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"Uruguay le demostró a Saramago lo grande que puede ser un país chico"

Entrevista a Pilar del Río, esposa del escritor portugués y quien lo traducía al español
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02 de abril de 2017 a las 05:00
Por Linng Cardozo, especial para El Observador

Pilar del Río es una periodista y traductora española. Pero además fue la esposa del escritor portugués José Saramago durante más de 20 años. Una deliciosa relación producto de una intensa historia de amor. Ella elude decir cuánto hay de él en ella o de ella en él. "Siempre he sido mala para las matemáticas", justifica de forma metafórica. En esta entrevista con El Observador vía mail, Del Río habla de la relación de Saramago con Uruguay y sus escritores, y de la radicalidad de un Saramago vitalmente ficcional y visceralmente humano.

En el libro El año de la muerte de Ricardo Reis de 1984, Saramago menciona un viaje y distintos puertos de América Latina. Ahí aparece Montevideo. ¿Qué relación hubo entre Saramago y Uruguay?

José Saramago nunca hizo ese recorrido. A Argentina, y a Uruguay, viajó de adulto, aunque antes ya conocía los países por sus literaturas y por la información acumulada en el tiempo. El barco del que se habla en El año de la muerte de Ricardo Reis hacía escala en Montevideo porque la capital uruguaya estaba en el circuito.

Usted ha estado en Uruguay. ¿Qué destaca de la literatura uruguaya conocida desde Europa?

Ambos conocíamos algo de la literatura uruguaya y, desde luego, en nuestro mapa sentimental estaban dos personas próximas y magníficas, cada una con su propio estilo: Mario Benedetti y Eduardo Galeano. Con los dos, José Saramago tenía afinidades, con los dos viajó por el mundo, con los dos militó y de los dos era lector. No llegó a conocer a (Juan Carlos) Onetti, del que sí leía mucho. También a Idea Vilariño, a Tomás de Mattos, que le presentó un libro en Montevideo, a Mario Delgado Aparaín, compañero de encuentros literarios en Portugal y en América. Y estuvo en la Universidad de la República, donde recibió un doctorado, en la Biblioteca Nacional, en tantas instituciones, en librerías y centros culturales que le demostraron lo grande que puede ser un país pequeño.

Usted ha contado que una joven recorría Lisboa pidiendo a la gente que le dejara "tiempo" en un frasco para dárselo a Saramago para que viviera más. ¿Cómo fue la relación del escritor con los jóvenes?

En una Feria del Libro de Lisboa, una joven se me acercó diciendo que si pudiera pediría por las calles tiempo para José Saramago, y que cada uno diéramos lo que quisiéramos, un día, unas horas más. Esa joven, por amor, era la imagen de Blimunda, la protagonista de Memorial del convento. Ella expresó mejor que nadie la necesidad que tenemos de personas respetables, que piensen de forma original y profunda y que en su pensamiento quepamos todos. También cuando Benedetti entraba en lo que sabíamos que iban a ser sus últimos días, José Saramago se puso a leerlo y ese detalle nos llevó a pedirle a gente de todo el mundo que lo leyera y que se llenara la red, el espacio, de sus poemas. Era una forma laica de desearle una buena salida de la vida. Jóvenes del mundo respondieron a esa iniciativa. José Saramago se llevaba bien con los jóvenes. Era un intelectual que podía decir y decía que "cuanto más viejo más sabio, cuanto más sabio, más radical". Era una radicalidad para no claudicar o desistir ante los problemas o la indolencia. Ahí jóvenes de los cinco continentes se encontraban con él.

En la Fundación Saramago en Lisboa están los originales y las correcciones a mano de Saramago. ¿Cómo se procesaba ese proceso creativo, en tanto usted fue editora y esposa?

Fui traductora de las páginas que iba escribiendo cada día para que los libros aparecieran simultáneamente en portugués y en español. El proceso de escritura es solitario, requiere fuerza de voluntad y disciplina. Y rigor. Por supuesto, estaba al margen de ese proceso, simplemente leía lo que me iba dando y lo celebraba en mi interior. Tampoco me podía poner todos los días a dar saltos de alegría. Sí sé que escribía en ordenador desde que lo descubrió, y decía que la ventaja de escribir sobre una pantalla es que se pueden experimentar distintas soluciones, verlas escritas, confrontarlas como si fuera un campo de batalla, y luego, al final, retirar los muertos y heridos, es decir, las palabras o las frases que ya no entran, y dejar el territorio limpio. Con el papel y la máquina de antes esto no era posible, las correcciones sobre el folio permanecían. Era más complicado para el escritor, pero los estudiosos han perdido la posibilidad de seguir el proceso de la escritura.

En el libro José y Pilar se observa un recorrido vital de sensibilidades e ideologías compartidas. ¿Cuánto de usted hubo en Saramago y cuánto de él en usted?

No sé medir, siempre he sido mala para las matemáticas, pero sé que cuando dos personas viven juntas una acaba siendo otra y viceversa. María Teresa León cuenta en un pasaje de su magnífico libro Memorias de la melancolía que si es verdad que quien ama acaba integrando al amante, a ella debían llamarla Rafael Alberti. Salvando las distancias, también reclamo el nombre de José Saramago para definirme. Por la sencilla razón de que tengo integrados sus libros en mi experiencia lectora y vital. Y tengo que decir que me da mucha alegría encontrarme con lectores o lectoras apasionados que también son el autor leído. No hay problemas de celos, se produce la magia de compartir y de sentirnos bien habiendo entendido a alguien que respetamos y queremos.

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