Por Valentín Trujillo
El otro día en ocasión del Día Mundial del Malbec, que se desarrolló en la residencia del embajador argentino en Montevideo, Dante Dovena, me encontré Sebastián Hoy, importador y distribuidor de bebidas premium en Uruguay (muchas de ellas, grandes cervezas) y además fabricante de cerveza casera.
Pero Hoy no estaba allí como sapo de otro pozo, sino como representante de una hermandad que debe promoverse y profundizarse. El mundo de la cerveza artesanal y de cerveza casera se está expandiendo mucho en el país, como lo demuestra este video del El Observador realizado por Cecilia Arregui, quizás en mayor número que el del vino.
Tanto el vinero como el que gusta de la cerveza artesanal hicieron un “click”. En ambos casos se trata de gente que pretende mejorar la calidad de lo que toma, que se cansó de las ofertas de bebidas alcohólicas estándar y masivas, y que busca nuevos sabores con cabeza abierta y perceptiva.
“Por lo tanto, ambos mundos se necesitan mutuamente, porque el pasaje de uno a otro se vuelve fácil una vez que están iniciados”, me decía Hoy, un uruguayo descendiente de daneses y galeses que lleva las bebidas en el ADN. Y es cierto. El paladar de alguien que le gusta el vino puede ser relativamente adaptable a quien gusta de beber cerveza artesanal o casera. Hay una barrera que franqueó y entonces se encuentra un universo de experiencias que implican aprendizaje, experimentación, intuición, ensayo, error, acierto y al final del proceso, disfrute del espíritu.
Por lo tanto, los vineros saludamos con énfasis a la legión de cerveceros artesanales que están en pleno desarrollo. No son la vereda de enfrente. Son una vereda en paralelo a la que es bueno (y muy disfrutable) cruzar.