Seisgrados > Leandro García Morales

Simple destreza

Dice cosas como hace puntos, sin que te des cuenta. Sus respuestas son como su juego en la cancha. Así de simple como cuando se acerca a la línea de triple y sin dudar demasiado tira y emboca.
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06 de enero de 2015 a las 19:02

Los días previos a la entrevista leí varias notas sobre él, conversé con algunos amigos que lo conocían de chico, recopilé historias y anécdotas. Sabía que era un hombre de pocas palabras y quería estar bien preparada, por las dudas de que ese día no tuviera muchas ganas de conversar. Llegué a su departamento y me abrió la puerta. “Cómo andás, che. ¿Todo bien?”, me dijo más simpático de lo que pensé que sería (y me pregunté: ¿presagio de una buena charla?). Señaló una mesa de vidrio y mientas nos sentábamos me explicó por qué fue tan difícil concretar las fotos de esta entrevista. “Ahora que estoy lesionado –en julio de este año se rompió los ligamentos cruzados jugando en Puerto Rico– estoy a full porque estoy trabajando con distintos médicos, entrenadores, profesores y todos tienen sus tiempos. Además mi hija (Josefina de 6 años) está terminando las clases y tiene menos actividades. Cuando estoy acá aprovecho para hacer cosas juntos”.

Es un hombre sereno y poco expresivo. “Soy bastante callado, tranquilo, no soy de andar mostrando emociones ni mucho menos. Me sale ser así, me parece que andar forzando ser otra cosa es peor. No soy de festejar ni de hacer mucho para la tribuna. Hay gente que en la vida es más expresiva, grita, habla, pero yo soy más reservado. Lo que pasa es que ahora hay mucha gente mirándome y opinando de todo: si me doblé la media, cómo me limpié el sudor o si hablé. Son muchas cosas y yo más o menos hago lo que me parece. Podría ser mucho más agradable en la cancha pero no me sale. Hay gente que se ríe, conversa con los rivales y con la tribuna, está más pendiente de esas cosas y yo no tanto. Un poco porque tampoco siento que me dé para todo, estoy pensando en jugar”.

“Podría ser mucho más agradable en la cancha pero no me sale. Hay gente que se ríe, conversa con los rivales y con la tribuna, está más pendiente de esas cosas y yo no tanto. Un poco porque tampoco siento que me dé para todo, estoy pensando en jugar”

Jugársela

Creció en la calle Parva Domus (Punta Carretas) junto a sus tres hermanos (él es el menor) y sus padres. De niño ya le gustaba hacer deporte y le ocupaba la mayor parte del día. “Las tareas del colegio las hacía rápido para poder salir a jugar”. No recuerda ese primer tiro pero sí cuando decidió dedicarse al básquetbol y dejar el fútbol. “Empecé a hacer deporte a los 6 años y a los 11 años decidí que iba a jugar solo al básquetbol. Recuerdo estar entre los dos deportes y las figuras del entrenador en cada uno, bastante opuestas entre sí, terminaron por definirme. En el básquetbol trataban de reclutarme: ‘deja el fútbol, vení con nosotros’, y del otro lado no me daban importancia. Además el fútbol no representaba un desafío, yo había aprendido a jugar y al básquetbol estaba aprendiendo y me parecía muchísimo más difícil. Cuando era chico tampoco me destacaba demasiado y eso suponía un desafío”, reconoce y mira el celular mientras espera la próxima pregunta.

“Tenía un aro en mi cuarto y tiraba seguido. Pasaba el rato ahí. Después de los 13 años un arito me quedaba chico pero enseguida me mudé frente al Biguá y entonces era cruzar la calle”. Jugó en ese club de los 12 a los 17, hasta que lo reclutaron del Champagnat Catholic School (Estados Unidos). “Me estaban llamando desde que tenía 16, pero no me animaba a ir y además no tenía tan claro que fuera a dedicarme para siempre al básquetbol”.

Corría el año 1998 y Leandro tomó la decisión de viajar, una decisión que cambiaría el rumbo de su vida. Hoy advierte que la comunicación en aquel momento no era tan accesible. “No era fácil. Mis viejos al principio no tenían computadora, recién se pudieron comprar una dos años después de que me había ido y eso nos acercó mucho”. Otra de las barreras que tuvo que superar fue la del idioma. Aunque había estudiado inglés en Uruguay cuando llegó al país del norte “no entendía nada”. La parte deportiva, en cambio, no le resultó tan desafiante. “Me pude adaptar, estaba a un nivel parecido. La barrera del idioma y la vida social fueron más grandes que lo estrictamente deportivo”.

