En 1838 habiendo cumplido la mayoría de edad, un señor llamado Pascual Harriague llegó a Uruguay, proveniente de Iruleguy en los bajos pirineos. Según cuenta la historia, este vasco francés inició varios emprendimientos en los rubros minería y ganadería, y hasta instaló un saladero en Salto. Pero su nombre quedaría marcado a fuego en la vitivinicultura uruguaya porque en ese mismo departamento del litoral norte, logró adaptar la cepa que décadas después se convirtió en bandera: Tannat.
Hay relatos que mencionan algún matiz en la llegada de esa uva tinta al país. Como por ejemplo que el argentino Juan Jáuregui (apodado “Lorda”), de Concordia, le habría proporcionado la variedad Tannat a Harriague para que la plante en Salto. Sea como fuere, a esta altura del partido los vinos uruguayos se conocen por el Tannat, y Harriague es responsable fundamental.
En homenaje a este hombre, el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INAVI) celebra durante abril el mes del Tannat con una campaña que sugiere saber más sobre esa cepa. Elige abril porque Harriague murió en París el 14 de abril de 1894, habiéndose ido de Uruguay pero preocupado por la amenaza que enfrentaba el viñedo nacional con la maldita filoxera.
Podría hablar (escribir) mucho sobre el Tannat, pero me voy a centrar en dos cosas. La primera es intentar quitarle el prejuicio que reposa sobre sus hombros, en cuanto a que es un vino fuerte y poco menos que intomable. Pienso que eso, además de no ser cierto, es injusto. Si dijéramos eso hace diez años, quizá tendría que darle la derecha al crítico de turno. Pero hoy, con años de avance tecnológico en bodegas y la formación académica de enólogos, esa cepa tinta que es ruda, sí, claro, pero que tiene un potencial brutal para elaborar vinos excelentes, se adaptó a (casi) todos los paladares.
Podemos encontrar vinos rosados de Tannat y también espumantes de Tannat. Hay Tannat jóvenes muy suaves, otros con cuerpo, robustos, y algunos dulzones y amables. No desaparecieron, obviamente, los Tannat intensos y astringentes (duros, casi lija), pero ya no se puede decir: “no me gusta el Tannat”. Sencillamente porque el Tannat no es una sola cosa, son muchas a la vez.
Y lo segundo en lo que me quería centrar es en el sentimiento que me despierta la variedad. Pueden haber otras que me atrapen, me llamen la atención, me gusten y sean preferidas, pero la que realmente me despierta amor es el Tannat. Esa sensación solo podrá compartirla aquel que respeta y disfruta al vino elaborado con esa uva. El resto se lo pierde.
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