Mundo > análisis/ Fernando Gutiérrez

Twitter, el macrismo y el paro

Protesta atípica: dirigencia sindical fue conciliadora y gobierno recupera apoyo
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10 de abril de 2017 a las 05:00
El paro general convocado por la CGT el jueves 6 es la mejor síntesis de cómo está cambiando el panorama político argentino: dirigentes sindicales que convocan a la medida casi por obligación, movimientos antiparo organizados desde las redes sociales de internet y un gobierno que parece fortalecerse políticamente con el conflicto.

Lejos de las situaciones típicas de los paros tradicionales, este tuvo características extrañas. Para empezar, confirmó que los cambios tecnológicos no son un detalle menor sino que empiezan a condicionar con fuerza la política argentina.

Primero, porque Uber y otros taxis desregulados desafiaron el monopolio transportista, un factor siempre determinante para definir el grado de adhesión a la jornada de protesta. La demanda por esos nuevos servicios se cuadruplicó ese día, haciendo así que se atenuara la fuerza del paro.
Pero, sobre todo, porque las mismas redes sociales que antes habían organizado de manera espontánea una marcha de apoyo al gobierno, ahora instalaron un fuerte clima antisindical, con el "topic" #yonoparo. Fue tan fuerte la influencia de Twitter que los propios dirigentes sindicales admitieron luego que la protesta había sido afectada por "la campaña de desprestigio" realizada desde las redes.
Y en el "después", a la hora de tratar de instalar la versión sobre qué tan contundente fue la paralización de actividades, también internet pasó a jugar un rol importante, porque desafió la versión oficial de los sindicatos.

Antes, si un dirigente gremial afirmaba que el acatamiento había sido total en todo el país, un ciudadano de Catamarca, que no compartía esos dichos, no tenía otra posibilidad de protesta que gritarle al televisor.

Hoy, en cambio, con una red de 14 millones de tuiteros argentinos, puede desmentir la versión sindical y dar testimonio con imágenes de cuál fue el nivel real de actividad. Es así que luego de la conferencia de la CGT, los partidarios del gobierno intentaron instalar en las redes el eslogan "el paro fracasó".

Lo más extraño es que el gobierno de Mauricio Macri se comportó a lo largo de todo el día del paro como si estuviera obteniendo un triunfo político, algo así como una nueva jornada de reafirmación.

Pero hay otro aspecto en el que la CGT demostró tener mucho más interés que en la cuestión casi deportiva de "quién ganó" en la jornada. Y tiene que ver con otra duda clásica de cada pos paro: si la protesta debe ser considerada como el inicio de una escalada conflictiva para desgastar al gobierno o si, por el contrario, fue un punto de máxima a partir del cual las tensiones se irán diluyendo. Es allí donde reside la condición original y distintiva de la huelga del jueves.

A diferencia del estilo cultivado por Hugo Moyano (que siempre insinuaba un agravamiento del conflicto), el triunvirato de la CGT mostró una actitud conciliadora y "dialoguista". De hecho, es posible que "diálogo" haya sido la palabra más pronunciada por Héctor Daer, Juan Carlos Schmid y Carlos Acuña, los miembros del triunvirato de la CGT, a lo largo de toda la jornada.

Se refirieron a este tema desde temprano en entrevistas radiales, en dos ruedas de prensa y en diversas apariciones televisivas. La actitud del triunvirato confirmó las sospechas que afloraban en los análisis políticos previos: que los tres dirigentes tratarían de aprovechar la jornada para recuperar el protagonismo y hasta cierta legitimidad perdida tras el acto de marzo que finalizó con incidentes.
No era secreto para nadie que la dirigencia terminó convocando al paro casi a su pesar, arrastrada por la fuerte presión de los sectores más radicalizados que, en aquella marcha, coparon la escena a botellazo limpio y con la consigna "poné la fecha, la puta que lo parió".

Lo cierto es que –muy lejos de la postura del ala dura– la actitud del triunvirato en la conferencia pos paro no fue la de una dirigencia "peleadora" que promete mayor conflictividad. Más bien, abundaron las señales de paz hacia el gobierno.

"No somos parte del problema sino de la solución", se escuchó en una de las ruedas de prensa.
Por si faltaran señales políticas, Schmid dijo que la CGT no tiene la menor intención desestabilizadora y que, más aún, rechaza cualquier posibilidad de que Macri termine su mandato en forma anticipada.
En definitiva, frases muy alejadas de las escuchadas en las marchas afines al kirchnerismo, o las pronunciadas en el acto de la izquierdista CTA en plaza de Mayo, que pedían que las protestas debían seguir "hasta que caiga el modelo".

Y acaso la señal más fuerte de moderación haya sido la toma de distancia que tomó la CGT respecto de los piquetes y cortes de accesos realizados por grupos de izquierda en autopistas, puentes y avenidas del conurbano. Los dirigentes dejaron en claro que ni organizaron ni avalaron ese tipo de medidas.

Un macrismo ganador

Y apenas esbozaron una tibia condena a la represión policial, pero casi al pasar, un punto menor en un discurso en el que el tema central fue el llamado a retomar el diálogo. La gran duda ahora pasa por saber cómo reaccionará ese interlocutor al que el triunvirato estuvo apelando.

En otro momento, tal vez no quedarían sembrados interrogantes de que el macrismo, así fuera por vocación dialoguista o por pura estrategia política, recogería el guante. A fin de cuentas, llevarse bien con la CGT, para un gobierno no peronista y con minoría en el Congreso, es un objetivo altamente deseable.

Además, reconocerle el rol de interlocutor al sector moderado del arco sindical implica cerrarle las puertas a grupos más radicalizados y así mejorar el control de la situación social. Pero el macrismo dejó en claro que algo cambió. La marcha del 1° de abril cambió el panorama. Le devolvió la confianza y le hizo ver que goza de un apoyo capaz de transformarse en una fuerza que se moviliza.

Y hasta tomó el día de paro como oportunidad para congraciarse con parte de su electorado, que le reclamaba una actitud más dura hacia los piquetes. Fue, sin dudas, un paro atípico, con una central sindical que, al mismo tiempo que califica la adhesión como "contundente", da señales de necesitar al gobierno. Y, del otro lado, un macrismo que siente que en la confrontación empieza a obtener rédito electoral.

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