En el 2000, ya en la universidad (lo becaron en la Universidad Lynn) todo resultó más sencillo. Allí cursó su primer año de Relaciones Internacionales y fue distinguido como Freshman of the year. “Me acostumbré a la vida de allá. Me gustó la experiencia universitaria y la recomiendo ampliamente. Son unos años que están buenos, que hacés cosas que te gustan, que aprendés a vivir solo, a manejarte, son herramientas increíbles para lo que sea que quieras hacer más adelante”.

“En 15 años mi físico me ha permitido jugar muchísimo, te diría que más del doble que a otros jugadores”

El mejor gol

Estuvo seis años viviendo en Miami hasta que lo llamaron de Italia y fue ahí, en el 2004, cuando comenzó su carrera profesional. Venía a Montevideo durante las vacaciones, un par de meses, y volvía a irse. Estuvo en Italia dos años, primero en el sur (Calabria) después en el norte (Milán) y luego retornó. ¿Por qué volviste? “Estuve esperando ofertas pero coincidió con la crisis en Europa y acá me las igualaban. Jugué un tiempo en Argentina y después me vine a Uruguay, estaba por nacer mi hija y quería que fuera acá”.

¿Cuánto tuvo que ver ella en la carrera que seguiste?

Mucho. Sino no hubiera vuelto o hubiera vuelto de mayor, con 34 años. Hoy, que estoy acá, disfruto más de ella que de estar jugando a tal nivel o tal otro.

¿Y la ves seguido?

Trato de verla todo lo que puedo. Me separé hace cuatro años [actualmente no está en pareja] y Josefina vive con la mamá. Tenemos un acuerdo para vernos tres veces por semana y fin de semana por medio. Hace poquito estuve tres meses afuera y hablábamos por teléfono y Skype todos los días. Cuando voy a jugar afuera lo primero que pregunto es si en donde voy a vivir hay internet. Si me dicen que sí, viajo.

¿Te costó la paternidad?

Ser padre no es fácil. Me costó al principio y me cuesta, pero me encanta. No es que no pueda hacerlo pero es un desafío. Es muy difícil, por lo menos para mí. Y también conjugar las dos cosas, cuesta el día a día porque soy 24 horas papá y 24 horas jugador, encontrar un punto medio es complicado.

“Alguna vez soñé con la NBA pero hay ciertas limitantes físicas para el básquetbol y siempre tuve claro que no iba a ser algo posible para mí. No quise perder el tiempo”

La vuelta

Y volviste y no solo eso, sino que a Bigúa, al club de tus amores. ¿Cómo viviste el regreso?, le digo con una sonrisa. “Bueno, volví a mi club”, me dice tajante como para que comprenda que “lo de tus amores” le había parecido mucho. Quedé en silencio esperando su próxima jugada. “No sé si al club de mis amores. En ese momento quería venir a Uruguay. Entre las ofertas que tenía estaba la de Bigúa y la verdad es que era muy buena. Cuando arranqué con ellos salimos campeones. Ese equipo se había formado a base de una persona que vino y que hizo una apuesta económica fuerte (se refiere al contador Nelson Moreira), pero después se desarmó”, hace una pausa y dice: “No sé si estás al tanto pero los esfuerzos se hacen por fuera de la institución. Es una situación medio rara”, explica para redondear la idea. “Ese año ganamos los campeonatos acá y también afuera. Terminó el primer año que salimos campeones, tuve varias ofertas para irme, les dije que si me igualaban la plata me quedaba y lo hicieron. Estuve un año más en Bigúa y volvimos a salir campeones. Después la cosa se puso difícil y me fui, se cerró una etapa, tampoco era que me quisiera quedar para siempre. No es que piense que si te quedás acá te estancás, de hecho nada que ver, pero en mi caso no tenía sentido quedarme. Me hicieron una buena oferta en México y me fui a hacer un poco más de plata”. Le pregunto si sintió resistencia a nivel local por haber jugado en el exterior y con voz clara y serena responde: “No, para nada”. No cree que los uruguayos seamos envidiosos, entiende que “es normal que a los deportistas se los menosprecie o se los envidie, y en la interna es: ‘están jugando, tampoco hacen gran cosa. Les pagan una fortuna por jugar’. Es raro. Se critica pero si le preguntás hoy a cualquier hombre si le gustaría tener dinero y vivir del deporte la gran mayoría te va a decir que sí”.

