Nacional > Cambio de mando

Un doctor rico entre los pobres

El presidente masón le dio al FA mayor incidencia sobre los más necesitados pero también tejió lazos con Iglesia y empresarios
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02 de marzo de 2015 a las 10:10

Una tarde de setiembre de 1989 Tabaré Vázquez entró a Cerro Norte en su rol de candidato a la intendencia de Montevideo por el Frente Amplio, y, enseguida, se le plantó en el camino un personaje que le develó cuáles serían los obstáculos que se le presentarían en su carrera política. A la vez, le ofreció la oportunidad de mostrar cuánta capacidad tenía el oncólogo para sortear dificultades.

La voz aguardentosa le llegó desde debajo de un árbol en donde un morocho de tamaño importante bebía de una botella con un sospechoso contenido que, sin duda, tenía mucho alcohol. “¿¡Qué te pensás que hacés vos acá!? ¡Rajá de acá!”, le gritó el hombre que, según testigos, tenía todas las características de un “lumpen pachequista” al que le sobraba transpiración y le faltaban dientes.

Vázquez enfiló hacia el foco de la hostilidad, le señaló la botella y lo encaró con un “¿me convida?”. El hombre, medio desacomodado por la proximidad del novel político, le alcanzó la bebida y Vázquez le pegó un buche corto.

Minutos después, el borracho había dejado de lado su belicosidad y lo conducía por los laberintos de Cerro Norte para presentarle a los vecinos de una zona que, veinticinco años después, es una de las principales usinas de votos de la izquierda.

Aquella tarde, Vázquez mostró, y se demostró, que aunque los años lo llevaron de La Teja natal hacia el aristocrático Prado, no había perdido su soltura para hablar con los sectores más populares, esos a los que el Frente Amplio no había podido llegar con demasiada eficacia pese a declamar que hablaba en su nombre. Al mismo tiempo, Vázquez iba ascendiendo en la masonería hasta llegar a ser maestro y se convertía en uno de los oncólogos más eficaces del país. El lustre social y los agradecimientos de decenas de pacientes provenientes de todas las clases sociales, terminaron por delinear una personalidad que ayer lo llevó a convertirse en uno de los tres hombres –los otros son José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti– en ser electos dos veces para ejercer la Presidencia de la República.

Si bien muchos consideran a José Mujica como el líder izquierdista más querido en las zonas más pobres del país, fue Vázquez quien empezó a terminar con la dependencia frenteamplista del voto de clase media más o menos ilustrada y a recoger el apoyo de los más necesitados.

Así como Mujica sufrió cárcel durante la dictadura pero desde la Presidencia tuvo una actitud contemplativa con los militares, Vázquez ejerció de médico sin mayores problemas en aquella época pero, cuando tuvo el poder, dio los pasos posibles para mandar presos a los represores.

En aquel 1989 del principio de la crónica, Vázquez ganó para la izquierda la intendencia de Montevideo y acuñó la frase “prefiero darle de comer a un niño que tapar un pozo”.

Luego, como presidente, siguió en esa linea otorgando partidas de dinero a los más necesitados sin pedir contraprestaciones. Del mismo modo, mantuvo intocadas las bases macroeconómicas sentadas por blancos y colorados, lo que le granjeó el apoyo de muchos empresarios.

Hijo de un padre obrero de ANCAP que participaba activamente de la actividad sindical y de un ama de casa, Vázquez fue a la escuela pública y, para ayudar a su familia, trabajó de todo un poco –cada tanto recuerda las barras de hielo que cargó por las calles de su barrio– y fundó en su juventud el club Arbolito, un mítico lugar de encuentro de La Teja y sus alrededores.

Años después se encontró con una economía casera muy desahogada fruto, fundamentalmente, de su participación en la clínica oncológica Cor.

Como presidente del club de fútbol Progreso, puesto que ocupó durante 10 años, cada fin de semana dejaba de lado la túnica y se lo veía contra el alambrado del parque Paladino alentando e insultando a diestra y siniestra.

También a izquierda y derecha se recostó cuando, como presidente de la República, hizo negocios con el presidente venezolano Hugo Chávez y luego recibió cálidamente al norteamericano George Bush.

Maestro de la masonería, tiene una relación vacilante con la religión y con la idea de un Dios creador. “A veces no creo y a veces necesito tanto creer”, ha dicho.

Sus modales “de pastor evangelista” y su rechazo a la despenalización del aborto le restaron puntos en parte de la izquierda liberal de clase media, y le sumaron simpatías en ambientes clericales. Con ese bagaje a cuestas, con esas sumas y restas, Vázquez volvió para mandar. l

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