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"Tener cerca a Borges fue el premio de mi vida”

Roberto Jones conversó con El Observador sobre su regreso a la actuación este año con la conmovedora obra La memoria de Borges así como también acerca del teatro, la política, la mística y la causalidad
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20 de mayo de 2015 a las 15:07

A Jorge Luis Borges le hubiera gustado. Tras conocer a Roberto Jones en 1973 en una conferencia en Buenos Aires de la Cábala judía, lo reencontró en 1982, durante la filmación en Londres de un documental de la BBC sobre su vida, en el que el intérprete encarnaba al autor argentino de joven.

Si ya ese encuentro le resultaba borgeano, la obra La memoria de Borges, con la que el uruguayo decidió despedirse de la actuación en 2008 y volver a ella este año, parece el broche de oro para un cuento del autor de El Aleph. El trabajo de Jones, que se desdobla en escena entre Borges y sí mismo, es de una profundidad y compromiso inolvidables. Muy merecidos fueron los premios Florencio que recibieron Jones y el autor de la obra, Hugo Burel, y es un placer que el actor haya decidido reponer este unipersonal en el Teatro Alianza, con dirección de Álvaro Ahunchaín.

Jones se retiró porque la medicación que tomaba para una dolencia neurológica hereditaria que padece (y que le genera movimientos en las manos y la cara) lo sedaba. Pero ese problema se le fue yendo y ahora siente que está mucho mejor que hace unos años. Aunque no extrañaba la actuación y se dedicó a dirigir, decidió volver con el que seguramente sea el papel más importante de su carrera.

“Una gran ternura”, contesta Jones en un bar de Pocitos al ser consultado sobre qué es lo que más recuerda de Borges, a quien conoció cuando este tenía 73 años, la edad que el actor tiene ahora. Más allá de su voz grave y su presencia cautivante, más allá de sus 50 años en escena, de su veintena de premios, de su historia de militante “blanco tupamaro”, de la cárcel de Punta Carretas (donde coincidió con José Mujica) y del exilio, la sensación es extraña. Porque más allá de todo eso, quizás sea ternura lo que, a fin de cuentas, transmite el propio Jones.

¿Qué le sucede al público con La memoria de Borges?

La obra tiene una cosa que yo nunca vi en ninguna otra. El público se conmueve y después tienen una necesidad de escribir, se sienten movilizados artísticamente. Se cumple la vieja función social de los actores griegos que se buscaba a través del teatro, que el público se sintiera conmovido y pudiera cambiar a través de la emoción y la reflexión. Al público le emociona la relación amorosa entre Jones y Borges, y cómo al final el actor lo salva, porque pone el cuerpo, la voz y el alma para que el personaje pueda seguir existiendo. Esa es la función que tiene el actor: transmitir los pensamientos del autor, los grandes pensamientos de la humanidad.

¿Es por ello que en los últimos años se dedicó a dirigir los clásicos?

Porque me parece que el teatro uruguayo se banalizó. Los actores y directores se forman con los grandes textos. En una cartelera tiene que haber de todo, pero lo que no pueden faltar son los clásicos. Acá hay un desprecio a ello, pensando que es un teatro viejo. Pero no hay viejo o nuevo, sino bueno o malo.

¿Cómo evalúa el trabajo de la Comedia Nacional (elenco que integró 1987 a 1994)?

Creo que ha tomado un camino que no es el que tiene que tener un elenco oficial, que debe cumplir una función muy distinta a la del teatro comercial. Está obligada a hacer autores nacionales y, al mismo tiempo, a mantener las tradiciones. Hay una sucesión de autores extranjeros con los que no tenemos nada que ver y además son muy caros. Se han estrenado muchos autores y directores nacionales jóvenes, pero un veterano como yo añora la época pasada de la Comedia Nacional.

¿Ha cambiado su entendimiento de Borges con los años?

Siento que lo entiendo mucho más y me desafía su pensamiento. Después de que hago Borges es como que me doy una ducha y eso me hace mucho bien. Con aquel joven (que lo conoció) no tengo nada que ver. Yo aparte de artista tenía un pensamiento político muy dogmático. A medida que fui creciendo, creció en mí la parte artística y filosófica. Fue disminuyendo la parte ideológica, política y la creencia religiosa fue cambiando. He madurado en el oficio y también en la manera de pensar y en eso Borges me dio una mano enorme, porque me agarró en un momento axial.

¿Ya no se considera una persona politizada?

No, porque no milito y la verdad es que el discurso político me parece muy pobre, en un país en el que, además, no se debate. Los políticos hablan para un grupo y lo que falta es hablar para el país.

¿Sigue siendo religioso?

Sí, salvo que no tengo una de las religiones comunes, a las cuales respeto enormemente. Tengo una religión personal, que es la creencia en la existencia eterna, que me antecede a mí, a la naturaleza y al universo, a donde va y viene todo y eso es eterno.

Usted siempre habla de su interés por lo místico y de la causalidad...

El que encuentra en cada cosa que hace una causa y sabe que es un efecto de esa causa, tiene una visión más completa de por qué está el hombre en el planeta y por qué se va a ir. Me parece que muchas veces la humanidad pierde su tiempo en otras cosas. No hacerse preguntas anteriores a esta circunstancia y creer que vengo de nada es un nihilismo puro y crea al descreimiento de todo y no lleva nada. Eso hay que suplantarlo con la banalidad. Con la droga, el fútbol, la carcajada, la estupidez y el consumo. La mística es todo lo contrario. Lo esencial, como decía Saint-Exupéry, es invisible, y yo agrego es invisible porque si no, no tendríamos que buscarlo y, segundo y principal, nos quitaría la libertad.

¿Qué frase recuerda que le haya dicho Borges y no se la haya podido borrar?

Muchas. Todo lo que decía él era importante y me hacía reflexionar. Tenerlo cerca fue el premio a la vida. Y todo eso fue una causa. Yo estaba buscando y él vino. Él encontró en mí un depósito donde sacar cosas para afuera. Tenía intuición como tendrían, supongo, un Sócrates, un Platón. Era un hombre muy agradable y muy tierno, porque era muy desvalido. Ese gran hombre tenía su parte humana, débil. Eso fue lo que yo descubrí de él. Una gran ternura por la humanidad, que era como él, ciega, perdida en un laberinto que no sabe para dónde va.

Para ir

Miércoles y jueves a las 21 en el Teatro Alianza.

Precio: $ 360.

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