El compositor nacido en Chicago Ezra Furman
Sebastián Auyanet

Sebastián Auyanet

Shuffle

Un trip (diverso) en el bocho

Ezra Furman quiere ser artista pero no famoso. El problema es que su tercer disco, en el que a los 28 años sublima neurosis propias y de su generación, va a hacer de él alguien mucho más conocido
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10 de julio de 2015 a las 00:00

La primera vez que escuché hablar de Ezra Furman encontré este videoclip suyo en vivo. Unas semanas después, la prensa que cubre asuntos musicales en Reino unido y Europa señalaba que estaba pasando a ser uno de los mejores cantautores rockeros del momento. El pronóstico parecía acertado: hay una chispa en su actitud en vivo y en sus pegadizas y estribilleras canciones que hacen a lo suyo algo muy adictivo:

Más allá de su intensidad rockera, que es patente, Ezra Furman es un freak magnético desde su primer disco Banging down the doors, editado junto a su banda The Harpoons en 2007. Se trata de un compositor de 28 años judío nacido en Chicago que se reconoce en conflicto permanente con su religión y que además se define como bisexual (en vivo no es raro verlo caracterizado con vestidos de mujer, cosa que le da un puntito glam rock al asunto) más allá de reconocer, varias veces, que lo suyo es -en todo nivel- precisamente la falta de etiquetas definitivas, de género o musicales.

Su música está marcada en parte por una larga lucha contra la depresión y otras neurosis a las que hace frente como cualquier otra persona: con furia, con humor o con desesperación, sensaciones que transmite con mucha profundidad sobre todo desde el arranque de su andadura sin The Harpoons. Es en ese momento en que Furman se va convirtiendo en una figura artística de mayor relevancia, apareciendo en shows prestigiosos como el de Jools Holland (de ahí sale el video que se ve arriba) y con más popularidad más en Europa que en Estados Unidos, su país.

¿Qué es lo mejor del producto sonoro de todas esas complicaciones de Furman? Precisamente lo bien que se mueve entre las diferentes formas de catalizar sus miserias, casi todas las que un ser humano puede emplear: alegría, gritos, angustia, resignación... todas esas sensaciones recorren sus canciones. En muchas de ellas, como I wanna destroy something ("quiero destruir algo"), lo mental es un tema explícito. Pero más allá del leitmotiv, en el registro que sea todas las canciones de Furman tienen una capacidad especial: la de volver a hacerte sentir alguien un poco más joven cuando las escuchás.

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"Es un poco un shock que mi música haya llegado a Uruguay", dice Furman al teléfono desde Los Angeles. "Ahora que lo pienso, sigue siendo para mí una cosa muy rara que esta música haya llegado a alguien. quiero decir, que es bastante llamativo cuando hacés algo y eso le llega a alguien", responde Furman tras tomarse varios segundos para responder, cosa que hará durante toda la charla. "En Europa la cosa ha ido muy, muy rápido pero la vida no cambia mucho: sigo sin tener dinero. Eso sí, lo que uno no pierde el desafío de hacer mejores y mejores discos y de irse encontrando la vuelta. La fama es interesante, pero no es un objetivo mío como quizá lo era para mí antes".

Es probable que -para su tranquilidad- Furman no se convierta nunca en una superestrella de la música porque su perfil no es el de otros cantautores de raíz anglo como Jake Bugg. Pero eso no quiere decir que no tenga efectividad para hace una canción de esas con estribillos que le gustan cantar a todo el mundo: cuando se calza una guitarra Furman es una especie de pequeño genio de las viejas influencias, con un paquete de recursos se mueve en los márgenes del rock tradicional -de Chuck Berry hasta los años 70 del punk pero también de Bowie y al Lennon de la Plastico Ono Band- y también a veces suena como el mejor Ryan Adams. De todos modos, muchos críticos lo han puesto muy cerca de influencias menos convencionales como Jonathan Richman (uno de sus ídolos) y de Violent Femmes, también influyentes en una enorme camada de artistas atribulados que decían cosas más interesantes que sus colegas más correctos y clasificables.

Desde 2012 las canciones de Furman suenan a las de alguien obsesionado con encontrar su lugar en el mundo. Pero en su nuevo disco editado este año, Furman parece haber descubierto que su lugar es el movimiento constante.

Perpetual motion people (En español: "gente en movimiento permanente") es el nombre de este nuevo disco y en todo caso aparte de hablar de él, parece hacerse eco de una forma de ser de una generación, toda vez que en esta época "establecerse" no es un objetivo tan fuerte como en generaciones anteriores. ¿Qué piensa Furman de esto? "Ciertamente este es un disco que es independiente de las categorías; creo que también lo de moverse mucho tiene que ver con el propio estado del disco, con que no se queda en un solo lugar. ¿Te parece realmente que es un fenómeno más amplio a nivel generacional? Puede ser... yo estaba hablando de mi propia experiencia, eso de vivir pensando en cambiar de ambiente, en el "anti-settling" o "anti echar raíces". Vivo con la libertad de poder decirte que si mañana tuviera que vivir en Uruguay, en tu ciudad, con solo una semana lo tendría resuelto y estaría ahí armando mi vida, para luego desarmarla. En muchas maneras creo que quizá eso tiene que ver con que vivimos en una sociedad mucho más abierta, en la que internet ha abierto un montón de posibilidades, muchas de ellas que son mudarte o simplemente estar en contacto con diferentes personas. Creo que la tecnología en este caso es lo que nos ha posibilitado no estar obligados a elegir un sitio y quedarnos ahí para siempre. En ese tipo de apertura estoy pensando".

- ¿Pero, la cantidad inabarcable de posibilidades no viene siempre con un puntito de ansiedad?

- Je, sí, de hecho yo he lidiado un buen tiempo con la ansiedad, hasta el punto de que esto me complicara mucho a nivel personal. Pero aún así si superás eso creo que al final uno se siente bien con la independencia. Yo estoy en perpetuo movimiento y esto no me molesta tanto como antes. La clave es tratar de estar en paz dentro de tu propia cabeza, pero ¿no es esto algo que soluciona la mayoría de los problemas? Vivimos -vivo- en esa dualidad.

- ¿Quizá en los años noventa no era tan fácil reírse de las propias neurosis y ahora sí nos lo podemos tomar con menos drama? Muchas veces es lo que reclaman las generaciones mayores a estas más nuevas.

- No lo sé, puede que sea así. Creo que en los 90 era menos cool poner tu corazón en las canciones y otras cosas era más interesantes, estoy pensando en Pavement, en Beck. Pero si ves a estos desde estos tiempos, también era una música muy emocional. Pero si pensás en cosas como Odelay, que es mi disco favorito de Beck, es como si uno no pudiera saber si hay una persona ahí. Pero es un disco tan colorido, es una influencia que yo siento tan fuerte y cálida, tan colorida. Creo que influyó mucho a este disco. Esa cosa como de collage creo que es algo que también aparece de algún modo en este disco".

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