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Corea del Sur: a ritmo de tren bala

Un tour de force por tres ciudades que, de algún modo, explica por qué el país más multicultural de Asia crece sin parar
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05 de septiembre de 2015 a las 05:00


Por Sebastián Auyanet
@Sebauyanet

Seúl: día 1

Son las ocho de la mañana y en el aeropuerto de Incheon —en realidad ubicado en una isla frente a esa ciudad—, el tren de alta velocidad espera por pasajeros que viajen hacia allí y a otros que sigan hacia Seúl, lo que tomará 47 minutos anunciados y cumplidos sin pasarse uno más o uno menos.

La calma tras el silencioso y veloz viaje se percibe al bajar en Seoul Plaza, un enorme redondel de pasto en medio de dos grandes avenidas y presidido por el edificio del ayuntamiento de la ciudad, la primera de muchas obras arquitectónicas modernas repartidas por distintas ciudades de Corea que parece un transformer. Es un punto neurálgico de la ciudad, pero es domingo y se respira calma incluso en la zona de los hoteles.

Así será todo el día aunque a la noche habrá vida en Myeongdong, una especie de mercado callejero que queda apenas a unas cuadras y donde entrada la noche se desperdigan turistas y locales, muchos salidos del hormiguero comercial de más de siete pisos que es el shopping Lotte ubicado enfrente. Por lo general buscan alguna compra más y algo de comida callejera. "Si lo tuyo no es el picante, mejor ni pruebes nada pintado de rojo o con algo rojo arriba. Es una forma de protegerse", me dice en un inglés algo tosco y a toda sonrisa Chang Yun desde su puesto. Tocará probar comida picante de todos modos. Él vende remeras con personajes de cómic y medias con un dibujo de PSY, el señor Gangnam Style. El resto de las tiendas en la calle ofrecen repertorios culinarios similares —cuidado, esto a los ojos de un occidentalizado— mientras que los locales comerciales se reparten entre cosméticos para hombre y mujer y otros rubros en relación de 3 a 1. Vuelvo a recordar a PSY, un gran parodista de la idiosincrasia coreana y que suele reírse bastante de ciertos preceptos estéticos de algunos de sus coterráneos, como el uso indiscriminado de cremas para la piel. En los negocios 24 horas de la zona apenas encuentro una marca de desodorantes, pero sí varias de cremas para la piel y el pelo.

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Esto sucede a medianoche, cuando Seoul Plaza ya es un páramo bañado por la luz de algunas pantallas gigantes y por ahí detrás, a algunos kilómetros, la torre Seoul N sobre el monte Namsan ve irse a los últimos visitantes del domingo. Subir a pie y entre los cerezos (cherry blossoms) los 262 metros del monte en el que está enclavada es uno de esos necesarios clichés que hay que cumplir cuando uno llega a una ciudad como esta. Luego se pueden subir en 10 segundos de ascensor los casi 237 metros de torre y ver la inmensidad de esta ciudad de más de 10 millones de personas (sin contar el área metropolitana: allí asciende a más de 25 millones). El espectáculo es tremendo y ellos son conscientes de la vista hermosa que tienen: hasta los urinarios están hechos contra el vidrio.


Seúl: día 2

La calma del domingo ya no volverá a ser tal: como parte de un seminario para periodistas quedo sometido a la doctrina del palli palli —podría traducirse como "rapidito rapidito"— que hace saltar de la conferencia al riguroso coffee break de cinco minutos y de ahí al almuerzo y al acto protocolar y a la foto de rigor, a la segunda tanda de conferencias, a la media hora para cambiarse de ropa y a la cena con el alcalde de la ciudad, para luego luchar contra el cambio de horario y encontrar un bar en el que tomarle un poco más de pulso a la ciudad. "Crecimos entendiendo primero que nada que había que trabajar mucho y sin parar..., y hacerlo palli palli", dice un colega con una sonrisa amable mientras el alcalde pregunta por Luis Suárez y habla del concierto que Paul McCartney dio por primera vez en la ciudad semanas atrás, en el hermoso estadio olímpico en el que Ben Johnson ganó a fuerza de esteroides la medalla y la adoración más efímeras de la historia del deporte mundial, allá por 1988.

En medio del día, de todos modos, hubo dos encuentros claves. El primero fue dar unos pasos por el revivido río Cheonggyecheon, convertido en una maravilla de paseo urbano salido de un río podrido y casi seco que comenzó a recuperarse en 2003. El segundo fue con mi primer kimchi, un platillo que en su versión más difundida se hace a partir de una col fermentada con una salsa picante por encima y que en los restoranes coreanos de Montevideo también se sirve. Si la comida de los pueblos que prevalece es la de los pobres, Corea sabe mucho de eso: las hambrunas tras las diferentes ocupaciones y la guerra con la mitad norteña del territorio y su dinastía comunista han obligado a generaciones a comer —y mantener— lo poco que daba la tierra y el agua. Hoy, el kimchi se puede comer en Motevideo pero lo notorio es que está presente en ese tipo de sitios que presumen de cocina internacional en serio en las capitales más importantes del mundo.

