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Travesía continental

Matías Ola se propuso unir los cinco continentes nadando en aguas abiertas sin traje de neopreno. Y lo logró.
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26 de enero de 2016 a las 05:00

Por Guido Piotrkowski

@Pietroviajero

Cuando Matías Ola correteaba por las calles de Orán, donde vivió de niño, no se imaginaba que su apellido, blanco de burlas, sería como un presagio en su vida adulta. Ola nació en la provincia argentina de Tucumán y creció en Salta, en el norte profundo, lejos del mar y del frío polar. Ahora, a los 30 años, este tucumano de 1,80 metros y 70 kilos, nada contra la corriente, ágil como el salmón.

Su apellido se impuso en su destino y acaba de cumplir un sueño: unir los cinco continentes nadando en aguas abiertas sin traje de neopreno. Un sinfín de brazadas gigantescas, utópicas, monumentales. Conectar. Estrechar. Unir. De eso, y mucho más, se trató el proyecto Unir el Mundo, que Matías acaba de concretar, cinco años después de haberlo imaginado.

El desafío de Unir el Mundo constó de cinco etapas de uniones intercontinentales que duraron dos años: 134 kilómetros para unir Asia con América por el estrecho de Bering, en Rusia; cuatro kilómetros entre Asia y Europa a través del estrecho del Bósforo en Estambul, Turquía; 19 kilómetros para juntar Europa con África nadando en el estrecho de Gibraltar, de España a Marruecos; 12 kilómetros entre Asia y Oceanía entra la isla de Papúa en Indonesia y Papúa Nueva Guinea; y 24 kilómetros finales para unir Asia y África en el golfo de Aqaba.

Ola viajó en setiembre de 2015 a Jordania para atravesar el golfo y llegar a Egipto. Fue el hito que dio por concluidas las travesías continentales, el hito de unir el mundo. "Fue el cruce más duro, cruzar el golfo nos llevó casi siete horas de nado", cuenta Ola a Seisgrados. "Las corrientes y los vientos no permitían que mi nado fuera fuerte. Nadaba entre olas de hasta dos metros y el calor superaba los 40 °C de sensación térmica", recuerda el nadador, todavía emocionado por haber concluido esta última etapa del proyecto más importante de su vida. "El día del cruce, 10 jóvenes jordanos fueron a acompañarme en señal de apoyo para nadar los primeros kilómetros de esta gran travesía. Cuando llegué a Egipto, el recibimiento fue emocionante. La gente no podía creer lo que habíamos logrado, y me fundí en un gran abrazo con mi entrenador Pablo Testa y el resto de mi equipo. ¡Lo habíamos logrado! En dos años completamos la unión de los cinco continentes, y no fue fácil. Es la mayor satisfacción que tenemos. Pudimos llevar nuestro mensaje y ejemplo al mundo y a Argentina de que es posible a través del deporte ser solidario y unir a otras personas por la paz y la amistad", redondea el nadador de los siete mares.

El Proyecto

Unir el Mundo es un desafío que consiste en nadar siete tramos para ensamblar los cinco continentes y convertir a Matías Ola en el primer hombre en recorrer el globo a pura brazada sin protección alguna. Con la paz y la unión del planeta como estandartes y fomentando el cuidado del medioambiente, según se describe en la página web del proyecto (www.unirelmundo.com). Matías, conocido como "el nadador del fin del mundo", asegura que quiere "llamar la atención" para que el deporte de alto rendimiento gane espacios donde entrenar en el interior de su país. Sus travesías tienen como objetivo la unión entre los pueblos por medio del deporte. Se trata de un proyecto social, turístico, cultural, deportivo y científico.

El objetivo es restaurar o poner en marcha el desarrollo del deporte de alto rendimiento en el interior del país. También intenta ampliar las fronteras del conocimiento científico y el enigma de la supervivencia al estrés por frío. Por este motivo la odisea de Ola fue seguida de cerca y apoyada por investigadores de las Universidad de La Plata.

