio a entender que se descartaba o quedaba en un segundo plano la represión a los delincuentes ya existentes; y sugirió que la delincuencia era un mal devenido solo de la existencia de gente pobre.

La izquierda, quemada hace tiempo con la realidad y de boca del propio ministro del Interior, ya hizo un mea culpa. Bonomi dijo que a los delincuentes no se los justifica sino que se los reprime, y que la evidencia empírica ha demostrado que la pobreza ha descendido y los delitos aumentaron.

Pero entre aquel ingenuo enunciado y esta admisión de la realidad hay hechos que siguen rompiendo los ojos, fenómenos sociales largamente estudiados y una realidad patentizada en datos estadísticos que no se pueden obviar en la relación entre pobreza y delincuencia.

Lo que está resultando preocupante es que por aquel pecado de ingenuidad y por los costos políticos devenidos de la creciente delincuencia, la izquierda se haya apartado del camino de mirar la realidad desde una perspectiva más social y haya bajado los brazos inclinándose por estrategias meramente represivas que se han revelado ineficientes.

Los caminos que conducen a una persona a delinquir no solo están empedrados de pobreza.
Las causas del delito y de la violencia son un entramado complejo que no alcanza con análisis sociológicos ni económicos o policíacos y hay que apelar también a la psiquiatría, la medicina y la biología.

Pero aún así, sin entrar en esas profundidades que requieren un análisis completo del estado de violencia de una sociedad, y apelando solo a los datos directos referidos a delincuencia y pobreza, se puede llegar a conclusiones que siguen resultando evidentes a pesar del mea culpa oficial. Es obvio que cualquiera que fundamente algún aspecto de la delincuencia vinculándolo a la pobreza tendrá que sortear las críticas de quienes creen que el hombre nace malo por designio divino, de quienes ven en esto una excusa para ocultar las falencias, de quienes siguen intentando ubicar la palabra pobreza cerca de la palabra dignidad, quizás porque ni idea tienen de qué tan indigno es ser pobre.

Es cierto que la pobreza ha caído, pero se pasó de 40% de niños en esa situación a 20%. Uno de cada cinco sigue naciendo en la pobreza.
Y muchos de quienes hace 10 años estaban en aquel 40% aún siguen siendo menores de edad. En las zonas más pobres del país nacen tres veces más niños que en las más pudientes.

Uno de cada 10 niños uruguayos vive en casas que se inundan y con piso de tierra; 2 de cada 10 en casas que se llueven y uno de cada cuatro no sabe lo que es tener un calefón para darse un baño de agua caliente. Cuatro de cada 100 nenes pasan hambre, sí, hambre. Y luego están los mal alimentados: 3 de cada 10 menores de 4 años sufre anemia. Por eso, entre otras cosas, dos de cada 10 tienen retraso en el crecimiento y uno de cada 4, agarrate, rezago en su desarrollo.

Todo ese impacto negativo que sufren en la primera infancia, antes de los seis años, tiene consecuencias impredecibles. Una de ellas son los problemas de inserción social y en algunos casos de conductas violentas.

Y atraviesan toda esta situación rodeados de pobreza, viviendo en zonas donde se han dado con más fuerza y casi de manera excluyente los fenómenos delictivos más impactantes y novedosos que sufre el país.

Fenómenos delictivos como la feudalización y territorialización de la delincuencia se dieron en esas zonas deprimidas. La pasta base hizo estragos en clases bajas y los nuevos narcolúmpenes compran fidelidades y captan mano de obra barata en los barrios periféricos, donde las jefas de hogares monoparentales no siempre están en casa para evitar que el nene cultive las malas juntas.

Convertirse en un barrabrava es, casi, lo de menos. Si el nene ya crecidito se sube al tablón para descargar a grito pelado tanta frustración acumulada, si es solo eso, respirá tranquilo. Pero la barra se ha puesto muy brava últimamente.
¿Sabemos todo esto o no lo sabemos? Porque si lo sabemos no entiendo cómo puede haber quienes busquen cualquier justificación para desvincular a la pobreza de la delincuencia.

Quienes por carencias intelectuales para observar el fenómeno en conjunto o quienes están cansados de sufrir la delincuencia en carne propia, no tienen restos para hacerle lugar en su análisis a la decadencia material y social como motores de la violencia que nos agobia.

Pero podrían hacer el esfuerzo de preguntarse por qué razón si la pobreza no es razón para hacerse delincuente, de los 10 mil presos que desbordan las cárceles la abrumadora mayoría son pobres. Y no sólo eso, sus padres fueron pobres y sus abuelos también, y lo son sus hijos e hijas y también las madres de sus hijos. ¿Por qué?

Podría haber, no sé, 60% de presos pobres y 40% de gente que era de clase media o alta y decidió ser delincuente. Pero no. Ese argumento excluyente de que ser delincuente es una opción personal y que pretende desvincular a la pobreza de la delincuencia no hace más que abonar la conclusión contraria a la que busca: parece que solo los pobres eligen ser delincuentes.

¿No será mejor recorrer un camino de razonamiento que nos lleve a la conclusión de que si bien el ser humano no pierde la capacidad de elección esta se acota mucho en función de la realidad familiar, social y sanitaria de quien elige?

¿No será que la pobreza tiene muy poco de dignidad en su horizonte y que si bien la mayoría de los pobres no son delincuentes la mayoría de los delincuentes son pobres porque la pobreza juega un papel evidente en esa decisión?

¿No será que negar la relación que la pobreza tiene con la violencia y el delito es despreciar a la pobreza como fenómeno social y a los pobres como una población de alto riesgo?

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