Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

Opinión > análisis

Tristeza não tem fim

Brasil da pena. Se derrumbó, y mucho más rápido de lo que podía esperarse.
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23 de marzo de 2016 a las 02:48

Brasil da pena. Se derrumbó, y mucho más rápido de lo que podía esperarse, la ilusión del nuevo “milagro” brasilero. La crisis política es de una gravedad extraordinaria. El pueblo de ese país está movilizado, crispado y polarizado. Brasil se estremece y nos conmueve.

Da pena tanta corrupción. De acuerdo al último informe de Transparencia Internacional, entre 168 países considerados, Brasil ocupa el puesto 76. A partir del estallido del escándalo en torno a Petrobras retrocedió en el ranking. “Brasil es el país que más posiciones ha descendido en el Índice, al empeorar cinco puntos y bajar siete posiciones” consigna la nota de prensa que acompaña el informe mencionado. De acuerdo a la metodología empleada los países que tienen menos de 50 puntos presentan “serios problemas de corrupción”. A Brasil, en concreto, le correspondió un puntaje de 38 (donde el 0 significa “altamente corrupto” y 100 “muy limpio”)1. Da más pena todavía la corrupción en el partido de gobierno. Un partido como el PT, llamado a jugar un papel histórico tan importante como vehículo de inclusión social y política de las grandes mayorías tan maltratadas durante tanto tiempo, no tenía derecho a ser tan corrupto. Los ciudadanos brasileros, especialmente los más pobres, esos que tantas esperanzas depositaron en este partido, merecían mejor suerte.

Da pena ver a la presidenta Dilma Rousseff apelando a Lula da Silva como tabla de salvación de un gobierno notoriamente a la deriva. Pero da más pena todavía ver al expresidente Lula aceptando ser ministro para eludir el imperio de la justicia. Entristece comprobar que un ciclo político como el del PT que, en su momento, entró por la puerta grande de la historia política brasilera, vaya a terminar de un modo tan patético con Dilma renunciando y Lula preso. Da pena el espectáculo de la inmoralidad de la izquierda brasilera. Pero también desalienta la falta de coraje intelectual de la izquierda uruguaya que, aunque pasan los años, sigue sin poder llamarle a las cosas por su nombre. Los líderes del Frente Amplio no logran decir que hay corrupción en el Brasil petista. Por el contrario, despliegan raudamente su solidaridad con el compañero caído en desgracia. En verdad, pensándolo bien, no hay que asombrarse demasiado: nuestra izquierda tampoco se atreve a asumir públicamente que en la Venezuela chavista se tortura a los estudiantes opositores, o que la Cuba de Fidel y Raúl Castro no es más que otro tristísimo caso de despotismo en el continente de las dictaduras.

Entristece sospechar, dicho sea de paso, que la Justicia brasilera no se está manejando con la prudencia debida. Quiero ser muy cauteloso en este punto. En términos generales, desde una óptica republicana, la actuación judicial en el caso Lava Jato, dirigida por el juez Sergio Moro, merece el mayor elogio. No debe haber sido nada sencillo desenredar la intrincada madeja de los sobornos de Petrobras, tirando poco a poco del hilo hasta la mismísima punta del ovillo (que llega, obviamente, hasta el dedo índice de Lula). Sin embargo, mucho me temo que el juez mencionado, pese a sus méritos, está llevando la actuación judicial más lejos de lo razonable. En Brasil hay quienes aseguran que la divulgación de la grabación de la penosa conversación entre Dilma y Lula (en la que acuerdan la designación de Lula como ministro en caso de “ser necesario”) es ilegal. No me asombraría que lo sea. La performance de Moro tiene un aire mesiánico. Y los mesías, ya lo sabemos, no saben frenar a tiempo. No hace mucho, recordemos, los militares daban golpes de Estado para “salvar” la democracia. Espero que los jueces, autodesignados guardianes del bien común en el siglo XXI, no se atrevan a violar las leyes con tal de “hacer justicia”.

Dan pena Dilma y Lula que se siguen hundiendo abrazados el uno al otro. Da pena el PT que se derrumba moral y políticamente atrapado en la madeja de sus sobornos. Da pena el pueblo brasilero que parece condenado a seguir sufriendo gobiernos corruptos. Da pena la persistente fragilidad de la vida republicana brasilera. Pero da más pena todavía comprobar que la peripecia de Brasil no constituye un caso aislado. La democracia, en nuestro continente, ha vuelto a andar a los tropezones. Pende de un hilo en Venezuela, padece en Ecuador, monta guardia día y noche en Bolivia. Aunque por razones muy distintas, la está pasando mal incluso en Chile (allí el problema no es ni la falta de libertad ni el acoso a la oposición, sino la persistencia del viejo elitismo y la debilidad de los mecanismos de representación ciudadana).

En América Latina volvieron los tiempos difíciles. El contexto económico se ha vuelto nuevamente hostil y desafiante. El desenlace de la crisis política brasilera nos dará una pauta de qué es lo que podemos esperar en otros países de nuestra región en términos institucionales durante los años por venir.

1 Ver: Corruption Perceptions Index 2015, Transparency International. Disponible en: https://www.transparency.org/cpi2015#downloads

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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