Marco Rubio y Donald Trump, durante un duro debate republicano

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Trump y Hillary camino a un mano a mano memorable

El supermartes dejó a los aspirantes muy cerca de verse las caras en la lucha por la Casa Blanca
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03 de marzo de 2016 a las 05:00
Había una gran expectativa, como en casi todas las elecciones internas de Estados Unidos antes de la jornada del supermartes, que desde las elecciones de 1988 es el día más importante de las primarias, cuando votan una oncena de estados al mismo tiempo y están en juego cerca de la mitad de los delegados de cada partido.

En tiendas republicanas, se aguardaban los resultados para saber si, a despecho de los jefes del partido, Donald Trump confirmaría en las urnas su liderazgo en las encuestas, o si emergería por fin el candidato del establishment republicano, Marco Rubio. Y entre los demócratas, se esperaba una victoria resonante de Hillary Clinton que contribuyera a mejorar la imagen de su campaña, deslucida por el inesperado ascenso del candidato antiestablishment Bernie Sanders.

Para las élites del Partido Republicano fue un mal día. Trump se alzó con la victoria en siete de los 11 estados en disputa, ganando en el sur, en el norte y confirmando la amplitud de su base electoral. Mientras que Rubio apenas ganó en Minnesota, entró tercero en la mayoría de las contiendas; y en Virginia no pudo ganar ni con la afluencia de los votantes del norte del estado, que forma parte del área metropolitana de Washington DC y donde los habitantes tienen un mayor nivel de educación y vínculos con el gobierno central.

Rubio fue el gran perdedor del supermartes, y con él, el propio Partido Republicano, cuyas bases se han radicalizado en gran forma los últimos años, provocando primero el ascenso del populismo de derecha del Tea Party, y ahora el de Trump. De hecho los tres candidatos con más posibilidades de obtener la nominación hoy (Trump, Rubio y el senador por Texas Ted Cruz) son los más radicales de la baraja republicana. Si bien Rubio ha sido ahora adoptado por el establishment, nunca ha sido un político muy moderado. Aunque en comparación con Cruz y Trump, lo es sin duda.

Lejos del pueblo

Pero ese giro radical que han dado las bases republicanas obedece también a la desconexión de las élites con el pueblo llano y con el interés general, en favor de los lobbies y de los intereses creados. Un fenómeno que afecta en la misma medida al Partido Demócrata. Así, y solo así, puede explicarse la popularidad de un socialista declarado como Bernie Sanders.

Con los resultados del supermartes a la vista, se antoja muy difícil que a esta altura puedan detener el tren victorioso de Trump. Aunque el magnate también exhibió algunas debilidades: Perdió Texas —la joya de la corona, con 155 delegados en juego—, Oklahoma y Alaska a manos Cruz. Y en Vermont le ganó a John Kasich por una puesta de mano.

Esto podría ser el preludio para otras derrotas del magnate en el norte del país y en el oeste, cuando los estados de esas zonas empiecen a votar la semana próxima. Por ahora no es lo que vaticinan los sondeos, y la amplia ventaja que ya lleva Trump en número de delegados pone a las matemáticas de su lado.

Por otra parte, mientras más tiempo permanezcan Rubio, Cruz y Kasich en la contienda, más se beneficia el neoyorquino, ya que estos tres se dividen el llamado "voto anti-Trump".

Pronta definición

De modo que, a buen seguro, todo se va a definir antes. Tan pronto como el 15 de marzo. Si ese día Rubio no gana en su estado de la Florida y en Ohio, ya debería abandonar la carrera. Lo mismo que Cruz, si para entonces no ha logrado hilar una buena cantidad de victorias en el sur. Se ve difícil, pero en estas dos semanas, estará la última oportunidad de los republicanos para detener a Trump.

La victoria de Hillary Clinton en la interna demócrata no fue tan abultada, ya que perdió también en cuatro estados pero contra un solo rival; lo que a su vez reafirma el arrastre de Sanders. Sin embargo, por diversas razones, Hillary parece tener un camino hacia la nominación mucho más despejado que el de Trump. Y la principal de esas razones son los llamados "superdelegados".

En las primarias de ambos partidos, los estados asignan un número de delegados a cada candidato de acuerdo a los votos obtenidos. La mayoría lo hace por un sistema de representación proporcional, y otros por la modalidad conocida como "winner-takes-all", donde el ganador se lleva todos los delegados del estado en disputa. Pero estos corresponden siempre a los votos emitidos. Sin embargo, el Partido Demócrata se reserva un elevado número de superdelegados designados por el partido (legisladores y notables en cada estado); y estos votan como les parece, independientemente del resultado.

De los 2.383 delegados que necesita un candidato demócrata para obtener la nominación, 712 (casi un tercio) son superdelegados. Y esos en esta interna están todos con Hillary. Apenas 19 votan a Sanders. De ahí la enorme ventaja que le lleva la exsecretaria de Estado al socialista en delegados, y que se ha mantenido aun cuando ha perdido en New Hampshire. Es como empezar un partido de fútbol ganando 2 a 0.

Normalmente nunca se da una diferencia tan abismal en la interna demócrata; pero en esta elección estamos hablando de un candidato antisistema enfrentando a una señora que personifica al establishment demócrata. Si a todo ello, le sumamos que además Hillary va ganando aun sin contar los superdelegados, la ventaja parece irremontable para Sanders.

Y así, a menos que varios imponderables se alineen sobre el firmamento de los Estados Unidos (y en ese país, por experiencia, todo puede pasar), seguramente veamos después de las convenciones partidarias de junio, a Trump y a Clinton cara a cara por la Casa Blanca en una pelea de pronóstico reservado. Ninguno de los dos se avizora como un gran presidente de la primera potencia, en momentos que el mundo mucho lo necesita. Pero sin duda y con largueza, la más sensata y menos peligrosa es Hillary.

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