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Videoclubes: escenas del fin de una época

Los videoclubes en Uruguay se enfrentan a meses decisivos, después de un año de reducción radical. Sus propietarios se aferran al mostrador y buscan alternativas para seguir adelante
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14 de julio de 2016 a las 05:00

Por Matías Castro

A pesar de que a los uruguayos nos gusta creer en la trágica desaparición de ciertos hábitos culturales, lo cierto es que no todos se evaporan sin dejar rastros. Tanto es así que todavía existen más de 50 videoclubes en todo el país que sobreviven como pequeños oasis, testigos de épocas doradas de un negocio que, precisamente este mes, espera noticias que podrían cambiar su suerte.

Escena 1: Vive y lucha

En pleno barrio Cordón, sobre 18 de Julio, Luis Julién está buscando alternativas al destino que parece ensombrecer a los videoclubes, mientras agrupa discos rayados de DVD para destruir y tirar a la basura. A principios de junio, Luis pasó de empleado a dueño del Video 18 —históricamente conocido como Video Del Sol— cuando el anterior propietario aceptó que ya no podía hacerse cargo. El video ha dado pérdidas durante varios meses, pero cuenta con el apoyo de una mecenas que ha permitido que siguiera funcionando, mientras Julién, que aporta con su trabajo e iniciativa, busca otra solución. La que ha encontrado hasta el momento para mantener el negocio abierto y volver a atender al público todo el día —ya que hasta ahora lo hacían solo en la tardecita— es vender alimentos congelados en el mismo local.

Los viejos cinéfilos se persignarían ante esta cruza de rubros, pero por más insólita que parezca, la solución de Julién no es atípica para los videoclubes que subsisten. Su esposa fue la que más insistió en que debía conservar las películas en alquiler. "No voy a dejarlas; por más que me pueda achicar, no hay nada que me guste más. Las películas permiten una relación con la gente que no lográs en otros negocios. Estás al nivel de la librería, de esas librerías históricas donde te relacionás con alguien que te recomienda lo que leyó o lo que conoce, que tiene otro bagaje cultural. Tenés otro trato y lo ves en el diario vivir", señala. Ese trato que le brinda el video con los vecinos le permitió cerrar un buen acuerdo de precios para conseguir alimentos congelados en consignación. Y antes de eso, le permitió convertirse en un agitador cultural de la zona, ya que cada dos meses organiza funciones de cine nacional en el teatro El Tinglado, con la participación de los realizadores y el auspicio de comerciantes vecinos. Y todo a raíz de las conversaciones en el mostrador.

Julién —que también es conductor de radio— empezó trabajando en videoclubes en 1992, durante los años dorados del VHS, y recuerda que en Uruguay llegó a haber hasta 70 empresas que editaban video. Otra fuente del medio agrega un dato que ilustra esos tiempos: en Uruguay hubo más de 1.100 videoclubes activos.

Ambos coinciden en que, hacia fin de siglo, la televisión por cable le dio un golpe durísimo al negocio, los alquileres disminuyeron y los videoclubes empezaron a cerrar. Pero, pasado el año 2000, las películas en DVD empezaron a aparecer tímidamente y en pocos años el negocio reverdeció, aunque no al mismo nivel de la década de 1990, porque los uruguayos lidiaban con la misma realidad del resto del mundo occidental: había cada vez más ofertas de entretenimiento a las que dedicarle el tiempo libre.

"Ahora Netflix hace mucha fuerza. En los últimos dos años el negocio se vino en picada", dice Julién. El Video 18 llegó a tener 10 empleados en su mejor momento y ahora, con uno solo es suficiente para alquilar las películas y vender los congelados. De todos modos, los clientes no dejan de entrar, tanto para alquilar como para comprar y Julién dice que sigue afiliando gente.

Escena 2: Cosa de barrio

ESCENAS DEL FIN 02
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Álvaro es el copropietario del Video Barry que funciona en el Prado, en un local que compró en 1979 su abuelo, el cómico Roberto Barry, quien falleció dos años después. Los padres de Álvaro tuvieron ahí un local de repuestos de motos, un taller de motos y otro de autos, un salón de fotocopias, una perfumería y hasta un local de confección de ropa. El videoclub abrió en 1991 y pocos años después llegó a tener ocho empleados tras el mostrador. Ahora lo maneja Álvaro con su familia y divide el local entre las películas que alquilan y las que venden, un prolijo cibercafé, una pequeñísima galería de exposiciones y un quiosco.

