Vivimos tiempos vertiginosos. Modos de hacer y formas parecen pertenecer a un mundo diferente. Sin embargo, no lo son porque nuestro contacto con El Observador nos ubica en el tiempo y en el espacio. Comunicando es una canción que todavía figura en los repertorios. Agradable o no, nos recuerda el empleo que damos al teléfono.
"Comunicando" no tiene entre nosotros el uso primitivo. Cuando intentábamos hablar con determinado número telefónico, aparecía una señal sonora de “Comunicando”. La denominamos muy pronto “ocupado”. Pero todo ha cambiado con la invasión de los teléfonos celulares. Ellos nos permiten hablar, dejar mensajes y un etcétera muy etcétera. Vuelvo a los años de Facultad. Por las mañanas, después de desayunar me despedía de mis padres. Mi madre y yo no necesitábamos intercambiar mensajes a lo largo de la mañana. Los dos conocíamos los horarios. Ahora, los hijos y los nietos no conciben otro sistema que el de mandar mensajes. En el ejemplo anterior, mi madre sabía que yo llegaría para almorzar. Hoy, tengo oportunidad de escuchar en el autobús, en la calle y en la misma casa, estos comentarios: “Estoy cerca”, “Llego enseguida”, y un largo etcétera.
Tiempo atrás tuve necesidad de hospitalizarme por un tratamiento oftalmológico. Sabía perfectamente que, al mediodía, estaría dado de alta en condiciones de volver a mi casa. Por eso quedé con uno de los mayorcitos de mi casa para que pasara a buscarme. El diálogo no admite más que un “bravo”. “Hola, cómo estás? En diez minutos estoy allí" “Muy bien, te espero”. Otro sí y digo, como en los escritos judiciales. “Pero cuando cruces hasta el bar, no te olvides de pedirme algo para mí”. "¡Cómo! ¿Cruzaste sólo la dieciocho? Bueno, ya llego”. "Estoy un poco demorado. Llego enseguida. ¿Te duele algo? ¿Pudiste pedir algo rico para mí?” Pasan los minutos y prosiguen las preguntas y respuestas.
Un diálogo así se repite continuamente. Me parece que existe en cada uno de nosotros el deseo de estar comunicados perpetuamente. He puesto un ejemplo familiar y he sido respetuoso. Al menos así lo pienso yo.
No obstante, los ejemplos de la vida real están en nuestro patrimonio, existen muchos momentos en los cuales niños, jóvenes, adultos y adultos mayores nos comunicamos y está muy bien. Es en la vida cotidiana cuando nos movemos. Si alguna vez no hablamos, los gestos lo dirán todo. ¿Es bueno el silencio? Solo me permito acudir a Heidegger. El hace pensar cuando expresa que “el silencio es un modo de hablar”. Pero no nos pongamos trágicos.
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá