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Trump salió de cacería

El presidente de EEUU está en guerra y lo está disfrutando como nadie
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17 de abril de 2017 a las 05:00

Por Pablo Aragón

Hubo una época en la que los estadounidenses se hartaron de la estupidez y la hipocresía belicista de su elite gobernante, y decidieron hacer algo al respecto.

Habían oído a los neo-conservadores de la administración Bush, así como a los liberales-imperiales de la administración Obama, coincidir en la necesidad que el mundo tenía de contar con unos EEUU activos a escala global, comprometidos con todas las causas, dispuestos a disciplinar a todos los díscolos. ¡Como en Irak! ¿Acaso valía la pena ejercer tanta autoridad allí, al precio estimado de medio millón de niños asesinados?, se le preguntó a la ex Secretario de Estado Madelaine Albright. “Es un precio que vale la pena pagar”, concluyó la educada arpía.

Cuando comenzara, pues, la campaña electoral de 2016, los estadounidenses detectaron este tufo intervencionista ya no solamente en la candidatura de Hillary Clinton (una de cuyas asesoras era la mismísima Albright), sino también en la de Mark Rubio, Jeb Bush, John Kasich, y en las cascadas voces de los sospechosos de siempre: John McCain, Lindsay Graham y Mitt Romney. Hasta que apareció Donald Trump.

Un chiste en dos piernas, Trump ejemplificaba el ridículo, pero de su boca empezaron a emerger verdades de a puños: la guerra en Irak había sido un error “grande y gordo”; intervenir en conflictos como los de Medio Oriente era meterse con gente “de la que no sabemos nada”; EEUU tenía todo para ganar y nada que perder cooperando con Rusia; el único enemigo del mundo civilizado hoy es el Ejército Islámico … y, por sobre todo, “América está primero”.

El cabello seguía luciendo absurdo. El personaje seguía cayendo antipático. Su boca seguía repitiendo groserías. Pero Donald Trump sonaba increíblemente auspicioso: había delatado la tramoya de los guerreristas que anidan en los servicios de inteligencia; no caería en las trampas de las “primaveras árabes” o euro-orientales; emplearía el poderío militar estadounidense a fin de combatir el terrorismo islámico.

En una quincena, sin embargo, Trump viene de borrar todo lo anterior.

Como si emergiéramos de una pantomima teatral, los auditorios internacionales hemos escuchado, en apenas pocos días, varias novedades: que la OTAN, atinadamente calificada como “obsoleta” por Trump hace pocas semanas, ya no lo es más; que China, amenazada por Trump a causa de sus manipulaciones monetarias, ya no está manipulando nada; que Rusia y su presidente, a quienes la prensa retrataba como sus controladores, han sido ahora advertidos sobre su no bienvenida presencia en Medio Oriente; que el presidente sirio Bashar al-Assad, cuyo derrocamiento no era de interés de Trump en marzo, ha pasado a ser un “animal” sin futuro en abril.

Y todo esto ha venido aderezado por elocuentes hechos: el disparo de 59 misiles Tomahawk contra una base aérea siria, el envío de portaviones a las costas de Corea, y el disparo de la “madre de todas las bombas” (US$ 16 millones para matar a una centena de terroristas) contra objetivos del Ejército Islámico en Afganistán.

Donald Trump está, pues, en guerra, y lo está disfrutando como nadie.

Ha transcurrido, pues, una Semana Santa más, y nos hemos despertado en medio de una pesadilla. Los bombardeos en Siria se han efectuado ignorando completamente a la ONU, y basados en información dudosa respecto al empleo de armamento químico por parte de Assad en la provincia de Idlib. La guerra siria que todos anticipábamos terminara de una buena vez hacia el verano boreal, ha ganado un nuevo impulso: Washington ha vuelto a respaldar a los terroristas de Al Qaeda y el EI en el terreno. El control que Rusia ejercía sobre el espacio aéreo sirio ha sido puesto en entredicho, y Rusia misma indirectamente responsabilizada por su supuesta connivencia con el empleo de armas químicas… y pese a que todos sabemos que Rusia no quiere, porque no puede, salir de esta campaña, en la que su estabilidad interna está en juego, a causa de las conexiones terroristas en el Cáucaso.

Y se pone peor.

A diferencia de Siria, nada puede esconder el hecho de que movilizar submarinos y portaviones en las inmediaciones de la costa coreana es, técnicamente, un acto de guerra: Washington y Pyongyang están, jurídicamente, en guerra, suspendida por un armisticio aprobado en julio de 1953. No hay en Corea posibilidad de ejecutar un mero bombardeo disuasorio: cualquier acto hostil representa el inmediato ataque norcoreano a la capital de Corea del Sur, Seúl, ubicada a 40 kms. de la frontera, y todos sabemos que no hay ni EEUU ni Superman que logre hacer nada en las primeras 24 a 48 horas de matanza en esa ciudad de 10 millones de habitantes.

¿Y qué decir de la Massive Ordnance Air Blast Bomb, arrojada en Afganistán? Una peligrosa compadrada sin sustancia. Se arroje allí el armamento que se arroje, nada puede esconder el hecho de que la guerra en Afganistán está irremisiblemente perdida por EEUU, tal como le ocurriera al Imperio Británico, al Imperio Ruso y a la URSS. La “madre de todas las bombas” habrá logrado destruir el sistema de túneles empleados por ISIS en Afganistán, pero quienes se beneficiarán de ello serán las tropas talibanas que, por cierto, combaten por la primacía en ese país, pero detestan a EEUU con todas las fibras de su cuerpo.

La estupidez se expande. La “madre de todas las bombas”, según nos narrara el mismo Trump, es en realidad … ¡una advertencia para Corea del Norte! Sí: el país gobernado por un psicótico, inclinado a ejecutar a sus familiares más cercanos atándolos a misiles o a bocas de cañón, pero que ya ha ordenado cinco pruebas nucleares, ha desarrollado un misil balístico intercontinental y está tan infantilmente enamorado de su armamento como lo parece Trump.

Todo es satisfacción hoy en Washington y las capitales occidentales. Todos aplauden el hecho de que el presidente de los EEUU ha vuelto a ser lo que se esperaba de él: han desaparecido todas las menciones al supuesto “hackeo” ruso de la campaña demócrata; tal parece que Putin no tiene ya filmaciones comprometedoras con las que extorsionar a Trump. ¡Si hasta las cancillerías más sofisticadas del mundo se han apresurado a votar en la ONU una condena no a Washington por haber bombardeado un país sin haber mediado ultraje, sino a Siria por haber cometido crímenes que Washington asegura que cometiera, aunque no haya presentado pruebas!

Éste es, pues, el Trump que todos queríamos: conmocionado por la filmación de cadáveres infantiles en la cadena Fox; furioso al ver el sufrimiento que estas escenas despertaran en su hija favorita, Ivanka; presto a arrojar la “madre de todas las bombas” mientras comía una hermosa torta de chocolate con el presidente chino. ¿Quién extraña, pues, a Hillary ahora que tenemos ante nosotros a un presidente que puede arrojar la torta, y comérsela al mismo tiempo?

Ojalá Trump pueda disfrutar de todo ello, y por mucho tiempo. Pero la realidad de los procesos que ha puesto en marcha con esta cabriola es que las guerras de la realidad distan de ser las de las pantallas televisivas, y que el afán pistolero que embosca a todo presidente de los EEUU ha probado invariablemente ser el oro de los tontos, y la cuerda con la que cuelgan su poca o mucha respetabilidad.

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