Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú

Si seguimos poniendo para el agro, más vale que vuelva Viglietti: ¡A desalambrar!

Grandes negocios o negocios dudosos, cada uno es responsable de cómo y dónde invierte
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01 de marzo de 2016 a las 00:00

Usted tiene un dinero y quiere que le genere dividendos. Para eso lo pone en un banco. El gobierno le dice que confíe en los bancos, pero también le dice que confíe en su gestión gubernativa en otros aspectos, y usted no siempre confía, ¿no? Usted sabe que el promedio de lo que pagan los bancos es de 3% pero pasa por la puerta de una institución financiera en la que pagan 10%. Puede hacer dos cosas: 1) pensar: “oh, acá hay algo raro”, o 2) arriesgarse por avaricia, necesidad u oportunidad y meter su dinero en el banco de las maravillas.

Resulta que no había magia y el banco quebró (cualquier similitud con hechos pasados es pura coincidencia). Entonces, por aquello de que las instituciones financieras son básicas para que el sistema funcione, va y junto a otros le reclama al gobierno que le devuelva los ahorros. Es posible que usted haya sido engañado, pero tengo altas sospechas de que no fue en su buena fe, sino más bien como consecuencia de su ambición, porque apostó demasiado fuerte, más allá de las reglas no escritas del mercado. Si ganaba se llenaba el bolsillo en buena ley; pero como en el riesgo perdió, quiere que todos paguemos. Hay algo que no suena muy justo, sobre todo porque cuando digo “todos” me refiero entre otros a gente que nunca ha entrado ni entrará a un banco.

Algo similar ha ocurrido en el pasado con las deudas del agro. Claro que es un negocio que tiene riesgos, pero otros también los tienen. Es cierto que en ocasiones detrás de ese negocio hay una tradición familiar que se puede perder, pero eso le ha pasado a otros sectores y sino pregúntenle al de la vestimenta, por mencionar solo uno.

Aunque el gobierno alentó y facilitó la venta de lácteos a Venezuela, el negocio tuvo sus bemoles. El gobierno dice que le pidió a las empresas que antes de vender aguardaran a que Venezuela depositara los US$ 300 millones en el fideicomiso del Banco Bandes, con lo cual se aseguraban el cobro. Eso los productores lo niegan y aseguran que la advertencia llegó después que ya habían enviado productos y que en ese momento cortaron las ventas. Pero había una situación tentadora, similar a la de aquel que pasó por la puerta del banco de las maravillas: la tonelada de leche en polvo se paga en el mercado a US$ 1.800, pero Venezuela ofrecía US$ 3.300. Tentador.

Tanto que Conaprole, la cooperativa que más enfáticamente pidió luego ayuda al gobierno, fue la primera en apurarse a enviar una partida sin que la plata estuviera en el fideicomiso. Pudo pensar: 1), “oh, acá hay algo raro” o 2) arriesgarse por avaricia, necesidad, oportunidad y venderle a Venezuela creyendo que le pagaría esos precios de ficción.

Hay quienes ahora critican a ANCAP por haber depositado el dinero que le debía a Venezuela -con el que presuntamente se cobrarían las lecheras- no en el Bandes sino en un banco chino, ¿Qué pretendían, que nos convirtiéramos en Venezuela? Las deudas se pagan donde el acreedor quiere y eso no tiene que ver con el negocio de la leche.

Algunos empresarios dicen que el gobierno los alentó a entrar en el negocio y sobre eso hay dos consideraciones: 1) el gobierno no es el Estado, son unos señores que transitoriamente administran el poder y el dinero de todos, pero que en unos años se van. 2) Cuando, gracias al gobierno, empresas logran vínculos en el exterior y les va bien, los ciudadanos no ganan nada ni los empresarios atribuyen al gobierno el logro sino a los méritos propios, como debe ser.

Si queda alguna consideración sobre este asunto de la venta a Venezuela, los empresarios -que como parte de su trabajo miden los riesgos de sus inversiones- debieron tener en cuenta que no era Chile, ni Suiza; ¡era Venezuela! Esa misma Venezuela que empresarios y otros sectores califican de autoritaria, desprolija, caótica, donde miles de casas vendidas por una empresa uruguaya se pudrieron en los puertos caribeños mientras que un señor obeso (¿se acuerda de Antonini Wilson?) pasaba por aquí con una valija repleta de dinero vaya a saber con qué destino. Venezuela.

El poder del campo

El agro está sometido a las inclemencias de los mercados (como cualquier industria), del clima (como, en parte, el turismo) y nos da de comer (como algunas industrias); el que se mete en ese negocio sabe de qué se trata.

