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Con la cabeza en las estrellas

Tras intensos años, repletos de concursos y premios, Victoria Alonsopérez está concentrada en sacar adelante Chipsafer y en hacer un aporte en lo que es su pasión: el espacio exterior
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01 de enero de 2016 a las 05:00

Y no es algo superficial. Victoria fue una de las mujeres en las que pensé cuando, en un evento, la maquilladora Rosario Viñoly realizó una bellísima presentación del labial rojo en la historia. De Cleopatra a cómo había pasado a estar asociado prácticamente a lo prostibular, y luego a transformarse, en los años de 1940 y 1950, en expresión de las mujeres, fuertes y decididas, que salían a batallar en el campo laboral.

Por Gabriela Malvasio

¿Cómo que rosado? ¿Dónde está el rojo? Victoria Alonsopérez despliega su gran sonrisa. Sí, ese día había decidido usar otro color ("Ojo, no tanto como el rojo pero también me gustan el rosado y el lila", aclara). No me lo esperaba. Hubiera apostado que la iba a encontrar vestida de rojo. Es inevitable asociar a la fundadora de IeeTech con este color. Recordarla saltando de alegría con un vestido rojo cuando anunciaron en San Francisco, Estados Unidos, que era finalista del concurso internacional The Venture; cuando peleó la final, literalmente, en un ring de boxeo, con un enterito de ese color al que hizo alusión hasta el presentador o con una gabardina colorada para una sesión de fotos para notas de su producto Chipsafer. Es sabido que si hay un color que se asocie a la pasión es el rojo y pasión es lo que desborda esta ingeniera en electrónica y telecomunicaciones de 28 años.

La predilección de esta ingeniera por "arreglarse" es visible, algo poco común en el mundo "nerd". Es más, ha contado que le recomendaron que no se produjera tanto para que en ambientes como Silicon Valley no la tomaran por tonta. Pero a ella esos prejuicios no le importan.

Hace dos años fundó IeeTech con el producto Chipsafer, una plataforma que detecta y rastrea anomalías en el comportamiento del ganado, y por lo tanto puede prevenir que se propaguen enfermedades. Se trata de una especie de collares que se le colocan a los animales y transmiten información. En su Linkedin uno se sorprende al ver la cantidad de premios y distinciones que ha obtenido. Por ejemplo, el premio al mejor inventor joven de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, a la startup más innovadora de Latinoamérica del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o elegida como una de las innovadoras del año, menores de 35 años, de Argentina y Uruguay, del MIT Technology Review, entre otros.

En el mundillo emprendedor montevideano, ante la proliferación de competencias y concursos, nunca falta quien señale el riesgo que corren algunas startups de ser multipremiadas pero que se queden en eso y no logren despegar. Victoria asiente. Conoce ese peligro, pero también defiende todas las puertas que los premios le han abierto. Le han proporcionado fondos y conexiones que ahora está aprovechando.

Parar para pensar

Tiene un hablar acelerado. Dice mucho y rápido. Inevitablemente vamos saltando de su carrera emprendedora (con IeeTech y CloudStat, otro emprendimiento dedicado a drones) a su amor, una especie de obsesión que la acompaña desde pequeña: el espacio exterior. Ella lo define contundente: "Apasionada mal por el espacio".

Cuando uno escucha a Victoria hablar sobre el espacio exterior, la NASA, los satélites, las estaciones espaciales, los asteroides, no puede evitar quedar fascinado. Su fervor contagia y además es literalmente como si a uno le estuvieran hablando de otro mundo. Este entusiasmo la llevó a hacer un posgrado en la Universidad Internacional del Espacio: tres meses de ingeniería espacial, biología espacial para astronautas, derecho espacial; todo lo que involucra una misión.

Con un proyecto sobre Marte, obtuvo una beca de la Federación Internacional de Astronáutica que le permitió entrar en contacto con integrantes del Space Generation Advisory Council (SGAC). Se involucró en varios proyectos, y pensó en presentar uno de ellos —sobre satélites— en una conferencia de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, cuando se topó con un concurso para jóvenes innovadores promovido por esa organización. Decidió probarse en ese desafío con una idea inspirada en la problemática de la fiebre aftosa que vivió Uruguay. Ganó y obtuvo la primera financiación para Chipsafer.

