Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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Uruguay: ¿otra democracia en recesión?

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07 de septiembre de 2016 a las 05:47

El último reporte de Latinobarómetro contiene datos preocupantes sobre situación y evolución reciente de los valores democráticos en la región. En este contexto, se destaca el retroceso (sí, usted leyó bien, el retroceso) de Uruguay. Entre 2015 y 2016 el apoyo a la democracia experimentó “caídas bruscas” en seis países: cayó 22 puntos porcentuales en Brasil, 11 en Chile, 8 en Uruguay, y en Venezuela y Nicaragua y 5 puntos en El Salvador. Dice el informe: “Uruguay ha sido históricamente el país de América Latina donde el apoyo a la democracia es más alto, por lo que esta caída abrupta llama doblemente la atención. En 2016 Uruguay alcanza su punto más bajo en el apoyo a la democracia en 21 años (68%). Habrá que mirar en detalle la evolución de ese país para comprender las causas de este fenómeno”. Paso a compartir cinco ángulos analíticos y una advertencia.

La economía. Hace décadas que prevalece la tendencia a explicar la política desde la economía. Por eso mismo, nadie puede asombrarse que la primera reacción frente a los datos reportados sea afirmar que la recesión económica explica la “recesión” política. El paso siguiente, en este ejercicio tan habitual de negación, es situar fuera de fronteras (en algún shock externo adverso) la causa del fenómeno. Nadie puede negar que la economía importa. Pero en 2002 y 2003, en plena debacle económica, el apoyo a la democracia en nuestro país estaba en 78%. Hoy, en un contexto mucho mejor que entonces, está en 68%.

La inseguridad. Desde hace por lo menos 2.500 años sabemos que la seguridad es un valor muy apreciado. Los datos sobre delincuencia y victimización muestran que en esta dimensión sí tenemos un problema: por algo el 71% de los uruguayos, según Latinobarómetro, pide “mano dura”. Pero no existe ninguna evidencia de un brusco empeoramiento ni de los crímenes ni de su percepción por parte de la opinión pública. A lo sumo la situación no ha mejorado sustancialmente durante los últimos años. Pero no empeoró.

La corrupción. Los datos contenidos en el informe no permiten ser tajante en este punto. Por un lado, está claro que Uruguay es uno de los pocos países de la región en los que la corrupción no aparece en la lista de los problemas principales de la agenda (a diferencia de Bolivia, Brasil, Chile y Perú). Por otro lado, 21% de los encuestados en Uruguay manifiesta “conocer actos de corrupción”. Nada corroe tanto la credibilidad de la ciudadanía en la democracia que la percepción de corrupción. Me pregunto hasta qué punto episodios críticos muy resonantes como la quiebra de PLUNA durante la presidencia de José Mujica o el déficit de ANCAP pueden estar minando la confianza ciudadana en la idoneidad moral de la elite dirigente.

El gobierno. No sólo cayó abruptamente el apoyo a la democracia en Uruguay. También, según datos de Factum y Opción, disminuyó de modo sensible la intención de voto al Frente Amplio. Mientras tanto, la aprobación de la gestión del presidente está en su punto más bajo desde que el FA llegó al gobierno. Estos datos están interconectados. Si el gobierno decepciona la ciudadanía se molesta. Durante la campaña electoral el FA dijo, primero, “vamos bien” y, luego, subiendo la apuesta, “Uruguay no se detiene”. Pero desde que empezó este tercer mandato viene gobernando a contrapelo de esas expectativas. Nadie debería sorprenderse de encontrar frustración y malestar en la ciudadanía, con el gobierno y, por elevación, con la democracia.

La oposición. La frustración de las expectativas por parte de un gobierno dado no debería traducirse automáticamente en una caída brusca del apoyo ciudadano a la democracia. Al fin de cuentas, el electorado podría depositar sus esperanzas en la oposición. El problema se vuelve más grave cuando tampoco la oposición entusiasma. Hace quince años, cuando estalló la crisis, la mayoría de la ciudadanía se desencantó con los partidos fundacionales. En la vereda de enfrente aguardaba el FA, preparado para ofrecer una nueva ilusión. Hoy por hoy el FA genera más frustración que entusiasmo. Pero la oposición, apoltronada en el parlamento y las intendencias del interior, siempre entretenida en sus no menos divertidas disputas internas, sigue sin ser capaz de encender la ilusión de la alternancia.

El riesgo de la autocomplacencia. Es evidente que la economía se “enfrió”. Pero la política uruguaya hace tiempo que se viene enfriando. Este proceso es menos visible y está menos documentado. Pero viene ocurriendo aunque nos cueste advertirlo. Sospecho que seguimos tropezando con la vieja piedra del “excepcionalismo” (o de la “superioridad”) de la política uruguaya respecto a la de nuestros vecinos. Por ejemplo, cada vez que disminuye la participación en las elecciones internas de los partidos preferimos pensar que esto responde a un “aprendizaje racional” y no a un problema real. Sin embargo, uno de cada tres uruguayos considera que “la política y los políticos han perdido credibilidad y no la recuperarán”. Este y otros datos de Latinobarómetro nos invitan a volver a hacernos preguntas difíciles.

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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