El atentado del viernes en una playa de Túnez dejó 37 personas muertas

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Siembra vientos y recogerás tempestades

Occidente sigue sin entender qué tipo de desafío enfrenta con el yihadismo
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01 de julio de 2015 a las 05:00
La virulencia de los atentados islamistas del pasado viernes 26 de junio volvió a sorprender a la comunidad internacional que inmediatamente se puso en guardia, elevando los niveles de alarma en Francia y otros países europeos que se sienten blanco de la ira de los fanáticos del Islam. Muchos, azorados por las imágenes de la masacre en una playa de Túnez, se preguntan si el ataque a la mezquita chiita en Kuwait está de alguna forma conectado con la decapitación de un empresario en Francia.

Sorprende cómo Occidente sigue sin entender a qué tipo de desafío se enfrenta cuando proclama querer combatir el yihadismo. Por si ya no fuera difícil comprender qué significan vocablos como salafista o wahabismo, ahora se debe añadir al glosario el término yihadista. El nivel de incomprensión de este fenómeno de radicalización del discurso islamista es solo la punta de la madeja. La comunidad internacional asiste pasivamente a los acontecimientos que se suceden en Medio Oriente y el Magreb sin atinar en la respuesta a la amenaza que representa el nuevo grupo estrella del terrorismo internacional en que se ha convertido el Estado Islámico (EI).

Cuando se cumple un año de su autoproclamado califato islámico, Daesh (así se lo conoce por su acrónimo en árabe) logra conectar con los lobos solitarios en Europa que deciden pasar a la acción después de un proceso de autoradicalización pasiva, gracias a la ventana que propicia hoy internet (blogs, foros y webs en los que se difunden consignas pseudo-islamistas). Así pues, el problema de la barbarie del EI no es solo de "ellos", es decir de los países musulmanes en los que recluta y opera; desde iugures de la región de Xinjiang, kazajos y chechenos del Asia Central o tunecinos y otros magrebíes, sino que es parte de la problemática a la que se enfrentan hoy sociedades desarrolladas en las que habitan comunidades musulmanas, algunas con larga trayectoria y raigambre en el país como Francia con casi 10 millones de ciudadanos musulmanes.

Para combatir el fenómeno yihadista, es decir la radicalización de fieles del islam que sintiéndose elegidos para una misión especial desean emprender una aventura vengadora en contra de los infieles, sean estos turistas extranjeros, empresas estadounidenses, judíos, cristianos o incluso otros musulmanes a los que se les excomulga y condena a muerte, urge cambiar la estrategia y cuanto antes mejor.

Un año de bombardeos y enfrentamientos cuerpo a cuerpo –los kurdos– en el frente de batalla en Siria e Irak no han conseguido mermar las veleidades expansionistas de un grupo que está ganando la batalla de los medios. Apelan a campañas publicitarias on line con un doble objetivo, por un lado cautivar a nuevos adeptos que quieran sumarse a su causa: establecer un califato sunita desde el que ir conquistando territorio para la umma o comunidad virtual de fieles del islam, un concepto que ha perdurado en el imaginario colectivo musulmán desde sus inicios en el VII siglo de la era cristiana, y por el otro aterrorizar al mundo desarrollado que percibe en Daesh un peligro si acaso mayor aún que el de la archiconocida Al Qaeda.

En medio quedan un puñado de grupos radicales del Islam que buscan sumarse a la euforia colectiva tras el éxito arrollador del EI, al que ahora juran lealtad en lugares recónditos de la geografía musulmana, allí donde se superponen conflictos étnicos, tribales o geopolíticos, desde Nigeria o Somalia en África hasta Filipinas, pasando por la península del Sinaí en Egipto.

Los atentados del viernes si acaso volvieron a demostrar que la banalidad del mal sigue estando ahí y que no se necesita armamento ni medios sofisticados para sembrar muerte y terror. Apenas un cuchillo afilado y un kalashnikov, un fusil común y corriente, son suficientes para azuzar el miedo a nuevos atentados.

¿Cómo enfrentar este fenómeno de radicalización sin transformar primero las causas en las que hunde sus raíces el extremismo de base islamista?

