El removedor libro de Leonardo Haberkorn

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Un libro revela que hubo tupamaros que torturaron junto con los militares

Ex guerrilleros fingían gritos para que empresarios declararan ante los oficiales
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11 de mayo de 2011 a las 22:11

En la década de 1970, miembros del MLN Tupamaros actuaron en allanamientos y operaciones conjuntamente con fuerzas militares, y luego, en los cuarteles, participaron en actos de tortura junto a los oficiales en perjuicio de empresarios a los que acusaban de haber incurrido en ilícitos económicos. En algunas ocasiones, los tupamaros torturaban directamente, haciéndoles el submarino a otros detenidos, y otras veces colaboraban con la tortura psicológica, fingiendo gritos en los calabozos cercanos para que estos empresarios declararan ante los militares que los interrogaban. Este nuevo capítulo de la connivencia que llegó a existir –y que en otros planos existe hoy– entre tupamaros y militares aparece contenida en un libro del periodista Leonardo Haberkorn, que se presentó este miércoles y que lleva por título Tupas y milicos.

El libro se basa en los testimonios del coronel Luis Agosto, del profesor de historia y ex tupamaro Armando Miraldi, y del contador Carlos Koncke, quien inició la carrera militar pero terminó militando en el MLN. Todos ellos tienen en común haber pasado, en distintas circunstancias, por el cuartel de La Paloma, en la zona del Cerro de Montevideo, en 1972, año en que tuvo lugar la llamada tregua: conversaciones entre militares y tupamaros que estaban presos, quienes, a cambio de que pararan las torturas, colaboraban con la oficialidad en la investigación de ilícitos económicos.

“La inquietud de trabajar juntos vino de los tupas, que nos decían: ustedes nos cagan a patadas a nosotros, pero a los que causaron todo este despelote, no –recuerda el coronel Agosto–. Ahí empezamos a investigar los ilícitos económicos. No sé quién lo decidió. Yo era un simple capitán y eso vino de arriba. Hubo una orden superior para que empezáramos a trabajar en esos temas. No fue una cuestión mía pero no me pareció mal, al contrario”.

De aquel momento en que tupamaros circulaban con libertad por La Paloma y compartían la comida con los oficiales, Mónica, una ex guerrillera que dio testimonio para la publicación, cuenta: “El clima era totalmente peruanista. (...) Eran cuadros del Ejército que compartían esa visión de cambiar el Uruguay. Tenía claro que para que esos planes se hicieran realidad tenía que haber un golpe de Estado. Algo así como milicos y tupas unidos y adelante. Era la toma del poder unidos con los enemigos. Nunca pensé que fuera a ser un proceso pacífico, no se podía pensar que eso fuera a ocurrir por un proceso electoral”.

En ese clima los oficiales comenzaron a dejar participar a tupamaros en acciones militares. “Sin que mediara la orden de un juez, los oficiales de La Paloma realizaban allanamientos en diferentes empresas o estudios contables y expropiaban libros o documentos para investigar si existían delitos económicos que merecieran ser perseguidos. El Ejército y el MLN, juntos, actuaban así por encima del Poder Judicial y del sistema institucional en su conjunto”, dice el autor del libro. Y Koncke lo avala: “Yo iba vestido de civil. Recuerdo que entrábamos a los lugares bien al estilo militar: duros, atropellando, y todo el mundo en el molde. Fui a dos o tres lados así”.


Nuevos presos
En un momento de la tregua “el cuartel empezó a llenarse de una nueva tanda de presos, pero esta vez no eran tupamaros, ni sindicalistas, ni izquierdistas de ningún tipo. Eran empresarios y profesionales detenidos en función de los documentos comerciales y financieros incautados, sospechosos de corrupción, acusados de defraudar impuestos, señalados como los responsables de vaciar el país con la mirada cómplice de los políticos venales. Ellos se llevaban la riqueza del país y eran la causa de la subversión. Por su culpa los tupamaros de habían alzado en armas. Los oficiales de La Paloma y de otras unidades habían decidido que era hora de que pagaran sus culpas: la subversión debía ser eliminada desde su propia raíz”.

