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"True Detective" perdió la pista

Tras el éxito de su primera temporada, esta entrega de la serie de HBO enfrentó múltiples críticas, centradas en la complejidad de su trama
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16 de agosto de 2015 a las 05:00

Una investigación policial y los secretos que revela. La premisa de True Detective no solo era un receptáculo simple, listo para aceptar los personajes, ramificaciones y reflexiones que se presentaran, sino que, gracias al formato de antología, permitía abandonar todo lo elaborado anteriormente y explorar nuevos horizontes creativos.

A pesar de esas oportunidades, la segunda temporada de la miniserie de HBO estaba condenada desde el principio, al igual que sus víctimas. No porque el público no aceptara otra ambientación y otros actores que los de su debut, sino porque el programa había establecido sus propios parámetros irrepetibles y una expectativa que se sabía difícil de colmar.

La recepción de la audiencia lo dejó claro desde el inicio. Mientras que a principios de 2014 los sitios web se llenaban de teorías sobre la identidad del asesino y sobre las misteriosas y reveladoras referencias que plagaban la trama, en esta oportunidad la temporada recibió un tratamiento diferente. Los artículos, más que elucubrar quién había asesinado al gerente de la ciudad de Vinci, Ben Caspere, buscaban comprender quién era quién, qué rol cumplía y por qué era relevante.

Ese universo planteado por el creador Nic Pizzolatto se mostró complejo para un público casual, desprevenido, pero también para los espectadores ávidos y los críticos detallistas, quienes se dedicaron tanto a reseñar como a elaborar guías, disecciones claras del embrollo neo noir.


Los hilos del enredo

Intentando alejarse de la simplicidad de que podía plantear una trama de crimen-investigación-arresto, Pizzolatto buscó generar una historia que volviera a apelar a la naturaleza humana, esta vez desde la corrupción, cómo ésta moldea la vida de los hombres y les da "el mundo que merecen", según el mismo tagline de la temporada. Ese afán lo llevó a desarrollar una red de villanos variopinta, con policías, abogados, alcaldes, empresarios y mafiosos.

Lo que hizo que la historia perdiera su lógica interna, no obstante, no fue solo la sobreabundancia de personajes secundarios y terciarios, sino la manera confusa en la que estos se presentaban. Constituían un nombre, una cara y un cargo difícil de asociar entre sí y con los demás.

Hacia el final, ese revoltijo se mostró solo como una digresión para desviar la atención del público, un gran y engañoso Rey Amarillo que no permitía ver el verdadero camino, el de un par de niños huérfanos que solo buscaban vengar a sus padres y que terminaron arrastrando consigo a muchos otros hombres malos. El resultado fue una trama tan compleja como las enredadas carreteras californianas capturadas en un sinfín de hermosas, aunque reiterativas, tomas aéreas. Una confusión en la que la única respuesta a la incógnita era el lazo entre padres e hijos, siempre presente y oculto a la vez, quizá por estar muy a la vista en el vínculo de los cuatro personajes principales con sus progenitores y vástagos.

La existencia misma de esos cuatro personajes, cada uno con sus propias historias personales, tampoco ayudó a alivianar un argumento intrincado. Por más trasfondo que se les quisiera dar, tanto Ray (Colin Farrell) como Frank (Vince Vaughn), Paul (Taylor Kitsch) y Ani (Rachel McAdams) parecían evocar al espíritu del Rust Cohle (Matthew McConaughey) de la primera temporada, con sus ojos entrecerrados, ceños fruncidos y mandíbulas rígidas.

Aunque esta entrega incorporó un personaje principal femenino, el problema de las mujeres retratadas por Pizzolatto sigue siendo ostensible. Antes de comenzar la temporada, se hizo énfasis en la presencia de mujeres fuertes, que iban a marcar distancia con las figuras unidimensionales del debut. La dureza de Ani, sin embargo, no fue suficiente para llenar un vacío en el que las prostitutas siguen sin valer nada y todas las demás solo sirven para propagar la estirpe.

Los diálogos tampoco colaboraron con la construcción de los personajes, especialmente en el caso de Frank, el más trágico y filosófico de los cuatro. Curiosamente, una de las mejores escenas de Vince Vaughn es la final, en la que menos habla y más deja que su rostro y su cuerpo lleven la acción, arrastrándose, ensangrentado, por el desierto.

Para McAdams y Farrell el momento de brillar también fue el último episodio, que abrió con una escena fragmentada, en la que ambos personajes alternan entre estar dormidos, deambular por la habitación o permanecer despiertos, contándose sus oscuros secretos.

Las actuaciones de los tres, sin embargo, no fueron suficientes para redimir una temporada criticable, que recién hacia el final, al ajustar el foco sobre sus principales, comenzaba a adquirir más atractivo.


De egos y billetes

Además de intentar explicar y comprender, muchos críticos han procurado identificar el origen de tan brusco contraste entre la primera y segunda temporada. La respuesta ha venido tanto del ego artístico de Pizzolatto como de la partida del director, Cary Fukunaga (ver apunte), responsable de los primeros ocho episodios de la antología.

Sin su director estrella, Pizzolatto perdió, claramente, un balance de fuerzas y un decisivo contralor sobre las decisiones creativas. Solo, el escritor y creador de la serie adquiere el beneplácito necesario para explorar ideas que, por originales, no necesariamente toman la mejor forma posible. Esta temporada no solo ha supuesto un detrimento para la serie, sino que también ha amenazado su continuidad, bajo la sospecha de que la dupla Pizzolatto-Fukunaga era la verdadera fórmula detrás del éxito inicial.

Sin embargo, en una reciente conferencia de la Television Critics Association estadounidense, el presidente de programación HBO, Michael Lombardo, dijo que estaba dispuesto a comprometerse a una tercera temporada. "Si Pizzolatto quiere hacer otra temporada, la puerta está abierta, nos gustaría hacer otra", sostuvo, consciente, a fuerza de cifras, que el negocio de los detectives, por crudo que sea, sigue pagando bien.


El arte de pelear

Tras finalizada la primera temporada, el director Cary Fukunaga abandonó su rol alegando tener otros proyectos cinematográficos en su agenda. Los rumores de disputas con Pizzolatto se agudizaron gracias al tercer episodio de la segunda temporada, en el que los detectives visitan el set de una película cuyo director se asemeja demasiado a Fukunaga. Resuelta la incógnita del asesinato, la escena demostró ser una distracción para ocultar la identidad del asesino.

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