Veamos qué se puede hacer para mitigar el impacto del discurso islamista más radical, aquel que niega el derecho de existir a la gente del libro, judíos y cristianos, contraviniendo así las propias escrituras y enseñanzas sagradas del islam.

Para empezar urge que los gobiernos de países occidentales que persiguen intereses geoestratégicos en Medio Oriente y África (por mencionar dos focos de conflictos político-religiosos hoy) se replanteen cómo conseguir sus objetivos, otorgando al mismo tiempo mayores beneficios tangibles para la población de dichas regiones. Hay que denunciar la tibieza con la que Occidente responde a regímenes patrocinadores del discurso extremista con marcado sesgo wahabí, es decir perteneciente a la corriente filosófica que impera en Arabia Saudita y producto de su influencia, en toda la Península arábiga. Mientras Occidente mira espantado cómo el EI se regodea en las redes sociales de sus decapitaciones, filmadas con todo lujo de detalle, calla y otorga ante la Casa Saud que continúa ejecutando en plazas públicas castigos tales como decapitaciones y lapidaciones de ladrones, adúlteras y otros infractores de la sharia o código islámico.

Abandonar políticas erráticas como las implementadas en Libia, donde la intervención interesada de OTAN permitió desembarazarse de un líder controvertido sí, pero resiliente como Gadafi, solo para dar paso a un caos generalizado en el que hoy se cometen atropellos mayores a los que ocurrían en época del dictador. ¿A quién le sirve que Libia se convierta en el nuevo estado fallido del Magreb? A la postre, el país desde el que actualmente parten los flujos migratorios de subsaharianos y otros refugiados que intentan alcanzar las costas europeas.

Y aunque la crítica anterior se centra en las acciones y la respuesta de la comunidad internacional, más concretamente de las potencias desarrolladas que son las que finalmente tienen mayor injerencia en aquella región, no podemos soslayar la responsabilidad que cabe a los países musulmanes, los cuales deben reflexionar sobre algunos retos inmediatos.

La educación precaria que persiste en aquellos países, donde prevalece un modelo educativo anclado en la lectura rigorista del Corán, condiciones de vida insalubres para la mayoría de ciudadanos, o la inadecuada adaptación a la modernidad que estas sociedades musulmanas exhiben, ancladas como están en modelos patriarcales, machistas, con Estados paternalistas y gobiernos que sólo favorecen a las élites, tampoco ayuda.

Hace falta más diálogo y responsabilidad política de parte de los países occidentales con los líderes musulmanes que guían espiritualmente a millones de fieles residentes en Occidente. A su vez, estos últimos deben comprometerse seriamente en educar en un islam que resulte viable en el siglo XXI y que permita que sus fieles convivan armónicamente con otros que no defiendan sus ideales, o que incluso se declaren ateos.

Es necesario que Occidente entienda que algo debe cambiar en el paradigma de las relaciones con el Oriente musulmán. Por ejemplo, depurar responsabilidades con aquellos países que a golpe de donativos, ayudas varias y financiación buscan derrocar a regímenes que se les antojan rivales como el de Siria por tratarse de un gobierno chiita – sostenido por el régimen iraní–, o que festejan para sus adentros que Túnez descarrile y vuelva a caer en la espiral de pobreza y violencia que nutre luego al yihadismo. ¿Y ello por qué? Porque de esa forma el experimento tímido de la primavera tunecina se da por muerto y con ello el anhelo de miles de musulmanes que podrían querer secundar el ejemplo de Túnez en Arabia Saudita, Qatar o Emiratos Árabes Unidos. Además, durante décadas el reino de Arabia Saudita fue el refugio predilecto de prominentes islamistas que se convirtieron luego en exponentes del islam radical, desde miembros de la Hermandad Musulmana hasta figuras clave de Al Qaeda.

Pero cuidado, el integrismo islámico ha dado sobradas muestras de no excluir a estos países de su lista de objetivos. En realidad, las cifras y estadísticas demuestran que las primeras víctimas del terrorismo islamista son los propios musulmanes, especialmente aquellos que sólo aspiran a vivir su fe de forma tranquila sin reivindicaciones políticas. Con lo cual las monarquías petroleras debieran recordar el sabio refranero español, quien siembra vientos, recogerá tempestades.

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