Opinión > HECHO DE LA SEMANA/ MIGUEL ARREGUI

Trump y Putin, los guapos del barrio

Los líderes de Estados Unidos y Rusia juegan a la guerra para complacer a clientes y amigos
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15 de abril de 2017 a las 05:00
Donald Trump y Vladímir Putin se pavonean a ver quién es más fuerte y resuelto. La excusa de hoy es Siria, tierra yerma y sangrienta que ha sido territorio de luchas imperiales durante miles de años; y que ahora, desde marzo de 2011, padece la guerra civil más feroz imaginable. El régimen de la familia Asad, que gobierna desde hace casi medio siglo, y que cuenta con el respaldo de Rusia e Irán, combate contra diversas facciones opositoras, apoyadas por Estados Unidos, Turquía, Arabia Saudita y naciones europeas.

El descenso a los infiernos ya ha provocado 320 mil muertos, más de 11 millones de desplazados y refugiados (la mitad de la población siria de antes de la guerra) y ha dejado por los suelos el tejido social y la infraestructura del país. La gigantesca ola de migrantes produce grandes crisis en el mundo árabe y en Europa.

El régimen del presidente Bachar al Asad, que parecía derrotado, recuperó el terreno y lleva las de ganar gracias al completo respaldo de Vladímir Putin. Para peor, una parte de la debilitada oposición ha sido copada por grupos yihadistas como Estado Islámico.

La primavera árabe, iniciada entre 2010 y 2013 en forma de grandes manifestaciones en reclamo de más libertades, derribó varios dictadores a costa de un gran caos o de nuevas gobiernos autoritarios. "Mi peor error fue Libia", admitió en abril de 2016 el expresidente estadounidense Barack Obama: "No planear el día después" de la intervención que acabó con el régimen de Muamar Gadafi.

Este miércoles, tras reunirse en Moscú, el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, y Putin, se pusieron de acuerdo en que no están de acuerdo, salvo en librar una "guerra implacable contra el terrorismo".

El presidente Trump parece encantado con su poder, como un niño malcriado con nuevos juguetes. Contó que ordenó disparar 59 misiles navales Tomahawk contra una base aérea en Siria el 6 de abril mientras comía el postre en una cena con su par chino, Xi Jinping.

Estados Unidos no había atacado directamente al régimen sirio desde el inicio de la guerra civil en ese país. Pero Trump inauguró una etapa de gatillo fácil –y de advertencias a Irán y Rusia– después que, aparentemente, fuerzas de Al Asad utilizaran armas químicas en un ataque a grupos disidentes.

Trump estaba contento con el resultado de sus charlas con el presidente de China, la segunda superpotencia mundial. Parece que le ofreció un buen trato comercial a cambio de que Pekín se ocupe de parar el belicismo del régimen de Corea del Norte.

Comercio: esa es la piedra angular. Los chinos se han tornado muy pragmáticos y –oh, las vueltas de la vida– unos firmes defensores del libre comercio. Los chinos son una faz optimista del mundo, con su ascendente capitalismo autoritario, en tanto Trump expresa los miedos de los viejos ricos.

Trump se desdijo de lo que ha dicho durante años: declaró al diario The Wall Street Journal que China no manipula su moneda, el yuan, para obtener ventajas comerciales. Por el contrario, opinó que el dólar está "demasiado fuerte", lo que castiga a los exportadores estadounidenses, y dijo: "En parte es mi culpa porque la gente tiene confianza en mí". No podía ser de otra manera.

Trump también ordenó el envío de un portaaviones nuclear y sus buques de escolta con rumbo al mar de Japón. Estados Unidos, que durante muchas décadas ha tenido tropas en la zona, como garantes de Corea del Sur y Japón, desea evitar que el régimen comunista norcoreano desarrolle misiles nucleares. Pero se enfrenta al riesgo de una escalada mortal si pasa a la acción. Corea del Norte no es Siria sino una pequeña potencia imprevisible capaz de provocar una hecatombe con sus armas atómicas, químicas y bacteriológicas.

Putin, mientras tanto, es una puesta al día, con ropajes democráticos, de la larga historia de autócratas rusos, desde los zares a los líderes soviéticos. Él ha logrado que muchos rusos recuperen parte de la autoestima nacionalista que perdieron cuando la debacle del imperio soviético en los años de 1990.

Algunos pintan al presidente ruso como un bravucón simple, en tanto otros lo consideran un genio de la estrategia. Él se sirve de una cuota de machismo militarista. Recuerden la forma en que arrebató Crimea a Ucrania. La Unión Europea y la OTAN ya han llegado demasiado lejos.

Siria ha estado bajo el paraguas de Moscú por más de 70 años. Rusia tiene bases navales y aéreas en Siria, con frente al Mediterráneo. El mensaje es: pueden venir a nosotros; no abandonamos a nuestros clientes y aliados, sin importar lo que digan Estados Unidos y la Unión Europea.

Pero Rusia, cuya economía es minúscula al lado de la estadounidense, en todo caso le tema más a China, su gigantesco vecino del Sur, que crece y crece y se muestra orgulloso y desafiante desde las escaramuzas sino-soviéticas de la década de 1960.

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