Hasta hace poco los precios internacionales de los productos agrícolas volaban. ¿Repartieron esa ganancia? Obvio que no, no correspondía. Ahora a algunos les va mal, o no tan bien.

No son los únicos. Cerca de un 80% de los desempleados pertenece al sector comercio y la industria perdió 30 mil puestos de trabajo en tres años.

En un país agroindustrial los “perdonazos” eran admitidos como algo normal, al menos así fue hasta hace unos 10 años, antes de que la izquierda llegara al poder.

Desde el reglamento de tierras de 1815 hasta la medida de alambrar el campo de fines del siglo XIX -que dio impulso al concepto de propiedad privada-, el campo tiene algunas señas particulares para la nación.

La izquierda siempre tuvo entre ceja y ceja el asunto, aunque ya eliminó de sus programas de gobierno la idea de una reforma agraria y en sus actos públicos ya no se entona el “A desalambrar” de Daniel Viglietti.

Algunas mediciones indican que hasta 2012 más de la mitad de la tierra estaba en poder de propietarios nacionales y la otra mitad pertenecía a personas físicas y jurídicas cuyo origen se desconoce (pasaron del 1% al 40% en pocos años).

Luego se votó una ley que prohibió poseer tierras a Sociedades Anónimas.

En una década el precio de la tierra se multiplicó por nueve y muchos uruguayos poseedores de campo prefirieron arrendar sus tierras y dejar la producción en manos de terceros. Durante una década las materias primas volaron y muchos la juntaron con pala mecánica.

Los extranjeros fueron fundamentales en la tecnificación del campo uruguayo y quizás uno de los ejemplos más claros sea la acción de los sojeros argentinos en el litoral.

Tan fuerte fue esta acción de los extranjeros que a pesar de las diatribas de Mujica contra los foráneos, su esposa, la senadora Lucía Topolansky, admitió en declaraciones al diario Cambio de Salto: “No tendríamos la agricultura que hoy tenemos si no hubieran venido los argentinos”.

En 2010 la Red de Economistas de Izquierda dijo que en esos años “los terratenientes”, o sea propietarios de más de 200 hectáreas según su definición, se enriquecieron por aumento de sus campos en US$ 30 mil millones.

No veo realmente el problema de que, si invierten, ganen. La tierra, por lo pronto, no se la pueden llevar (como sí se la llevaría Aratirí si excava y nos deja tamaño agujero). El único problema que veo es que si invierten y pierden, me vengan otra vez a pedir plata a mí, que la única tierra que tengo está en dos macetas en mi balcón.

Agro y turismo: algunos datos

Las actividades de agricultura, ganadería, caza y silvicultura en el tercer trimestre de 2015 representaron 6,4% del Producto Interno Bruto (PIB) en términos corrientes; así es el quinto sector más relevante de los siete que considera el Banco Central del Uruguay (BCU).

En términos de empleo este sector se ubicó en tercer lugar y absorbió el 9,1% de las personas ocupadas al cierre de 2015 detrás el comercio y la industria, que concentraron el 18,4% y 11% de los trabajadores, respectivamente.

A su vez, aunque uno de los principales productos del sector agropecuario, la carne bovina, tuvo una baja anual de 2,3%, fue el producto más vendido al exterior en 2015. Así, el 16% de lo exportado, aproximadamente US$ 1.432 millones, fue carne vacuna y registró un récord anual en toneladas colocadas fuera del país.

Como contraparte, las exportaciones de servicios tuvieron la primera suba en 2015 en al menos cuatro años, de acuerdo con los datos de Ministerio de Turismo (Mintur) con un incremento de 2,9% totalizando los US$ 1.765,7 millones en turismo receptivo. Este sector representa el 7,7% de la actividad económica del país y 8% de la mano de obra activa y genera 100.000 puestos de trabajo, lo que equivale al 6% del total de la población empleada en Uruguay.

A nivel estadístico, no hay información que cuantifique el efecto “derrame” del agro sobre otros sectores de la economía. Por eso no se puede afirmar que el agro representa solamente el 6% del PIB, porque debería incluirse a industrias que dependen de esa actividad como los frigoríficos o las industrias lácteas. Lo mismo pasa con los indicadores de empleo. Solo se puede decir que por concepto de productos primarios y manufacturas de origen agropecuario ingresaron al país el año pasado US$ 6.159 millones, mientras que por concepto de gasto en turismo, entraron US$ 1.766 millones.

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