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Washington Carrasco: necesidad expresiva

Se dedicaba a la pintura, pero la música le ganó. Luego de 12 años como solista y ocho LP, decidió formar un dúo con la cantante Cristina Fernández, con quien no solo compartiría su vida sentimental sino también 40 años de carrera. Para él, la música da sostén a los textos y eso explica por qué la poesía es una gran fuente de inspiración
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22 de diciembre de 2016 a las 05:00

Por Antonella Bacelo

¿Sos de leer el horóscopo?

Si estoy leyendo una revista y de repente está el horóscopo, lo leo. Pero no dependo de él, solo dependo de mí.

Algunas características de Sagitario son el optimismo, la modestia, el buen humor y evitar el conflicto, ¿las cumplís?

Buen humor sí, optimismo sí, modestia puede ser... creo que sí. Soy buenazo, pero cuando me enojo, como dicen los gurises ahora, se me va la moto y no me para nadie. He leído por muchas lados las características del signo y no se alejan mucho de cómo soy, en un 80% cumplo todo lo que se dice.

¿Desde chico tuviste contacto con la música?

Mi tío y mi padre tocaban la guitarra y cantaban, pero mi abuelo fue el que más sobresalió y el que tocaba siempre que iba a casa. Aparte, un vecino que era zapatero remendón, cuando terminaba de trabajar tocaba la guitarra clásica y era una maravilla. A los 7 años vi que la guitarra, además de lo que hacía mi abuelo, podía sonar diferente.

¿Cómo decidiste dedicarte a la música?

En la década de 1960 en Uruguay se vivía un ambiente particular. En ese momento me dedicaba a la pintura, pero aunque en un cuadro podés expresar millones de cosas, no lo ve nadie salvo que esté en una exposición y aun así es muy poca la gente que quizá lo pueda interpretar. Necesitaba expresar de una forma más directa lo que estaba pasando en la calle. En 1964 gané un concurso en canal 4 y ahí marqué el inicio de mi carrera como solista.

¿Cómo se conocieron con Cristina?

En 1975 estaba organizando un espectáculo sobre [Federico García] Lorca junto con dos actores. Haciendo la promoción del show en una radio conocí a un dúo de chicas que cantaban fantásticamente bien. Una de ellas era Cristina. A las tres semanas me encargaron un espectáculo de corte latinoamericano pero no querían que fuera como solista, sino como grupo. Las llamé a ellas y también al músico Daniel Queiroz y conformamos el espectáculo Inti Canto ('sol y canto' en quechua). Hicimos varios teatros y terminamos en San Pablo. A la vuelta, Daniel se fue para México, la otra chica siguió estudiando arquitectura y quedamos Cristina y yo. Ella cantaba y yo la acompañaba.

¿Cuál fue el lugar más extraño en el que les tocó cantar?

En Japón. Fue fantástico. Ellos tienen una cultura milenaria y se interesan por todo. Llevamos muchos instrumentos latinoamericanos que les llamaban la atención. Los recitales duraban como dos horas porque yo explicaba la canción y después un traductor traducía todo. Al terminar el recital todos querían ver y tocar los instrumentos.

¿Una anécdota de ese viaje?

Una vez, de la platea japonesa alguien gritó: "Una de Yupanqui", y eso nos mató pero cantamos. Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú ya habían estado allí y habían abierto una puerta muy grande.

¿Es más fácil componer que musicalizar algo ya escrito?

Todo es difícil, salvo que seas un kamikaze y hagas cualquier cosa. Nosotros cantamos canciones con un por qué, canciones sin por qué hay mucha gente que hace. Zitarrosa hacía primero la música y después le ponía la letra. Yo soy totalmente al revés, tengo que tener la letra —generalmente seleccionada por Cristina— y ahí buceo en la música. En el caso de la poesía, el poema ya tiene una música implícita y eso es lo que tenemos que descubrir. Para mí, la música tiene que ser un soporte del texto, no tiene que sobresalir.

¿Qué canciones de las que interpretan, y que no son de su autoría, les hubiese gustado escribir?

Todas las canciones que cantamos, y que no son nuestras, las elegimos porque nos hubiese gustado decir eso. No cantamos ninguna por compromiso. Siempre lo que hacemos es porque nos gusta. Una de las que hacemos hace casi 36 años es El enamorado y la muerte. Cuando la cantamos por primera vez, que fue en plena dictadura, los aplausos no terminaban más y tuvimos que cantarla inmediatamente después. Al final del show la volvieron a pedir y la hicimos de nuevo.

¿Era más fácil componer en el Uruguay de la dictadura que en el actual?

Hay cosas que todavía perduran y más por la globalización. Cantamos una canción llamada Se mire donde se mire, que es de principios del 900 de la poeta española Concepción Méndez Cuestas, que dice exactamente lo que está pasando en el mundo ahora. La poesía tiene una vigencia que es infinita.

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