Opinión > OPINIÓN/ ÁLVARO DIEZ DE MEDINA

Uruguay en la ONU

¿Dónde diablos está el interés nacional en la votación uruguaya sobre las armas químicas en Siria?
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15 de abril de 2017 a las 05:00
Todas las razones que militaban en contra de la presencia uruguaya en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU han quedado palmariamente expuestas el pasado 12 de abril. Veamos qué ocurrió.

El 4 de abril, un ataque aéreo de las gubernamentales Fuerzas Armadas Sirias se concentró sobre la localidad de Khan Sheikhun, en la provincia noroccidental de Idlib, controlada por la guerrilla salafita a la que se suele llamar con el nombre de "oposición moderada" pero es, en realidad, el Frente Al-Nusra (Al Qaeda en Siria), hoy escondido bajo el nombre "Jabhat Fateh al-Sham". A consecuencia del ataque, se informa, habrían muerto 87 personas.

La versión de Al-Nusra es la de que los aviones sirios habrían empleado armamento químico contra la aldea, y hace referencia al gas sarín: en minutos, esa organización y los llamados "Cascos Blancos" (vinculados a la misma Al Qaeda) publicaron en las redes cruentos testimonios, que incluían imágenes de niños supuestamente muertos y agonizantes como consecuencia del bombardeo.

La versión de la fuerza aérea siria es, sin embargo, la de que, mientras bombardeaba instalaciones ocupadas por la guerrilla salafita, un depósito en el que se almacenaban gas de cloro y fosfatos contrabandeados por Al Qaeda desde Turquía a fin de construir armas químicas (de las que, por cierto, se arrojan a diario sobre posiciones oficiales en Aleppo) fue alcanzado por un disparo aéreo, produciendo la explosión del depósito y la consiguiente dispersión de los fosfatos por el viento.

Fue como consecuencia de este incidente que el gobierno estadounidense que encabeza Donald Trump dispuso, de inmediato, el bombardeo de la base aérea siria de Sha´irat, como forma de advertir al presidente sirio Bashar al-Assad que no toleraría el empleo de armas químicas contra poblaciones civiles, que no toleraría la continuación de él mismo al frente del gobierno sirio, y que así cursaba advertencia a su aliado, Rusia.

Éste, pues, es el tema que llevara Washington al Consejo de Seguridad: la condena al gobierno de al-Assad, así como la intimación al gobierno sirio a fin de que presentara ante la ONU toda la información relativa a sus vuelos sobre la disputada provincia.Volvamos ahora al comienzo.

No existe, por lo pronto, evidencia alguna que contradiga la versión oficial siria respecto al incidente: mientras Washington afirma que el mismo fue parte de una contraofensiva del gobierno por ataques guerrilleros en Hama, lo cierto es que la ofensiva salafita de Hama ya había sido repelida, con más de 2.000 bajas, hacía dos semanas.

En medio del ahora exitoso embate de al-Assad contra las tropas de Al Qaeda, y el hecho de que la posición oficial estadounidense el 30 de marzo era la de desestimar su derrocamiento, la vieja pregunta forense: "cui bono" (¿quién se beneficia?) en ningún momento parece vincular a Damasco con un ataque químico.

Con las horas, varias mentiras han quedado, además, expuestas: no hay razones para pensar que el ataque haya sido con sarín (los médicos son filmados tocando a las víctimas, lo que sería imposible, de haberse empleado ese gas); los salafitas no han permitido el ingreso de testigo independiente alguno (ni los "Cascos Blancos" ni el "Observatorio Sirio de Derechos Humanos" lo son); la Organización para la Prohibición de Armas Químicas no ha sido puesta en movimiento a fin de investigar el caso, y el informe oficial de EEUU atribuyendo responsabilidad a Siria es un patético refrito de los que compondría un guionista de Hollywood.