¿Por qué mantienen abierto el video? "Mantuvimos el video porque trabajamos con otras cosas. Si el local dependiera solamente de esto, habríamos cerrado hace mucho tiempo. Y si es por nuestra historia familiar, no tenemos problema en cambiar de rubro, como hicimos muchas veces antes". Álvaro hace una suerte de mea culpa de los videoclubistas al dar su propia explicación sobre el destino de su negocio: "Para mí fue un problema de todos, porque mantuvimos el precio de cada película a pesar de que el DVD era más barato que el VHS. Y eso en parte favoreció la piratería. Pero, por otro lado, los videoclubistas necesitábamos una entrada de dinero por todo el material que estábamos comprando para adaptarnos... Es cierto que Netflix mató el alquiler de películas, pero la venta del DVD sigue, y en otros países es mayor que Netflix. Pero acá ese mercado no existe". Habla acerca de los pocos títulos que entran legalmente al país y menciona el tema de una persona que supuestamente tomaría la representación de varios sellos editoriales y volvería a traer películas con frecuencia.

En el límite entre el Centro y Cordón, el Video Azul se mantiene como un bastión luego del cierre de dos referentes enormes, como lo eran Video del Cordón, muy pensado para cinéfilos, y Videolandia, de enorme variedad de títulos. El Azul incorporó algunos rubros extra, pero esencialmente es un videoclub hecho y derecho que suma 16.000 títulos y que cuenta incluso con cuarto de películas porno. "Si bien está la necesidad de ampliar y agregar otra oferta, no es lo más importante", asegura su encargado. "Las golosinas, por ejemplo, no nos van a salvar, pero son un extra para el socio, como el pop o la papelería. Todo suma, pero la idea es dedicarse al videoclub". El cierre de esos otros dos grandes clubes de la zona les reportó nuevos socios y un flujo que les permite seguir operativo y pagando las cuentas. ¿Cuál es el motivo de la caída de los videoclubes? "Es Netflix, es la piratería, es el cable y a la vez no es nada de eso en particular", dice.

Sobre la avenida Garibaldi casi Monte Caseros, el Video Club Winner vive y lucha a su modo. Apenas cruzar la puerta es imposible no ver las maquinitas tragamonedas a la izquierda. Al fondo, después de las estanterías con cientos de películas, está su propietaria, Emilia, rodeada de artículos de papelería y de quiosco. Su hermana Amelia también es propietaria de un videoclub, el Mayjo de La Blanqueada, y en los años de 1990 tuvieron uno juntas en Pocitos, hasta que hace unos años optaron por mudarse a sus respectivos negocios.

Al igual que los demás entrevistados, Emilia asegura que el año pasado se dio la caída más brusca y que los alquileres bajaron a menos de la mitad. Si un sábado regular alquilaban unas 100 películas, ahora alquilan 30 o 40. "Si no fuera por las maquinitas, las golosinas y la regalería, el video ya no sería negocio". Al ser consultada por los motivos de esta caída, Emilia la atribuye a múltiples factores, desde la facilidad para acceder y descargar películas, hasta Netflix, la piratería, la falta de editoras y el estilo de vida que todos llevamos. "No da el tiempo para ver películas. Esa es una realidad que noto en todo el público e incluso en mí misma, porque antes miraba la mitad de lo que entraba y ahora miro el 10%", y agrega que, si no fuera por los negocios anexos, ya habría cerrado. "Antes tenía un videoclub con quiosco anexado y hoy es al revés. Pero estoy a la espera". Y esa espera es por la misma persona de la que hablan todos, que podría volver a traer sellos de DVD a Uruguay con regularidad.

Debajo de la sala Cinemateca Pocitos, al fondo de las instalaciones, funciona el histórico Video Imagen Club (VIC), el único videoclub que sobrevive de los que tenían un amplio catálogo de cine comercial, de autor, raro y de todo tipo de nacionalidades.

Con sus 10 mil títulos, el VIC bien podría ser el último refugio para los cinéfilos fetichistas del disco, pero es algo más. El video fue abierto a fines de 1980 por el querido crítico y productor Ronald Melzer, quien también, hace algo más de una década abrió con uno de sus empleados, Gabriel Massa, el sello Buen Cine, con el que se dedicó a producir y distribuir cine nacional y algo del extranjero menos comercial. Melzer falleció en 2013 y Massa se ocupó de continuar la tarea, por lo que hoy es el único editor uruguayo activo y promete que este año lanzará dos DVD de películas nacionales.

