Un banquete de bodas lleno de acidez

Originalmente, la pieza que este viernes llega al teatro Circular se estrenó en 2003 en España con el título Alejandro y Ana, lo que España no pudo ver del banquete de bodas de la hija del presidente, y fue concebida como una parodia del casamiento de la hija de José María Aznar. En la versión de Eduardo Cervieri se omite la referencia puntual al acontecimiento real, situando la acción en el casamiento de la hija de “un presidente del primer mundo” en donde el público oficia de “invitado” al banquete de bodas. El escenario recrea un salón de fiestas, en tanto los cuatro actores en escena encarnan en forma alternada a los camareros, el chofer, el obispo, los ministros, las damas de compañía, y hasta los novios. Antes de su estreno, El Observador tuvo una breve charla con el director sobre esta puesta.

Con esta es la tercera obra que estrena de Juan Mayorga... ¿Qué es lo que lo sedujo tanto de este autor español?
Yo siempre defiendo el teatro de texto. Mayorga combina una aguda visión cuestionadora sobre el comportamiento humano, el histórico o el actual, con un manejo exquisito del lenguaje. Maneja a la perfección la pluma y el estilete. Por eso, desde que leí su primer texto, quedé atrapado.

¿Banquete de bodas tiene algo en común con las obras anteriores que estrenó en Uruguay del mismo autor como Camino del cielo y Cartas de amor a Stalin?
Camino del cielo era una visión del infierno del holocausto judío; Cartas de amor a Stalin nos internaba en el mundo de la creación y el manejo con el poder, con la censura. Banquete de bodas presenta a los personajes que manejan el mundo de las finanzas, la guerra, el petróleo y nos expone ante la xenofobia, el odio. En las dos primeras obras podíamos ver el poder corporeizado en un personaje (el coronel del campo de concentración, el propio Stalin), en cambio en Banquete está más diversificado y, tal vez por eso mismo, es un poco más difícil de ver. La otra diferencia es que Bodas –que Mayorga escribió junto a otro excelente autor español, Juan Cavestany– se juega con una dosis permanente de humor.

¿Por qué opto por quitarle la referencia directa al casamiento de la hija de Aznar?
Quisimos quitarle lo específico y hacerla una historia más universal, pero mantenemos todo el resto tal cual. Los autores dicen que la obra es “un documental sobre el pensamiento de la derecha”.

¿La hubiera hecho igual si en España no hubiera ganado la derecha en las últimas elecciones?
Ya teníamos programado hacerla mucho antes de las últimas elecciones. Y además me resisto a vincularla expresamente con el casamiento de la hija de Aznar, para no obtener ningún rédito efectista basado en el penoso resultado de las últimas elecciones.

Solo cuatro actores representan a varios personajes, desde los mozos hasta los novios. ¿Eso hace que el tono de su interpretación sea satírica?
La idea fue no caer en el grotesco, que los actores no cayeran en la caricatura. Me propuse evitar que la cáscara se comiera el contenido, ya que si bien estos pueden aparecer con zapatos de taco alto y carterita, dicen cosas tan hilarantes como terribles.

¿Cuál es el tipo de humor que predomina?
El cuestionador. A veces nos reímos y enseguida nos pegan en el estómago. Pan y chocolate.

¿Hay alguna escena que pueda sintetizar el ADN de la obra?
Muchas, pero, en tren de elegir el ADN, dos: una en que dos prostitutas de altísimo nivel se encuentran en el baño de señoras y una de ellas lee en la pared un grafitti pintado con lápiz de labios que las incluye, y, la otra, en la que dos mucamas tiran a la basura los platos intactos del banquete mientras surge una reflexión sobre lo que es ser de derecha o de izquierda.