Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Adiós a la voz celestial

Con la muerte de María Martha Serra Lima la música pierde a una figura única
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12 de noviembre de 2017 a las 05:00
En El lado oscuro del corazón hay una escena que involucra a los dos personajesprincipales, Oliverio (Darío Grandinetti) y La Muerte (Nacha Guevara). En un momento clave de la película, el primero le dice a su nada circunstancial compañera: "y se demostraría que un bolero es mucho más importante para la historia de la humanidad, que la Marsellesa, la Internacional, y todos esos himnos con los que bailaste hasta ahora". El lado oscuro del corazón no sería una película de innegable originalidad sin la escena que tiene precisamente a un bolero (Algo contigo), cantado por María Martha Serra Lima, de pivote de las emociones.

Ha muerto, de cáncer de páncreas a los 72 años, María Martha Serra Lima. Queda la devastadora certeza de saber que esa voz, sin parecido a ninguna otra y que bien califica para ser considerada la mejor entre las femeninas que ha dado Argentina, se pierde definitivamente. Infinidad de canciones que esperaban ser interpretadas por la cantante se quedan lidiando con lo inacabado, con lo que pudo haber sido y no será. Con persistencia y calidad admirables, que nunca conocieron el declive, y por eso acentúan la pérdida, Serra Lima demostró en una seguidilla de álbumes extraordinarios que "un bolero es mucho más importante para la historia de la humanidad, que la Marsellesa, la Internacional, y todos esos himnos", con los cuales la muerte ha bailado hasta ahora.

Por razones que no viene al caso explicitar, el año 1982, de Tablita y guerra cercana, fue uno de los peores de mi vida. Empezó mal y se agravó con los idus de julio, una vez terminada la ilusoria distracción de las cosas del mundo asociadas a los mundiales de fútbol. El de España de ese año fue un oprobio, por no haber participado la selección uruguaya y porque el uruguayo que estuvo, José Santamaría, dirigiendo a la selección española, conoció el mayor fracaso de su vida, pues España quedó eliminada en segunda ronda. Cuando agosto agravó lo peor del invierno-que aquí, con gente mirando al sudeste, es duro e interminable- se aceleró también el bajón anímico, al cual intentaba yo paliar trabajando doble turno en un matutino, donde tuve amigos para toda la vida, algunos de los cuales todavía siguen vivos y produciendo. Por entonces, cerca de la redacción, en la calle Cuareim, había un lugar pequeño para comer chivitos, cuyo propietario se llamaba Chiche, hombre grande en tamaño que, si mal no recuerdo, era originario de Minas. Estaba abierto hasta tarde y la buena comida era acompañada por una selección musical propicia para esas horas tardías del día, cuando la mente necesita de la ayuda de ciertas canciones que fueron creadas para eso: para mejorar la vida cuando en horas de necesidad.

Una noche, días antes del comienzo de la guerra de las Malvinas, una canción oída en ese lugar de buenos chivitos, cambió el ritmo de mi espíritu, apaleado por lo que había y por lo que se veía venir. En la calma de la acechante noche pre-invernal, cuando el ruido de la cocina había pasado a ser inexistente, una música tenue, como de realidad superior, hizo acto de presencia. Eran la letra, la voz, la melodía, en fin, todo lo demás indefinible y que hace del arte un lugar tan inasible como la esencia misma de lo sagrado. Fueron dos versos que figuran entre los mejores escritos en la América hispana: "Contigo
aprendí/Que existen nuevas y mejores emociones". Al otro día fui y compré el disco: Esencia Romántica, de Los Panchos; María Martha Serra Lima (con la llamada inglesa, aunque se tratara de tres mexicanos y una argentina). Conocía a los primeros, pues, vaya paradoja, en el Uruguay menos global y con menos libertad de entonces había mayor interés y apasionamiento por conocer productos artísticos proveniente
del extranjero, sea ya de la música, de la literatura o del cine. Era un país, pese al gobierno de facto, mucho más culto que el actual. Tal parece que estar en contra de lo que sea es siempre más efectivo, que estar a favor de algo que no se sabe bien qué es.

Por la tapa, Esencia Romántica parecía un disco anacrónico. En la foto, carente de trucos visuales y con diseño mínimo, había tres guitarristas entrados en edad (Chucho Navarro, Alfredo Gil y Basurto Lara), de los que uno encuentra en una cantina mexicana, y una mujer obesa sentada, de las que dan la impresión de que solo pueden cantar en esa posición. Sentada, María Martha Serra Lima hacía poner al espíritu de pie. Cuando me fui de Uruguay, a fines de ese año, las únicas posesiones que llevé conmigo era Esencia Romántica, además de otro disco, Kamikaze, de Luis Alberto Spinetta (con una canción a manera de banda sonora ideal para aquel momento: "y esto será siempre así/ quedándote o yéndote), y una antología de cuentos de Onetti. Esencia Romántica, amuleto portátil que me acompañó como lazarillo durante el periplo de la nada a quien sabe qué, se lo terminé regalando a una amiga estadounidense que conocí en el camino, quien al oírlo comentó: "esta voz no se parece a ninguna". El disco se quedó en su casa y cada tanto me decía: "no me canso de oír a esta cantante".

Nadie se cansa de oír a María Martha Serra Lima, y ese es uno de los atributos de su tan hipnotizador don. Además de ser una voz todo terreno (las cantantes mexicanas cantan los boleros y rancheras de otra manera, con menos universalidad en su fraseo y entrega de melodía, me animaría a decir), inconfundiblemente rioplatense como las de Gardel y Julio Sosa, tiene algo de maratonista. Puede cubrir distancias largas. Uno puede pasarse horas escuchándola sin conocer la monotonía. Serra Lima era capaz de ir con facilidad de la canción melódica (El día que me quieras, En un rincón del alma, Como toda mujer, A mi manera), al bolero más esencial y difícil de cantar con sentimiento profundo (Échame a mí la culpa, Voy a perder la cabeza de tu amor), pasando por rancheras que solo el alma puede entender con plenitud (Se me olvidó otra vez).

María Martha Serra Lima fue la mejor voz femenina que ha dado el Río de la Plata y figura por derecho propio entre las mejores natales de América Latina. "I was born with the gift of a golden voice" (Nací con el don de una voz dorada), canta Leonard Cohen en The Tower of Song. La voz dorada de Serra Lima embelesaba por la nitidez de su registro, que hacía de la fonética un acto de poesía vocal, como puede constatarse en versos que podrían pasar desapercibidos, y que sin embargo la voz de la cantante transforma en sublimes, "¿Hace falta que te diga, /que me muero por tener algo contigo?" Tal cual sucede en el poema Vocales, de Rimbaud, en el que cada vocal tiene un color correspondiente, la voz de MMSL emitía colores, que al oírlos, ayudaban a ver mejor. Sabía seleccionar el repertorio, pero incluso si una canción no tan buena se colaba, era capaz de transformarla en controlado manojo de sublimes melodías.

Serra Lima tuvo una voz de las que siguen resonando incluso una vez terminada la escucha. En ninguna canción sonó altisonante o engolada. Lo que la hizo incomparable, fue su facilidad para inventar pronunciaciones, como solo pocos, los muy escasos elegidos, logran transformar en hecho estético. A manera de karaoke final, hoy le decimos, agradecidos: "Vaya usted con Dios" y que "allá en el otro mundo/En vez de infierno encuentres gloria".

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