Ricardo Peirano

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Casavalle nos interpela

Un escenario de pobreza y miseria, de guerra de narcotráfico, pero a la vez de historias que conmueven, merece una respuesta. ¿Somos capaces de solucionar sus problemas no atendidos durante décadas?
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31 de diciembre de 2017 a las 05:00
Al concluir un año y comenzar otro, circulan con rapidez y un cierto dejo de frivolidad los deseos de un "muy feliz año nuevo" o "lo mejor para el año que se inicia" o "mis mejores deseos para el próximo año". No es que esas expresiones de buena voluntad y de éxitos no sean sinceras. Es que son más bien tan genéricas que poco nos dicen a cada uno. Se aplican a lo económico, en primer lugar, tanto a nivel personal como nacional; se aplican a la salud; se aplican también a deseos de mayores éxitos personales. No son malos estos deseos de paz y prosperidad pero, en última instancia, son demasiado materiales o tienen en cuenta principalmente el bienestar material. Y todo ello está bien. Es bueno que así sea. Pero es poco.

No podemos dejar que estos deseos, que a veces se dicen sin pensar mucho, nos oculten los reales problemas del país. Todos aspiramos a que crezca la economía, el empleo, el salario, las exportaciones, la inversión. También a que baje la pobreza, la mortalidad infantil y la inflación. Y no estoy seguro de que todos estemos contentos con que baje el déficit fiscal: por lo menos a una buena parte de la bancada parlamentaria del FA no le preocupa mucho. Todos aspiramos también a sacar la lotería, o el Cinco de Oro. Y otros aspiran a que el Estado nos siga dando derechos y beneficios, aumentando las jubilaciones y los salarios por arte de magia y no por mayor productividad. Pocos, en cambio, están dispuestos a superarse para mejorar su nivel de vida, su educación, la situación de su familia. Parece que seguimos esperando que las "fuentes de trabajo" surjan y se mantengan por razones desconocidas como las que hacen manar el agua de las fuentes. Saquémoslo de la cabeza: no hay "fuentes" de trabajo. Hay empleos que se crean, otros que se transforman y otros que desaparecen. Lo importante es que crezca el empleo global y no que se exhiban cifras lamentables como la pérdida de 40.000 puestos de trabajo como ocurrió en los últimos dos años pese al crecimiento de la economía, algo que debería interpelar muy severamente al gobierno, más allá de expresiones aisladas de "preocupación" por el problema, aunque no de "ocupación" para resolverlo.


Pero este fin de año 2017, creo que además de todas esas cosas, nos interpela para 2018 la cuenca de Casavalle. Un escenario de pobreza y miseria, de guerra de narcotráfico, pero a la vez escenario de historias que conmueven (recomiendo dos historias espectaculares y esperanzadoras que se publicaron ayer viernes en El Observador sobre dos jóvenes estudiantes de liceo, Gonzalo Sena y Rodrigo Moreira, que rompen el molde de la medianía y del conformismo), de familias honestas y trabajadoras que buscan un mejor horizonte para sí y para sus hijos, de experiencias educativas de gestión privada que muestran que sí se puede derrotar a la pobreza, a la marginalidad y a la desesperanza y que podrían replicarse en muchos entornos carenciados de Montevideo y del interior a poco que el gobierno se pusiera las pilas en materia educativa.

Casavalle muestra lo peor del país: educación fracasada, plan de vivienda fracasado, políticas sociales fracasadas, políticas sanitarias fracasadas, recolección de basura fracasada, auge de narcotráfico y de la fragmentación social. Y también muestra notables historias de superación, y hasta de heroísmo. Pero Casavalle es algo que no queremos ver o que queremos ver lejos de nosotros o no considerar parte de nosotros. Si Uruguay quiere ofrecer un futuro a sus nuevas generaciones tiene que ser capaz de recuperar Casavalle (y otros barrios similares). Y tiene la oportunidad de hacerlo empezando por el área educativa. Ahí está la llave que abre todas las demás puertas: inseguridad, estigmatización y fragmentación social, fractura familiar, insalubridad, etc. La buena educación, y eso ya está probado hasta el cansancio en la teoría pero sobre todo en la práctica, recupera valores, abre horizontes, encauza conductas, une familias, derrota a la droga. Las soluciones policiales, como la del jueves 21, son necesarias pero de ningún modo suficientes. Es preciso ir a la raíz de los problemas y eso es lo más difícil porque no da réditos electorales, y menos de corto plazo.


Casavalle nos interpela como sociedad. ¿Somos capaces de solucionar los problemas allí generados y no atendidos durante décadas? La solución –y no la de tierra arrasada- es posible. Si somos capaces de darla, seremos capaces de dar solución a muchos de los problemas del país.

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