"El negocio de los videoclubes terminó hace dos años", asegura Massa. "El 2015 fue definitivo. El VIC tiene un público fiel, muy veterano y el negocio funciona y se autosustenta, pero no da para mucho más. Para mí, cerrarlo sería una traición a Ronny (Melzer). También está buenísimo el contacto humano, hablar de cine con los clientes, tener esos ámbitos de conversación que disfrutamos desde los dos lados del mostrador".

Escena 3: Películas que no llegan

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Para hablar del problema de las editoras, Emilia se remite al mismo ejemplo que dan todos sus colegas: Rápidos y furiosos 7. Fue la segunda película más taquillera en cines el año pasado y, sin embargo, nunca llegó a los videoclubes uruguayos por falta de distribuidor. La consecuencia es que el que podría haber sido uno de los títulos más pedidos y atractivos no apareció. Pero ese es un ejemplo notorio de entre decenas de películas que no han llegado.

El problema al que se enfrentan los videoclubes es que en Uruguay (y en la región) casi no quedan proveedores de películas. En el país solo funciona RBS, que periódicamente trae un puñado de películas de Disney, y el sello Buen Cine, que edita cine uruguayo y distribuye cine europeo, pero en tan pocas cantidades que ni siquiera sale a ofrecer su catálogo. La consecuencia es que los socios se enfrentan siempre a la misma oferta. El problema añadido es que los videoclubistas no pueden comprar películas por su cuenta, ni en Amazon ni en un viaje por ejemplo, si su destino es el alquiler. Tal vez la situación podría cambiar a partir de julio, asegura Julién, ya que hay rumores de un nuevo jugador en el escenario; un misterioso emprendedor que podría ocuparse de volver a importar DVD a Uruguay, pero prefiere no hablar mientras no tenga claro el panorama. Solía trabajar para RBS, la única empresa que importa películas con algo de regularidad, pero solamente de Disney. Ahora, justamente por recomendación de sus excompañeros de RBS, lidia con las pocas empresas argentinas que siguen editando y distribuyendo sellos grandes para la región. Entre ellas, la Paramount, que podría volver a tener distribución en DVD y así se salvarían baches comerciales como el dejado por Rápidos y furiosos 7.

A los lavaderos, cibercafés o canchas de padel nadie se aferró y cuando se redujeron tampoco se los extrañó. Pero no fue así con los videoclubes, y tal vez parte de la explicación de esto aparezca en las palabras de Luis Julién, quien sabe más que nadie sobre la relación entre clientes y videoclubistas "Si el socio queda contigo en hacerte un trabajo o se compromete con algo, lo cumple. Porque uno siempre vuelve al videoclub".

Antes y ahora en Uruguay

En la edad de oro de los VHS, durante los años noventa, hubo más de 1.100 videoclubes funcionando. Hoy operan unos 50 con material legal, más una cantidad indeterminada de pequeños salones en el Interior que ofrecen películas pirateadas. Los entrevistados coinciden en que siguen recibiendo socios nuevos cada semana, aunque los motivos son distintos. "Es un rubro que está casi muerto. Pero extrañamente se suman clientes nuevos, mucha gente viene con el comentario de que el cable es muy caro, lo dejan y vuelven a alquilar", explica Amelia, propietaria del Video Mayjo.

Netflix, el videoclub que mató a los videoclubes

Netflix comenzó a funcionar en Estados Unidos en 1998 como una empresa que alquilaba VHS y los enviaba a domicilio con su propio servicio de distribución. Su principal competidor era Blockbuster, la cadena más grande de videoclubes en Occidente. Aunque la demora en las entregas iba en contra de Netflix, su primer acierto fue ofrecer una suscripción mensual fija basada en la cantidad de películas que quisiera el cliente. El sistema de distribución mejoró y se extendió a Canadá, pero en 2007 la empresa ya apuntaba a la emisión por internet, con lo que le ganó la partida a Blockbuster y al resto de los videoclubes. El contexto ayudaba, porque en todo el mundo el público se habituaba a ver material desde internet, tanto legal como ilegal. En 2013, Netflix estrenó House of Cards, la primera serie producida enteramente por la plataforma y se consagró como el principal proveedor legal de películas online. Hoy tiene 81 millones de usuarios en todo el mundo y más de la mitad de ellos están en Estados Unidos.

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