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Sin lugar para los débiles

"Sicario" retrata una lucha desolada e impredecible contra el narcotráfico
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17 de septiembre de 2015 a las 05:00

Sicario es una de las mejores películas estrenadas en lo que va del año. Pero eso no quiere decir que se convierta en una de las más populares a la hora de armar el listado de favoritas a fin de año. El filme del director canadiense Denis Villeneuve –que se estrena hoy en cines– no sigue los caminos convencionales que se esperaría de un thriller centrado en los problemas del narcotráfico entre Estados Unidos y México. En ese desvío, sin embargo, el cineasta y su equipo utilizan todas las herramientas que poseen a su disposición para hacer vivir en el espectador una experiencia puramente cinematográfica.

La prueba de ello está desde la escena inicial del filme, con una operación antisecuestro liderada por la protagonista, Emily Blunt, quien encarna a la especialista en ese campo del FBI, Kate Mercer. Lo que comienza como un duelo armado convencional entre policías y criminales, rápidamente toma un giro sorpresivamente más oscuro, evidencia de que Esta no es otra tonta película sobre policías. Y que ello suceda dentro de una casa suburbana en el árido estado sureño de Arizona, en plena luz del día, hace una de las tantas contraposiciones que Sicario plantea constantemente de una forma emocionalmente efectiva.

Suspenso de a tres

El filme se mueve entre escenas de suspenso que mantienen los latidos al ritmo de la inquietante banda sonora y en momentos completamente calmos, de recuperación, exposición y sobretodo, vacilación. Versar sobre los hechos que suceden a lo largo de la película sería, no solo arruinar su trama, sino también atentar contra su propio planteo.

La historia de Sicario consiste en el desenredo de una verdad que no se conoce inicialmente ni que se pretende conocer en su totalidad. Desde que el personaje de Blunt es encomendada una nueva misión que la llevará a diferentes puntos entre la frontera con el fin de lidiar con la creciente tasa de crímenes vinculados al narcotráfico, sabemos lo mismo que ella. Es decir, casi nada.

Los responsables de esa inquietud son los otros dos actores que componen al trío protagónico del filme: Josh Brolin y Benicio del Toro. Mientras que el primero encarna a un consultor proveniente de alguna agencia dentro de alguna parte de ese organismo gigante que es el gobierno estadounidense, el segundo se define bajo tres consignas simples: se llama Alejandro, tiene experiencia y es necesitado para la misión, sea cual sea.

Armado de ese trío de jugadores, Sicario empieza a develar su verdadera cara. Se trata de un árbol narrativo tan entramado como los tatuajes más complejos del pandillero más siniestro. Sus ramas se extiendan no solo en la vida durante y fuera de la película de esos tres "agentes", sino también a las de los habitantes, muchas veces anónimos, de diferentes zonas mexicanas azotadas por el comercio ilegal de drogas.

Lo que Villeneuve propone puede resultar descorazonador para algunos. Tanto sus personajes como los espectadores están en la búsqueda de control de su trabajo, sus emociones y, sobretodo, del crimen, pese a que en el fondo conocen que están en una lucha interminable.

"En el final, entenderás todo", dice Brolin durante una escena, en un guiño que roza con romper la cuarta pared. No obstante, tras una escena tan dura como la inicial, los créditos finales llegan y la veracidad de tal afirmación se vuelve discutible. Los vínculos con la política y economía de México y Estados Unidos con el hampa de la cocaína se deslizan como situaciones preocupantes, aunque nunca de una forma verdaderamente crítica al respecto.

Tratándose de un mundo de villanos (o de lobos, como indica el personaje de Del Toro), es natural que se busque un héroe que salga victorioso entre tanta crueldad. Blunt, a quien se la sigue en primeros planos íntimos e invasivos, es la candidata obvia, pero Villeneuve deja en claro que ella no está aquí inicialmente para triunfar, sino para ser tanto un testigo como una agente de acción motivada por la ignorancia que la motiva. Y aunque parece que el rol de peón en un juego de ajedrez parece darle poco con lo que trabajar, las capas de fragilidad que van apareciendo en su figura primariamente rígida confirman el registro amplio de una actriz a tener en cuenta a futuro.

Sin embargo, es Benicio del Toro quien se apropia del verdadero suspenso que hace a Sicario un thriller como pocos. No es que el actor boricua ganador del Oscar necesite demostrar nada, pero vaya si este filme lo tiene en lo más fascinante de su labor. Con un personaje de pocas palabras, Del Toro se apropia de los silencios con maestría, lo que hace de la revelación final de sus verdaderas motivaciones aún más satisfactorias.

Benicio del Toro en "Sicario"
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El cine como arte y técnica

Punto aparte son los aspectos técnicos de la película, que parece haber dado con el equipo necesario para que nada quede en un segundo plano.

El director de fotografía, Roger Deakins, ya había trabajado con Villeneuve en la recomendable La sospecha. En esta oportunidad Deakins entrega momentos viscerales y secuencias de acción penetrantes. Las tomas áreas del desierto mexicano o el uso de cámaras nocturnas (que recuerdan a la secuencia final de La hora más oscura) son recursos que funcionan a la perfección para tener al espectador en vilo. A su vez, no hay plano que desaproveche un entorno. La disposición no lineal de los actores o pequeñas acciones de fondo como un avión aterrizando son pequeños ingredientes que hacen que cada secuencia supere el mero diálogo.

Así como Deakins logra ir un paso más allá de su tarea, lo mismo hace Villeneuve y su elenco, quienes deslumbran con un relato que ha sido descrito como una película de horror disfrazada de un filme sobre la guerra contra las drogas. En el fondo, Sicario esconde algo más que vale la pena descubrir al verla en el cine.


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