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Unir el Mundo nació en agosto de 2011 y desde ese momento Matías viajó por Argentina en busca de aguas gélidas que lo ayudaran a desarrollar su resistencia al frío. El primer entrenamiento fue en Mar del Plata, con el agua a 12 °C. "Me encontré con esa nueva sensación de sentir el frío en el cuerpo. Y especialmente, saber que podía controlarlo", recuerda. Las prácticas siguieron en enero de 2012 en Bariloche. Nadó en los lagos Gutiérrez, Mascardi y Nahuel Huapi, pero el agua no bajaba de los 15°C. "No sabíamos qué temperatura podía soportar mi cuerpo, era todo un misterio. Buscábamos agua cada vez mas fría". Fueron entonces rumbo al glaciar Ventisquero Negro, donde el agua estaba a poco más de 1 °C. "Fue todo un desafío nadar en esas temperaturas. Pasás un umbral de dolor y ya no sentís nada; anestesia total. Aunque sentís que tenés 100 kilos en cada brazo".

En su periplo, entrenó en Puerto Madryn, nadó en el canal de Beagle, en el glaciar Upsala y también en Calafate, bajo el imponente glaciar Perito Moreno. Allí braceó y pataleó con el agua a 4°C. "Fue genial, mientras nadaba hubo un rompimiento. Pude comprobar que el glaciar está vivo. Podía nadar mucho más, pero fueron solo cinco minutos por cautela. Sentía un fuego interno que me protegía del frío externo".

Las Malvinas

El comienzo de 2015 lo encontró en las islas Malvinas. Fue junto a Jackie Cobell, una nadadora inglesa, en un intento de dar un "mensaje global de paz y amistad" en un escenario que hierve políticamente en medio de un mar de aguas gélidas. Matías recuerda con cariño cómo fue que la conoció, y de paso rememora el primer nado de Unir el Mundo. "Nos conocimos con Jackie cuando participamos juntos de la unión de Eurasia con América, nadando en el estrecho de Bering, en el 2013. Aquella fue mi primera unión de continentes. Éramos más de 35 nadadores internacionales para cruzar los 134 kilómetros de este peligroso estrecho". Este grupo fue el primero en la historia que nadaría sin traje de neopreno desde Chukotka, en Siberia, hasta Wales, una localidad de 150 habitantes en Alaska. "Navegamos durante cuatro días hasta llegar al punto de partida. El buque se movía como un papel, estuve los 12 días mareado. Estábamos a 130 kilómetros del Círculo Polar Ártico, todos sabíamos que si lo lográbamos íbamos a marcar un récord Guinness". Y lo lograron: nadaron 134 kilómetros en seis días, el doble de lo planificado, debido a las fuertes tormentas neblinas y corrientes. "Nadábamos con olas enormes, 15 kilómetros antes de llegar a Alaska no podíamos avanzar. Nos emocionamos al llegar a tierra, pero no se nos caía una lágrima del frío". Y ahí estaba Jackie, una mujer de casi 60 años, "vigorosa, activa y simpática", recuerda Matías. "Cuando la vi, llevaba los colores de Inglaterra en su cuello, y en Argentina las disputas entre ambos gobiernos por las Malvinas era un tema de todos los días. Entonces le propuse hacer el nado por la paz y amistad, y aceptó mi propuesta. Fue el destino más triste que hayamos visto como nadadores. Nos controlaban todas las acciones, los isleños pensaban que iba a utilizar este motivo para hacer una campaña en contra de ellos. No comprendieron nuestro objetivo real. Sin embargo lo logramos y pudimos contra todo lo que se nos opuso. Logramos unir a nado las dos grandes islas a través del histórico estrecho de San Carlos impulsados por brazadas que terminaron en un gran abrazo donde antes hubo muerte y sufrimiento".

Más hazañas inolvidables

Desafiar tempestades y mares helados, sumergirse en las gélidas aguas del Calafate, nadar junto a las ballenas en Puerto Madryn. Ola recuerda orgulloso cada una de sus hazañas. Como la unión de Asia con Oceanía, una de las últimas, de la isla de Papúa en Indonesia a Papúa Nueva Guinea, 12 kilómetros muy especiales. "Es la única isla que está dividida en dos países de dos continentes diferentes. Llegar hasta este punto del globo es un gran viaje. Es un lugar asombroso, con gente maravillosa perdida en el tiempo. Fue increíble recibir apoyo de dos países en conflicto. Nos demostró que Unir el Mundo realmente permitía que las personas se unieran por una causa en común. El cruce me llevo más de dos horas de nado hasta que pasamos el monolito fronterizo entre ambos continentes. ¡Fue emocionante!".