Lo que Washington llevara, pues, a la ONU fue un borrador de sentencia condenatoria a Siria, fundado en trascendidos, y calculado a fin de generar dos hechos políticos internacionales de significación: un premeditado insulto al papel jugado por Rusia en el combate contra el terrorismo salafita en Siria, y la convalidación, después del hecho, del bombardeo estadounidense de Sha´irat, en transparente violación de toda norma de derecho internacional.

Los diez países que votaron a favor de este proyecto de resolución finalmente vetado por Rusia dieron, por tanto, un paso político importante. No solamente condonaron un bombardeo ejecutado sin mandato de la ONU (los que EEUU realiza irregularmente en Siria desde la administración Obama por lo menos se cubren bajo el manto de estar dirigidos a objetivos del Ejército Islámico), sino que hicieron solidariamente responsable a Rusia por el supuesto crimen sirio en Khan Sheikhun, ya que Rusia es, desde 2016, el aval internacional al programa de entrega de armamentos químicos sirios convenido con EEUU y otras potencias occidentales.

Estos diez países, por ende, se han alineado de hecho tras la posición estadounidense de promover el derrocamiento de Bashar al-Assad, a quien no le reconocen lo que Rusia sí: el que, déspota o no, simpático o no, sea hoy el dique de contención sirio contra el cual se desgastan y afanan los salafitas de Al Qaeda y el Ejército Islámico. ¿O podemos seguir sosteniendo que los sirios han ofrendado más de 200.000 vidas apenas por sostener el capricho de Assad?

Los diez países, por tanto, han tomado posición en los futuros alineamientos en la guerra contra el terrorismo islámico: alineamientos que, por cierto, lucían bien distintos diez días antes, y bajo la misma administración Trump.

Y, entre esos diez países, el gobierno frenteamplista ha puesto al nuestro.

Tras la votación en el Consejo, pues, todas las hipócritas carantoñas diplomáticas con las que se nos dora la píldora de la "no intervención" y los "principios del derecho internacional" han ido a dar al contenedor: Uruguay ha avalado con su voto la ilegítima intervención militar estadounidense que horas antes condenaba su embajador entre susurros y, lo más serio, ha tomado partido en un conflicto de históricas dimensiones: el enfrentamiento entre EEUU y Rusia en torno al rumbo político de Medio Oriente y el combate contra el terrorismo.

Y, lo más penoso, lo hizo condenando el empleo del veto por parte de cualquiera de las cinco potencias, cuando de "crímenes de guerra" se trate: ¿creerá realmente el Palacio Santos de Nin Novoa que le cabe ahora la tarea de enmendar nada menos que la Carta de la ONU?
Si el incidente habla de la ignorancia oficial de todo principio, calla empero sobre lo más relevante: ¿qué hemos ganado a cambio de este papel de extra?

¿Fue la decisión de votar afirmativamente en el Consejo el producto de un trueque diplomático con EEUU? ¿Fue una forma de presionar a Rusia por alguna ventaja procurada? ¿Es acaso el modo en que el mercado iraní de alguno de nuestros productos será, de ahora en más, mejor aceptado? Que se nos diga dónde diablos está el interés nacional, el único del que deberíamos ocuparnos en nuestra insignificancia, para que corramos, presurosos, a respaldar esta novedosa línea de la política exterior.

Pero Ud. y yo lo sabemos: así como no hubo adhesión a los principios, tampoco la hubo al interés nacional. El gobierno que deja pudrir avionetas en los hangares al tiempo que reclama helicópteros a los centros médicos privados, el que sucumbe bajo el manto de los basurales mientras escudriña los pizarrones de los bares para hacerse el inclusivo, no quiere, porque no puede, discriminar lo que es justo de lo que es necesario.

Contemos, pues, los minutos que nos faltan para ser relevados del Consejo al que hoy debemos concluir nos llevara el mero afán de poblar nuestra representación en New York de funcionarios, viajes y viáticos.

Colofón: a diferencia de Uruguay, China optó, en el Consejo de Seguridad, por abstenerse. Como se sabe, los tontos corren en tropel allí donde los ángeles temen andar en puntas de pie. l

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