Pero las cosas empezaron a ir más lejos, y los tupamaros presos aceptaron teatralizar la tortura cada vez que caía por el cuartel un empresario, alguien a quien tanto militares como guerrilleros veían como enemigos. Cuenta Agosto: “Los tupas se prestaban para estar en celdas cercanas y gritar en esos momentos. Desde la pieza de al lado a la que usábamos para interrogar a los ilícitos, los tupas gritaban: ‘No, no me mates, no me mates’, y los tipos se asustaban y declaraban sin que les hiciéramos nada. Los tupas gritaban y los tipos se cagaban y pedían para confesar”.

El coronel retirado relata que algunos de los presos del MLN ya habían colaborado en los interrogatorios, incluso antes de la tregua. “Había uno, prefiero no decir el apellido, que interrogaba: un tupamaro que interrogaba a tupas. Y yo lo dejé interrogar porque quería que agarrara confianza, sabía que él estaba ocultando algo. Hasta que un día por sorpresa lo fui a interrogar a él. ‘Que te pasa Juan, que te pasa’, me dijo. Pero yo ya había averiguado que él era el que había estado debajo de la iglesia cuando mataron a Acosta y Lara. Fue el que avisó del momento de disparar, porque los de arriba no veían cuando aparecía Acosta. Ese tupamaro metió a muchos tupas adentro. Eso lo puedo mencionar perfectamente”.

Koncke relata luego lo que le pasó a León Buka, “un simple contador como hay miles. Lo detuvieron porque lo denunció un tupa de veintipocos años, un estúpido, un débil mental que lo hizo solo para estar bien con los milicos. ¿De qué lo acusaban?, de nada. ¡En aquel momento no existía el blanqueo de capitales, porque no había impuesto a la renta! Pero los milicos no entendían nada de nada. Lo torturaron de manera brutal. Yo sentía necesidad de consolarlo, de acercarme y decirle: ‘Mire que esto va a pasar’, pero no lo puede hacer”.

“La indignación de Koncke aumenta cuando recuerda que al menos uno de los tupamaros presos colaboró en los interrogatorios y en la tortura a los detenidos por supuestos ilícitos económicos. Él mismo recibió una oferta para sumarse a esa experiencia, pero se negó a participar”, señala el autor.

Koncke afirma: “A mí los militares me quisieron llevar a interrogar, pero yo les dije que de ninguna manera, que eso era cosa de ellos. Pero sí recuerdo a un tupa que sí aceptó interrogar a los ilícitos y fue. Yo lo vi. ¡Lo vi yo mismo! Era un tipo muy especial, un verdadero rico tipo. Y cuando volvía se ufanaba: ¡Yo le metía la cabeza en el tacho, sí! Estaba orgulloso de lo que había hecho”.

El autor vuelve a tomar el relato: “En una correspondencia a la que pude acceder para esta investigación, otro integrante del MLN preso en La Paloma revivió así aquellos momentos: Al contador Buka, colorado y de Jorge Batlle, lo masacraron en sesiones públicas y privadas, con el apoyo técnico en la tortura de dos compañeros. Y ese fue el caso más llamativo pero hubo otros menos ruidosos aunque no menos vergonzantes, todos relacionados con los ilícitos económicos”.

Haberkorn cita la publicación Ecos revolucionarios, de Rodrigo Véscovi, en la que Pedro Montero, tupamaro preso en batallón de artillería 2, cuenta: “Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura. Recuerdo que dentro del batallón de artillería 2 viví la tortura de civiles de derecha y a eso me opuse. Lo que no puede ser es que hubiese compañeros nuestros haciendo, digamos, de soporte asistencial a los torturadores y preguntando. Y eso para mí, que me disculpen, no lo paso ni lo dejo pasar, lo denuncio. Era infame”. Haberkorn le pregunta por este oscuro episodio a Henry Engler, quien respondió: “Es espantoso, espantoso. Inadmisible. El MLN siempre descartó la tortura. Eso fue una deformación”.

“Si uno está luchando en el campo, donde es posible reunirse todos los días y reflexionar sobre lo que está haciendo, puede ser (que esto pase)”.

“Uno se va endureciendo, pero la ternura le cuesta mantenerla. Uno se pone más duro, es casi inevitable. De la misma manera que el que comienza a torturar empieza a ir un pasito más, un pasito más, montones de barreras que tenemos desde el nacimiento, o por la educación que recibimos, se van rompiendo”.

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