Opinión > Opinión / Nelson Fernández

Al final de cuentas, siempre mandan los resultados

El presidente asumió directamente la conducción del nuevo plan de seguridad
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26 de mayo de 2018 a las 05:00
Gonzalito" llegaba siempre temprano al trabajo donde era vendedor; se servía un café, leía el diario y comentaba las noticias en voz alta, siempre con exclamaciones: simpático, agradable en el trato, generoso con sus compañeros y entrador. Luego comenzaba sus tareas: llamaba por teléfono a potenciales clientes, visitaba a otros, y regresaba sobre el final de jornada. Saludaba a cada uno con una sonrisa y buenos deseos. Y se iba como había llegado: sin una venta.
Así pasó el tiempo. Un día su escritorio estuvo vacío y no fue porque hubiera llegado tarde. Sus intenciones podían ser buenas, sus argumentaciones comprendidas, pero al vendedor lo miden por las ventas. Al final de cuentas, mandan los resultados.

En seguridad pública, el gobierno ha tenido resultados que la gente valora como negativos y la respuesta oficialista ha sido con explicaciones sobre sus planes. Ahora pasa a otra fase, de ajuste de planes y nuevas acciones, y habrá qué ver qué resultados arroja.

El presidente reaccionó, desacomodó a la oposición y también a su interna.
Mostró liderazgo y puso en juego su capacidad de conducción política. No hubo consultas, ni hubo una reunión política para explicar el plan: ministros y legisladores se enteraron por la prensa, y el debate sobre el combate al delito fue reabierto con otras aristas.

El Director Nacional de Policía, Mario Layera, emerge como victorioso de esta fase de reajuste de plan de seguridad, porque el lanzamiento de medidas quedó encadenado a sus polémicas declaraciones. En el Ministerio del Interior aseguran que no lo hizo "para generar el clima político" necesario para el endurecimiento del combate del delito, la reforma de la reforma del proceso penal y la exigencia de coordinación en áreas de gobierno vinculadas al fenómeno de la violencia y el delito.
Pero haya sido por movida estratégica, por calentura de hartazgo e impotencia en la tarea, o por fruto de la casualidad, la marca "Layera" quedó vinculada al cambio. Fue claro y contundente, y sintonizó con la preocupación popular de una sensación de "impunidad".

Ahora le han dado casi todo lo que pedía y ya no será evaluado por sus dichos, sino por lo que haga, y sobre todo, por sus resultados.

Mientras, desde la oposición siguen las críticas por este tema y en la diana sigue la cara del ministro Eduardo Bonomi. Pero ahora ya no se trata de Bonomi, que de alguna manera pierde la calidad de fusible que implica el cargo de un secretario de Estado. Bonomi seguirá en el Ministerio o volverá al Senado, pero el escudo político del plan es el propio Tabaré Vázquez.

El presidente jugó fuerte y arriesgó. Y aunque la responsabilidad política principal siempre es la del jefe de Estado, ahora Vázquez ha reforzado su sello al frente del nuevo plan en forma directa.
Pudo haber diseñado el plan y dejar que lo presentara un nuevo ministro, y entonces si eso no funcionaba, podría volver a cambiar al titular de esa cartera. Pero el presidente sabe que ya no queda mucho tiempo del quinquenio, y que hay que poner "toda la carne en el asador", según explicó uno de los pocos que están en el círculo chico del poder. Así que asumió él mismo la conducción del plan.
Esto no es nuevo, ni el problema, ni la reacción. En los comienzos de la República, la policía aparecía en encrucijada especial: en el segundo gobierno, presidido por Manuel Oribe, efectivos policiales habían sido encomendados a cuestiones que les quitaban espacio para perseguir otros delitos.

A mediados de 1835, una circular de la Jefatura de Montevideo a los comisarios, exigía "severidad" en la represión de las "casas de juego" porque a la autoridad le preocupaba "que varias personas decentes de la sociedad" se hubieran "desmoralizado y pervertido, abandonándose al extremo de derrochar la mayor parte de su subsistencia".

Al año siguiente, Oribe dijo al abrir el período legislativo de 1836: "El homicidio y el abigeato que frecuentemente se sienten en el país, quedan casi siempre sin castigo, porque el primero se disculpa con la embriaguez, y la gravedad del segundo se desconoce en la capital, donde no alarma y no se valoran circunstancias agravantes cuyo mérito solo puede distinguir y graduar el conocimiento y práctica de los trabajos de campaña. La experiencia nos demuestra que la impunidad produce el desaliento y el cansancio de los encargados de la vigilancia pública, multiplica los crímenes y excita la venganza de los ofendidos".

En otras circunstancias, también hoy la crítica a la política de seguridad y el reclamo de "mano dura" de gran parte de la población, se vincula con una percepción de "impunidad". Y eso también se traduce desde la policía como "desaliento" para su tarea. Y en algunos, despierta deseos de "justicia por mano propia", "venganza" o acciones de ese tipo.

La situación de inseguridad acorralaba al gobierno actual.

Al presidente se le reclamaba reacción, y reaccionó. Tanto como para asumir la conducción directa del plan de seguridad, sin otro filtro que los naturales de subordinación jerárquica.
Vendrá luego la etapa de consecuencias y valoración de la opinión pública. Ahora, todo depende de cómo se ejecute el plan, y fundamentalmente, de los resultados. Porque lo que manda, más allá del plan mismo y de las intenciones, son los resultados.

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