Jugó en Venezuela, México, Argentina, Irán y Puerto Rico y confiesa que en algún momento soñó con la NBA. “Alguna vez sí pero nunca fue algo real, siempre fue más un sueño que una meta. Nunca consideré que no llegar era un fracaso. En ese sentido creo que siempre fui bastante ubicado, hay ciertas limitantes físicas para el básquetbol: la altura, las condiciones físicas, la velocidad… En algunos deportes es importante y en otros no tanto. Siempre tuve claro que no iba a ser algo posible para mí y no quise perder el tiempo. Dejé un poco esa pavada y me enfoqué en lo que estaba haciendo”.

Parte del éxito

“Mi vida es el trabajo. Es lo que elegí y es lo que me gusta. Más allá de que ahora tenga otras responsabilidades y que tenga una hija, mi vida la vivo a través de mi actividad laboral, me gusta y lo disfruto”, puntualiza para explicarme el peso que tiene el básquetbol en su rutina. Su entrenamiento es exigente. Son cinco horas al día. Los ejercicios físicos tienen que ir acompañados de una buena alimentación y en eso Leandro es muy disciplinado. ¿Sos de limitarte en las salidas nocturnas? “Sí, por supuesto y además tampoco me encanta. Soy de cuidarme con los horarios, con las comidas, con los excesos más que nada. Alguna vez salgo pero no me acuesto a las 8 de la mañana ni me tomo una botella de whisky”. En el entrenamiento se considera un tipo obsesivo. Y recordamos la anécdota de un primero de enero en el que pidió le abrieran el gimnasio de Aguada para entrenar, mientras se recuperaba de otra lesión. “Hay momentos en los que no podés tomarte cuatro días libres. Depende de las condiciones y en ese momento había que entrenar 25, 31 y 1º”.

En la cancha está concentrado en lo que está pasando y esa concentración también se entrena. “No estoy pensando que tengo que pagar las cuentas. En otros ámbitos por ahí no logro tanta concentración pero en la cancha es diferente. El rato que juego trato de enfocarme en lo que estoy haciendo. En definitiva es lo que tengo que hacer, es mi única obligación, es mi trabajo. Son dos horas al día, tampoco son dos meses”. Tira diariamente 300 libres y asegura que es la parte más divertida. ¿Es una especie de terapia? “No, no tanto, es parte del trabajo”. ¿Y en qué pensás? “En nada... o mejor dicho me concentro en lo que estoy haciendo. Es algo que tengo automatizado y que sé que con la repetición va a salirme mejor. Es como caminar o respirar, uno no está pensando en eso”.

¿Te pone incómodo cuando te dicen que sos el mejor jugador?. “Que era”, me aclara. “No para nada, me genera orgullo. Tampoco soy de creerme todo lo que me dicen y mucho menos ahora que cualquiera escribe cualquier cosa como si eso fuera la opinión general y es mentira. Eso de ser el mejor es muy relativo”.

En un deporte la cabeza pesa, en el jugador y en el juego. Tanto que se podría decir que ahí está la clave. “Si sos inteligente es todo mucho más fácil. Hay muchos jugadores que físicamente son muy buenos pero no son tan inteligentes. Una sin la otra es difícil. En mi caso creo que hice la diferencia por ser un poquito más inteligente, preparado y no tanto por lo estrictamente basquetbolístico”.

“Me gusta estar solo para entrenar. Si hago pretemporada me embola un poco entrenar con el equipo, prefiero ir a mi ritmo”. Y le pregunto por el individualismo, palabra que en alguna oportunidad han usado para describirlo. “Hay que ver quién dice esas cosas, seguro que son los mismos que dicen que soy el mejor jugador. Ese comentario no vino de nadie que me conoce. No me considero individualista. Pero es difícil que no se confunda porque muchas veces soy el que más tira y el que más participación tiene. Una cosa es ser la primera opción de un equipo de ofensiva y otra es sacarle protagonismo a los demás y anular a tus compañeros”.

Conversamos acerca de las frustraciones y si bien no son cruces que carga, fueron mojones que tuvo que superar. “En Venezuela y en México me pasó de perder campeonatos en las finales. Podés perder pero lo que te calienta es la manera. El año pasado cuando perdimos con Defensor. Y bueno… ni hablar la última, en Puerto Rico, que salí en silla de ruedas. Igual cada vez me enrosco menos. Cuando era chico perder partidos difíciles me rompía el corazón, hoy ya no. Con el tiempo te acostumbrás porque perdés muchísimo más de lo que ganás”, dice el hombre que es capaz de embocar, cada tanto, 40 puntos en un partido.

