Una ópera a la uruguaya

"Fue la primera película japonesa que llegó a Uruguay después de la Segunda Guerra Mundial", recordó. Él, con poco más de 20 años, se sintió marcado por la intrigante historia que desdobla el asesinato de un samurai en las perspectivas de sus distintos implicados: la víctima, su esposa y un ladrón, todos los cuales aseguran ser los autores del crimen, sin que haya solución aparente.

"En esa época el impacto que tuvo en mí me hizo pensar en la posibilidad de componer una ópera sobre ese tema. Más tarde cayó en mis manos un libro pequeño con los cuentos del autor Ryūnosuke Akutagawa (que inspiraron la película de Kurosawa), y cuando lo leí, el impacto fue mayor", contó. Aunque entonces lo desconocía, su gran obstáculo sería encontrar un libretista que lo acompañara en la concreción de la obra.

"Varias veces ofrecí a diferentes escritores la posibilidad de escribir el libreto. El que se acercó más fue Enrique Guarnero, que se entusiasmó mucho. Ya había empezado a hacer algunos esbozos y tenía pensado ubicarla en el Montevideo de 1920 (...). Entonces sucedió el accidente que lo mató y eso quedó interrumpido por muchos años".

Fue casi seis décadas después que la posibilidad de reflotar el proyecto se hizo patente de la mano de la dramaturga y directora teatral Sandra Massera. Tomando como inspiración los cuentos originales de Akutagawa, En el bosque y Rashomon, Massera llevó adelante la escritura del guión en 2010. Luego de varias versiones del libreto, el músico emprendió la composición, que concluyó tras poco más de un año. El trabajo junto a los nueve solistas que llevan adelante la historia vino después y supuso aún más modificaciones.

Finalmente, la obra se estrenó este domingo e hizo historia. Rashomon se convirtió en la onceava ópera compuesta en Uruguay y la quinta nacional en ser estrenada en el país en los últimos 100 años. En particular en el Sodre llevaban 35 años sin exhibir el lanzamiento de una ópera 100% local.

Massera, también encargada de la escenografía, apostó al simbolismo al conjugar dos mundos: uno con tarimas con forma de enormes cabezas humanas, cada una representando a un personaje, y un portal más naturalista y evocador. La puesta en escena, desarrollada junto a Fabricio Galvarini, también mantiene diferencias con el filme, al procurar ser más ambiguo al conducir la opinión del público sobre quién puede ser el asesino.

Dada la ausencia de diálogos en los relatos de Akutagawa, una de las dificultades principales para Massera fue colocar las palabras idóneas en la boca de los personajes. "El desafío fue ponerme en el clima de la escritura de Akutagawa para no chocar con su estilo, que fueran verosímiles conversaciones que podrían tener los personajes", indicó Massera a El Observador. Sin embargo, hubo cierta facilidad debido a la esencia misma de la historia. Además de incluir un argumento inherentemente filosófico, que atañe a las formas que adopta la verdad según quien la mire, el relato se ve recorrido por la universalidad del sentir.

En palabras de la dramaturga: "Los personajes son de una época lejana, pero a la vez son vigentes, porque lo que se desnuda de ellos es algo muy humano: la pasión, los celos, la muerte, el amor".