Hoy la niña que soñaba con los viajes espaciales es además la presidenta de la SGAC, esa organización no gubernamental, que, con más de 4.000 miembros en 100 países, apoya el programa espacial de Naciones Unidas. Esto le permite sentarse a cenar o moderar un panel con el director de la NASA o de la Agencia Espacial Europea.

Y así como nuestra charla, que salta con naturalidad de Chipsafer al espacio exterior, transcurre también su vida. En los últimos años con un vértigo y una intensidad particular; concursos, premios, viajes, invitaciones para hablar de tecnología en el agro, de emprendedurismo o de la mujer en las tecnologías. Solo que ahora Victoria decidió "parar la pelota" y concentrarse solo en Chipsafer y en la presidencia de SGAC, que ejerce hasta el año próximo.

Son tiempos de reordenarse, de pedir consejos y evaluar cómo seguir. "Creo que nunca había parado para pensar. Estoy hablando con gente de todas partes para conocer sus experiencia y me está sirviendo pila", explica.

Como emprendedora, Victoria tiene claro que no tiene que rendir cuentas a nadie, que puede trabajar hasta las tres de la mañana y después dormir una buena siesta, pero que tampoco tiene un fin de semana libre, que todo lo que gana es para reinvertir en su startup. Más allá de eso, se dio cuenta de que las cosas se le estaban yendo de las manos cuando la mayoría de sus mails empezaron a tener el mismo inicio: perdón, disculpas, I'm so sorry but...

Parte de esa priorización parece también involucrar su intensa relación con la tecnología. Obviamente que para Victoria resulta esencial. Me cuenta que puede pasar todo el día conectada a Skype e ir de una conexión a otra, de Austria a Japón, de Estados Unidos a Australia.

Pero hace poco pasó toda una semana con dolor de cabeza. No sabía qué era. Podía ser que antes solía hacer mucho ejercicio y ahora no estaba teniendo tiempo para ello. Pero lo que se propuso fue evitar que lo primero que hiciera al despertarse fuera mirar el celular. Se empezó a sentir mejor y a los pocos días dejó el celular en la mesa de luz y se fue a caminar por la rambla y la playa "hasta que las piernas dolieran".

En este proceso la están ayudando los mentores, a quienes consulta "todo" y, aunque ella es la que debe tomar las decisiones, reconoce que las recomendaciones de aquellos que pasaron por lo mismo la ayudan mucho.

Aprendizaje chino
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¿En qué momento está Chipsafer? Se han vendido unidades fabricadas en Uruguay con impresoras 3D e importando componentes. Pero Victoria quiere otra cosa: una producción que salga de lo artesanal y pueda tener escalabilidad.

Por eso intentó realizar prototipos en China y resultó un verdadero dolor de cabeza. Este año fue de problemas, reconoce, pero también de aprendizaje. Le pasó lo que a otros emprendedores: quería solo 2.000 muestras —lo que para los chinos no es nada— y la calidad no resultó ser la que esperaba.

"Aprendí muchísimo, muchísimo. Fue hasta gracioso. Fui a la fábrica en China y pedí detalles de un componente. El ingeniero empezó a explicarme, y yo le respondí que no podía ser así. Me habían cambiado un componente por otro. El ingeniero me hizo dibujitos de cómo funciona. Yo agarré la hoja y también empecé a dibujar. Y él, sorprendido, le preguntó a mi traductora cómo podía ser que yo supiera tanto. Ella le respondió: 'Porque es ingeniera electrónica'. Y ahí me di cuenta de que yo era la primera mujer ingeniera electrónica que conocían en esa fábrica", comenta.

Ahora, Victoria está en conversaciones con fabricantes de otros países; y piensa que lo ideal es algo fabricado en China pero con certificación estadounidense. Habla mucho con otros emprendedores, que generosamente le pasan "piques". En Chipsafer, junto a Victoria, trabajan dos personas más, en una oficina en el edificio Panamericano.

A pesar de una situación regional complicada, Victoria entiende que en Uruguay se está apostando a la innovación. Tal vez los cambios sean lentos, pero ve que hoy está mucho más avanzado que cuando ella empezó. "Tenemos un recurso que no hay en otros lados: la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Si tenés una buena idea te pueden dar fondos para validarla, y eso es algo fundamental. Lo único que hay que cambiar un poco es Aduanas, es un gran dolor de cabeza en materia de certificaciones e importación de componentes cuando estás desarrollando un prototipo", reflexiona.

