Atardecía en la playa de La Viuda, en Punta del Diablo, abarrotada y aturdida por los ruidosos parlantes de los dos boliches que se reparten la concurrida orilla. Caía el sábado y se veían jóvenes que iban y venían, tomaban, conversaban, descansaban la resaca de la noche anterior y se amotinaban frente a un mar revoltoso y agitado. Algún que otro joven que no respetaba la zona roja tuvo que ser rescatado, como siempre. Todo transcurría normalmente y de repente la playa se convirtió en la tribuna Ámsterdam.
De un momento a otro las miradas encontraron un mismo foco de atención. Pequeñas pelotas celestes que los boliches habían regalado a los veraneantes empezaron a volar por los aires. La masa de gente que se agolpaba en el centro de La Viuda y que minutos antes disfrutaba del final de la tarde se vio en medio de la batalla campal que se armó.
Las sillas y las sombrillas eran los escudos de las decenas de personas que se dedicaban a atacar a la barra contraria, con pelotas, palos, sillas y pedazos de todo lo que pudieran encontrar a mano, incluso botellas de vidrio. Mientras estos objetos volaban por los aires, los gritos se mezclaban con las risas; algunos corrían y otros simplemente observaban impasibles, nadie entendía si la cosa iba en serio o se trataba de un simple juego de verano.
Celulares y cámaras se alzaban para captar el momento, inédito hasta entonces en el repertorio veraniego. No faltó algún cantito de tribuna y las bengalas. La fuerza con que unos le tiraban a otros no era broma, el bando que lograba hacer retroceder al contrario festejaba, pero el enemigo siempre resurgía y la rosca siguió hasta después de que cayó el sol. Lo que empezó como un festejo terminó cual campo de batalla, o tribuna de estadio, para remitir a algo más actual.
Finalmente lograron espantar la fiesta que se armaba en el atardecer, amenazando la seguridad de los veraneantes que le roban su típica tranquilidad al pequeño pueblo de pescadores. Claramente poseídos por el alcohol y tal vez otras drogas, los soldados de esta guerra sin sentido abandonaron la playa como si tal cosa y dejaron a su paso las armas de lucha. La playa, que ya estaba arruinada por la cantidad enorme de vasos latas y desperdicios causados por su efímera popularidad, quedó teñida de celeste y blanco, cubierta de basura.
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