“Mi hija tuvo mucho que ver en la carrera que seguí. Sino no hubiera vuelto o hubiera vuelto de mayor. Hoy, que estoy acá, disfruto más de ella que de estar jugando a tal nivel o tal otro”

Aguatero querido

Jugó en varios equipos, de varios países y después de haberse quedado y salir campeón dos veces con Bigúa, se fue, jugó un tiempo en el exterior y volvió. Esta vez fue Aguada el equipo que lo llamó.

En algún momento dijiste que te costaría mucho jugar en otro equipo que no fuera Biguá, ¿cómo fue tu inicio en Aguada? ¿Cómo lo viviste?

En el momento en que lo dije fue porque no había ningún equipo que hubiese mostrado interés en que yo jugara con ellos y también estaba el tema económico. Ningún equipo hasta el momento había hecho una apuesta que se asemejara a lo que estaba ganando en Biguá o en el exterior.

Pero ¿cómo fue pasar de un club más chico y de barrio como Biguá a un club como Aguada, donde tenías que “demostrar” todo ante la hinchada más grande del básquetbol uruguayo?

En Venezuela, donde jugué por cinco años, en la cancha promediaban 10 mil personas y acá el día que Aguada lleva más gente y explota el Palacio Peñarol son 4.500. El tema de jugar a cancha llena es algo que hoy por hoy me tiene sin cuidado. Hace un tiempo atrás me ponía un poco más nervioso. Pero no fue eso a lo que tuve que acostumbrarme en Aguada, pasaba por otro lado.

¿Por dónde?

Y yo qué sé, era un club que a nivel de infraestructura estaba hecho pedazos, que tenía una sola cancha y que la pelota no picaba bien. Había problemas que afectaban directamente al juego. Ya sabía cómo era la realidad en Uruguay, esto no le pasaba solamente a Aguada. Me crié jugando en estas canchas y hacen que todo sea un poco peor. Te saca un poco las ganas, la motivación. Pero ya me agarró más de grande, más consciente de cómo son las cosas. Y además en Aguada se ha avanzado mucho y por eso volví a quedar este año. Si no hubiésemos ganado, a nadie le hubieran importado todas esas carencias. Una cosa es hacer las cosas bien y otra es ganar… Creo muchísimo que si hacés las cosas bien, tarde o temprano el resultado va a llegar. Ganar atrae gente que quiere poner plata e hinchas, ahora todos quieren ser de Aguada. Hicimos tres competencias internacionales, llegamos a la final de América, hicimos un montón de cosas que nadie esperaba que se dieran tan rápido. Hoy estamos en esta situación y cada vez viene mejor. Estoy cómodo en el equipo. Los resultados ayudaron, me da la sensación de que la gente que maneja el club se dio cuenta de por dónde es el camino.

¿Cuánto tuviste que ver?

El plantel completo que salió campeón el primer año tuvo mucho que ver. La gente estaba muy mal, desmotivada, hacía muchísimo que el equipo no ganaba, los jugadores buenos no querían jugar en el club porque tenía fama de que no pagaba. El grupo de jugadores mayores ya había empezado este proyecto incluso antes de que yo entrara al club. Entrenamos fuerte y entre todos ganamos el campeonato. Desde el año pasado competimos no solo a nivel nacional sino también continental. A nivel de clubes hay algunas islitas que están empezando a hacer las cosas bien y eso se nota.

¿Qué equipos?

Malvín, sin duda. Algunas veces Defensor Sporting, algunas veces Bigúa, Aguada o Hebraica. Y hay algún otro que si hace una apuesta importante puede competir. No sé si llegar a la final como nos pasó a nosotros con Aguada el año pasado (llegó a la final de la Liga Sudamericana y a la final de la Liga de las Américas) pero sí pueden pelear bien a nivel internacional. Obviamente que la clave es sacar jugadores nuevos. Habría que enfocarse en eso, así yo no juego hasta los 45 años. (Risas)

¿Alguna vez pensaste en ser entrenador?

Sí, pienso muchísimo, y a medida que me acerco al final de mi carrera cada vez más. Me gustaría mucho enseñarles a jugar a los chiquilines, pero quizá necesite un tiempo para capacitarme desde el punto de vista pedagógico.

Y así pasaron las dos horas. Él tenía que entrenar, había sonado varias veces el celular y yo sabía que me había extendido. Era tiempo de redondear, aunque me quedasen algunas preguntas sin responder. Le hice la última: ¿qué fue lo que más te costó de tu carrera? “Todo me costó un montón. Muy pocas cosas de mi vida han sido gratis. Relegué a la familia y a los amigos. Pero disfruto de lo que hago, trabajo de lo que me gusta y estoy contento (no conforme, soy de los que piensa que siempre se puede un poco más) con lo que he logrado. Lo que soy es 80% trabajo, 20% talento”.

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