La chica del espacio

Cuando en sus épocas liceales y universitarias Victoria hablaba acerca de desarrollarse en algo vinculado al espacio exterior, todos a su alrededor, salvo su familia, la desanimaban. Dice que no había maldad, solo preocupación. En 2009, obtuvo la beca de la Federación Internacional de Astronáutica. Consistía en un viaje a Corea. Era el primer viaje largo que realizaba sola. "Cuando llegué a la sede del Space Generation Advisory Council (SGAC) fue como cuando Harry Potter entró en Hogwarts (el colegio de magia y hechicería). Todas eran personas de mi edad a las que les hablabas del espacio y no te miraban raro. Me encantó", recuerda.

Lo único que les recriminó fue que no tuvieran más difusión, porque muchas personas como ella no tenían idea de la existencia de la organización, ni que se pudiera ser parte de un proyecto espacial desde cualquier parte del mundo. Porque es justamente eso lo que pasa en SGAC, se conectan con agencias y empresas vinculadas a lo aeroespacial y colaboran en experiencias que no involucran lo monetario sino que sirven para mejorar currículums o sacarse un gusto.

Cuando se encuentra con los principales referentes del sector, las charlas giran en torno a qué es lo que opinan las nuevas generaciones y a mostrar lo que se está haciendo. Victoria se entusiasma al explicar lo que se investiga para el ámbito espacial después sirve en otras industrias.

También hablan de las amenazas, como la basura espacial o si un asteroide se dirige hacia la tierra. "Que podamos hacer algo que no sea tipo Armagedón, de último momento. También puede preverse, con los satélites se tiene todo monitoreado. Tiene que hacerse un mapa de todo lo que puede llegar a impactar. Hay gente que se pregunta para qué sirve (poner dinero en el sector aeroespacial). Bueno, para eso, para que no nos pase lo de los dinosaurios", comenta.

La última pregunta es sobre qué la hace feliz en este momento particular. "Todo lo que tiene que ver con el espacio. Cómo puedo llegar a contribuir, pensar que algo de lo que hago puede llegar a afectar positivamente al planeta". Y, seguro, seguir soñando con un emprendimiento de naves espaciales.

"Por favor, para las fotos, ni rosado, ni lila", le imploro. Otra vez la sonrisa amplia de Victoria. Me asegura que estará de rojo y me regala una anécdota.

En un viaje reciente a Jerusalén, estaba recorriendo la ciudad junto a un amigo, cuando a él le surgió una emergencia que tenía que resolver y le explicó cómo volver sola al hotel. Victoria se subió al metro y enseguida notó que pasaba algo extraño. Era la única mujer en un vagón repleto de judíos ortodoxos. La única mujer, y con un vestido rojo, en un mar de trajes negros, sombreros, rulos y miradas reprobatorias. Me quedo pensando qué tremenda foto hubiera sido esa.


El compañero astronauta

Victoria siempre hace referencia a un momento de su vida que marcó el lazo con el espacio exterior. Tenía solo 4 años cuando un día le preguntó a su padre, que era contador, para qué servían los números con los que estaba trabajando. Él la llevó hasta la ventana y le mostró la luna: "Ves, los hombres llegaron hasta allá combinando dos números: 0 y 1". Victoria quedó fascinada.

Pero la intervención de su padre no se quedó solo en ese episodio; su apoyo fue permanente. Victoria recuerda cómo grababan en VHS cualquier documental sobre el espacio, y en particular sobre Marte, que apareciera en la tele. Ella le contaba a todo el mundo que quería ir a la NASA y una maestra le recomendó un curso en el Planetario de Montevideo. Su padre la llevaba cada sábado, y allí aprendió tanta astronomía como le enseñarían después en el liceo. Y también, a los 14 años, cuando a ningún compañero le interesó participar en una feria de ciencia con un proyecto sobre cómo hacer posible la vida en Marte, fue su padre quien la acompañó.

TedX Durazno

En Youtube puede encontrarse la charla que Victoria Alonsopérez dio en TedX Durazno. Totalmente recomendable principalmente para ver que lo que aconseja a otros es lo que ella misma practica: perseverancia, seguir consejos y pedir ayuda. No pensar que el lugar geográfico es una restricción, no pensar que no se está lo suficientemente calificado y aprovechar el contexto.


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