Opinión > OPINIÓN / Miguel Arregui

Trump, el muro y la traición a la esencia de EEUU

El presidente de EEUU no podrá cerrar el país a cal y canto sin traicionar la esencia de la nación y convertirla en otra cosa
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28 de enero de 2017 a las 05:00
Crucé el muro de Berlín, de occidente a oriente, en el verano de 1988, quince meses antes de su caída. Después de esperar un rato en el célebre Checkpoint Charlie de la Friedrichstrasse, un oficial del ejército de la RDA, cuyo uniforme se parecía demasiado al de las antiguas SS, me dijo amablemente en español: "Adelante, compañero periodista latinoamericano".

El muro de Berlín, la parte más simbólica de la "cortina de hierro", fue hecho para impedir que las personas huyeran de los regímenes del "socialismo real", al que sólo deseaban ingresar un puñado de simpatizanteso curiosos. Y ha habido y hay muchos otros muros, desde la muralla china hasta el paralelo 38 en Corea, todos erigidos a partir de historias de sangre, odio y miedo.

El muro de 3.000 kilómetros que Donald Trump quiere construir (de hecho: terminar) en la frontera con México contradice y puede arruinar a la velocidad del rayo buena parte de los mitos que moldearon a Estados Unidos. Ese país, que desde fines del siglo XVIII sirvió de modelo republicano y democrático a un mundo hasta entonces poblado por autócratas absolutos, que fue una fuente fundamental de utopías libertarias, desde la Revolución Francesa hasta las Instrucciones artiguistas del Año XIII, ahora promete encogerse, timorato, detrás de aranceles, muros y guardias, discriminación y cacería de inmigrantes a gran escala.

Donald Trump llegó a la Presidencia de la primera potencia mundial esgrimiendo el discurso de la derecha populista, centrado en el proteccionismo comercial, la xenofobia, el chauvinismo y la demagogia. Los populistas dividen a las sociedades por el odio: atizan los miedos subyacentes y el rechazo a una parte de la ciudadanía, lo que les significa la adhesión de la otra parte, en una falsa oposición inicial que terminan convirtiendo en verdadera.

Entre los primeros en recibir sopapos están los vecinos del sur, pues son quienes más acuden a Estados Unidos y, por tanto, quienes provocan más rechazo. Son mexicanos la mayoría de los 40 millones de inmigrantes (11 millones indocumentados) que pueblan las áreas más deprimidas de las ciudades estadounidenses, desde Los Ángeles a Nueva York, pasando por Chicago.
Ya en 2004 el controvertido Samuel Huntington, autor de "El choque de civilizaciones", sostenía que los inmigrantes hispanos, que reconquistaban el sur de Estados Unidos, eran una amenaza para el sueño americano.

Durante las últimas dos décadas México integró decididamente su economía con las de Estados Unidos y Canadá, según el Nafta o tratado de libre comercio de América del Norte. Y los mexicanos que trabajan en Estados Unidos han remitido a sus familias en México más de 20.000 millones de dólares en efectivo sólo en 2016, alrededor de la tercera parte del producto bruto uruguayo.

Muchos gobiernos estadounidenses, como otros en el mundo, han tratado de controlar y seleccionar los flujos migratorios, pero nunca hasta la asfixia, como parece que deseaTrump, al menos con los "latinos".De hecho, la vanguardia económica y tecnológica de Estados Unidos depende en parte de la inmigración. Sigue captando muchos talentos del Tercer Mundo, una elite que va desde científicos a artistas, a la que facilita la radicación, y acepta a los inmigrantes hambrientos como mano de obra barata para ocupar los puestos que sus ciudadanos ya no desean.

La inmigración masiva probó durante siglos que la Torre de Babel puede funcionar. Entre fines del siglo XIX y principios del XX el país captó migración fundamentalmente europea, mechada con mano de obra cuasi esclava proveniente de África, China o América Latina. Pero en las últimas décadas ha habido demasiados mexicanos para el gusto de Trump y sus votantes. Incluso buena parte de los antiguos inmigrantes latinos, que ya tienen residencia o ciudadanía, detestan a los nuevos "espalda mojadas", que vienen a competir por sus puestos y a empeorar la imagen de una minoría que ya representa más del 15% de la población total del país. Viejos y nuevos inmigrantes compiten por el privilegio de la servidumbre.

Estados Unidos es, según el historiador Paul Johnson, el país de las grandes virtudes y los grandes defectos: de "la vastedad y la abundancia, la infinita variedad de razas y colores de piel, el inmenso materialismo y el arrollador idealismo, el incesante espíritu de innovación, la ambición, el expansionismo, la actitud cargante, el ruido, la curiosidad, la preocupación por hacer lo correcto, por hacer el bien, por hacerse rico, por hacer felices a todos".

Estados Unidos esencialmente es inmigración, pluralidad e integración. No podrá abandonar esos principios sin decaer en el proceso y transformarse en otra cosa.

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