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Una religión llamada Borges

El verano es una estación tan buena como cualquier otra para leer los textos sagrados del gurú ciego. Sugiero a los novicios empezar por leer la gran Historia universal de la infamia
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06 de febrero de 2015 a las 18:51

En la novela La piedra lunar, de Wilkie Collins, el mayordomo, Gabriel Betteredge, apela a la lectura de Robinson Crusoe para encontrar la solución a todos sus problemas inmediatos.

Abre la novela al azar y encuentra respuesta a sus dudas y consuelo a su alma. A veces encuentra el problema al que le daba solución una lectura de la noche anterior.

Yo nunca tuve un libro en particular que cumpliera tan altas exigencias pero sí un autor: Jorge Luis Borges.

Me cayó del cielo un libro que recogía la obra en prosa de Borges desde Discusión hasta El Libro de arena. Eran 813 páginas en octava que abarcaban sus escritos en prosa desde 1932 hasta 1975.

Era el año 1978 y este era un autor vivo al que no conocía. No tenía ni idea. No conocía ni siquiera la leyenda negra. No sabía que era facho. No sabía que era difícil.

Empecé a aprender sobre Borges leyéndolo. Tenía 15 años y me convertí en acólito, en propagandista, en misionero de Borges. Lo empecé a leer al azar, primero los cuentos.

Pronto empecé a alucinar. Cuando agarré El milagro secreto no podía creer lo que me estaba pasando.

El protagonista es un judío condenado a muerte por la Alemania nazi.

Es un dramaturgo y lo que lamenta es que la obra de teatro que está escribiendo quedará inconclusa. Necesitaría un año más para terminarla.

La noche anterior a la ejecución sueña que Dios le concede el año que necesita.

A la hora señalada, el capitán da la orden de fuego al pelotón y las balas salen de los fusiles.

El protagonista ensaya un grito pero las balas se detienen en el aire. El héroe no puede moverse ni lo necesita. Ve el pelotón apuntándole y las balas que proyectan una débil sombra.

Tarda en comprender qué sucede. El autor lo dice de manera sucinta: “El universo físico se detuvo”.

Dios le había concedido el año para terminar la obra, pero ese tiempo solo pasaría en su mente.

El dramaturgo logra, de memoria, completar la obra y el mundo se reanuda, las balas siguen su camino y el hombre muere, con la tranquilidad espiritual del deber cumplido. “La cuádruple descarga lo derribó”.

¿Qué dios de piedad serena y elegancia infinita le había concedido ese milagro tan íntimo?

Yo hasta ese momento me decía ateo pero empecé a revisar mi postura, empecé a pensar en el asunto. Cerré el libro y empecé a pensar.

La maravilla acechaba por todas partes. En La lotería en Babilonia el juego se vuelve demencial cuando se instauran los premios negativos. Al principio eran multas, luego días de cárcel y luego eran castigos cada vez más complicados.

Un esclavo roba un billete cuyo premio es que le quemen la lengua. Esa era exactamente la pena por robar un billete.

“Algunos argumentaban que merecía el hierro candente en su calidad de ladrón; otros, magnánimos, que el verdugo debía aplicárselo porque así lo había determinado el azar”.

Sin embargo, el Borges más entrañable es el de los ensayos. Tiene una capacidad de ser brillante sin apabullar.

Logra discurrir sobre filosofías, historias, literaturas y culturas de oriente y occidente con una brevedad y una simplicidad milagrosas.

Provoca, mediante estratagemas de una habilidad que parece hechicería, la sensación de que el lector está entendiendo cosas muy difíciles porque el lector es muy inteligente.

Para cualquiera cuya ambición sea escribir correctamente en español, yo diría que la lectura de Borges es imprescindible, pero lo esencial es el placer que provoca esa lectura.

“Nadie tiene el derecho de privarse de ese placer, la Comedia”, dice Borges en referencia a la novela de Dante.

Yo creo que tampoco hay derecho de ignorar el universo literario de Borges. Sería un lujo muy caro, un pecado capital.

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