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Algunas travesías fallaron al primer intento, no por culpa de Matías, sino por cuestiones climáticas. Y entonces hubo que volver. Como la fallida del cruce de Europa con África, a través del estrecho de Gibraltar. La idea era ir desde Tarifa, España, hasta la costa de Marruecos. Esperó ocho días pero la marina no autorizó el cruce, y decidieron postergarla. Finalmente pudieron realizarla en setiembre de 2015. "Unir Europa con África es una travesía muy tradicional en el mundo de la natación en aguas abiertas. Sin embargo, hacerla sin traje de neopreno y soportando los 16 °C durante cuatro horas fue muy duro, pero lo logramos".

También recuerda el cruce de Europa y Asia a través del Bósforo. Orgulloso, dice que el tráfico marítimo de la única ciudad bicontinental del mundo se detuvo especialmente, en un hecho inédito. Recuerda que hacía mucho calor cuando llegaron y pensaron que sería relativamente fácil. Pero el pronóstico marcaba lluvias y vientos fuertes para el día D. "Nos encontramos con más sorpresas, las fuerzas de las corrientes y la gran cantidad de medusas que había". Matías se zambulló en el lado asiático y demoró 35 minutos y 11 segundos, bastante más de lo planificado. "Las corrientes eran fuertísimas, venían a siete kilómetros por hora. Esa parte fue muy dura". Siete kilómetros por hora contracorriente es como nadar en el lugar. Matías sentía que no avanzaba. Nadó 10 minutos pegado a la orilla para poder llegar al punto indicado donde tenía que cruzar. "Si me dejaba llevar, terminaba muchísimo más adentro. Me sentí muy bien, me emocioné mucho cuando llegué a Europa. El puerto estaba lleno de gente. Fue impresionante ver la movilización que causó el cruce".

La ola que no se detiene

Mientras tanto, durante los intervalos de las travesías continentales, que llevaban tiempo, logística, y preparación, la ola no se detuvo, siguió creciendo. Participó en competencias internacionales de nadadores de aguas abiertas y hasta organizó un festival de aguas abiertas en Argentina. En enero de 2015 estuvo en China, en el Festival de Natación de Invierno en Jinan Shandong, donde compitieron más de 600 nadadores y el argentino obtuvo el segundo puesto, nadando con una temperatura ambiente de -5 °C y el agua a 5 °C. En febrero fue hacia un nuevo reto: participó del Festival Internacional de Pirita, en Tallin, Estonia, junto a unos 300 nadadores, donde la temperatura del agua es de 0,3 °C, y la del ambiente de ¡-20 °C! Nunca antes había nadado en tan bajas temperaturas.

La International Winter Swimming Association nuclea a todos los nadadores de invierno del mundo y Ola es el único argentino. "Para mí es muy importante que la bandera argentina se vea en cada rincón del mundo como un mensaje de unión y amistad".

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Ahora que concluyó esta etapa, ya tiene en mente lo que viene. SOS Mundo es el próximo desafío, que lo llevará a nadar en siete océanos a través de siete estrechos, algo que solo seis nadadores del mundo han logrado.

No es la idea de un egomaníaco. Acá hubo –sigue habiendo– sed de aventura. Deseo de paz, unión, hambre de superación. Es un proyecto deportivo y cultural, solidario y científico, loco y ambicioso. Por eso ahora el gladiador de los siete mares va por más.

Los comienzos

Matías empezó a nadar a los 21 años en el complejo Ledesma de Tucumán y a los seis meses ya estaba federado. "No eran las mejores condiciones pero ahí aprendí a nadar y a querer este deporte". Apenas entró al club, su entrenador Eduardo Fuentes detectó sus condiciones y lo incorporó al plantel de natación. Y aprendió tan rápido que en poco tiempo ya estaba compitiendo por el resto del país. Más tarde conoció el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y supo que era allí donde tenía que entrenar. "Ahí aproveché para practicar doble turno, conocer buenos entrenadores, mejorar mi técnica y competir internacionalmente. Pero me di cuenta de que, como había empezado tarde, no iba a llegar lejos".

De todas maneras el hombre no se desencantó, se puso a investigar y fue entonces que surgió la idea de hacer algo "diferente, sin dejar el agua". Así fue que "descubrió" las travesías de aguas abiertas, un mundo en el que los nadadores persiguen objetivos solidarios. "Le conté a mi entrenador y me desafió: 'Un buen nadador no usa traje de neopreno'".

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