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Daegu: día 3

Solo en el contexto de que Seúl parece una enorme exageración del capitalismo moderno, Daegu puede ser tomada como una ciudad "del interior" de un país. Es que la millonada de seulitas, su consumo, su KPop por todos lados y su interminable ristra de barrios con rascacielos contrastan con la relativa calma de esta ciudad en la que estaremos menos de 24 horas. Son las suficientes para entender que Daegu no es un pueblo ni mucho menos: en la ciudad donde nació la mismísima Samsung viven casi 2,5 millones de personas, en barrios surcados por monorrieles futuristas y silenciosos. Acaban de inaugurar la tercera línea y van por más, pero en Daegu el mensaje claro es que quieren ser el "hub" del agua de Asia y por eso hicieron el VII Foro Mundial del Agua.

Lo presentan con una obra emblemática: la restauración del río Nakdong, que costó más de 1.000 millones de dólares en el marco de un proyecto de recuperación de cuatro ríos decisivos para la vida de Corea del Sur. Es cierto, son todos gastos que puede permitirse un país que hoy es la economía número 14 del mundo gracias a su capitalismo fuertemente orientado desde el Estado, pero ¿cuántos países lo harían de tener el dinero? Desde el ómnibus, el agua del Nakdong se ve cristalina y uno desearía tener un par de días para disfrutar de los espacios de esta menos abrumante y abierta metrópoli moderna.

Busan: días 4 y 5

Imagínese si una ciudad balnearia tuviera más de 8 millones de habitantes, una interminable línea portuaria que conecta por mar a Corea con el resto del mundo, enormes zonas de compras y más "transformers", como el Centro del Cine, famoso por su festival. Busan es algo de eso si se la mira desde la playa de Haeundae, que da sobre el cristalino "Mar del Este", según me dice el portero del hotel y que en todo el mundo se conoce como "Mar de Japón" (los coreanos siguen en disputa internacional por el cambio oficial de nombre).

Llegamos por la tarde y en la playa hay algo de vida por la noche aunque recién esté comenzando la primavera: un chico improvisa un acústico en la arena y ofrece su disco a cambio de 10.000 wons (unos 10 dólares) en el marco de una campaña contra la leucemia. Mientras tanto, en bares de la zona como el U2 no se sirve pop coreano sino rock de ese país (puede sonar algo como esto de los No Brain, algo así como los próceres punk de la patria) y también internacional.

Pero Busan ofrece también un espacio para poner un freno, o al menos así lo sugiere la elevada villa de Gamcheon, un barrio con cierto parecido a Valparaíso que recorrimos en poco más de una hora. "Es un barrio de vecinos que todavía se conocen, una rareza", dice mi guía con pasado en la guerra de Corea mientras me invita a entrar a una lavandería y se abraza con la dueña. Y explica: "A esta señora todo el barrio le deja las llaves de su casa cuando se va a trabajar. Ahora en los barrios ya no hay concepto de 'vecinos', pero soportamos la guerra y el hambre, cuidándonos entre nosotros, no me lo imagino de otra forma".

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También se puede conservar el estado de aislamiento del ruido metropolitano visitando alguno de los templos budistas ubicados sobre las montañas cercanas a la ciudad, donde seguro alguien estará dispuesto a enseñar con gracia y simpatía la ceremonia original del té.

Aun así, el ritmo de conferencias, eventos, paseos programados y visitas protocolares se mantiene incambiado y hay poco tiempo para parar, nos dicen siempre amablemente y con una sonrisa los chicos de la organización que van con nosotros. Es como si parar estuviera mal. "Hay un tema con la exigencia, aquí tener ansiedades o pánicos es todavía un síntoma de debilidad", me dice un colega compañero de ruta el mismo día en que la BBC publica una nota sobre acoso laboral de jefes hacia empleados en este país.

Eso sí: Busan no duerme o duerme menos; al menos eso parecen decirme a las tres de la mañana las decenas de carteles luminosos de discotecas, karaokes y moteles a los que da la ventana de mi habitación en el lujoso hotel Grand Haeundae.

Zona desmilitarizada y Seúl: día 6

¿Quién puede decir qué tan lejos llegarán la Samsung, la Hyundai, el pop coreano que ya bailan adolescentes uruguayos o las telenovelas que ya son un éxito en Paraguay? El crecimiento de Corea no tiene techo. Precisamente por eso la frontera con sus hermanos del Norte parece un freno abrupto, un muro.

El último día "volamos" en el tren de alta velocidad KTX a más de 300 kilómetros por hora hasta Seúl y de ahí vamos en una hora hacia la DMZ (demilitarized zone), el epicentro de la línea que corta por el medio a todo el territorio de la vieja Corea (unos 250 kilómetros) en una franja que tiene cuatro kilómetros de separación. Llegamos al paso fronterizo en el paralelo 38 tras recorrer, antes de entrar a la franja, una zona con varios puestos turísticos y miradores que prometen una vista a lo exótico: del otro lado está el agujero negro geopolítico más intrigante del mundo.

De lejos, de todos modos, lo único que se ve al usarlos es campo. A pesar del corte turístico, la parafernalia militar y el hecho de que nadie espera las bombas del líder norcoreano Kim Jong-un ni tampoco una invasión de soldados de la DPRK, la DMZ debe ser la frontera más vigilada y extraña del mundo. En la propia línea, soldados de uno y otro bando se miran fijamente en posición de ataque, sin mostrar armas y a pocas decenas de metros de distancia.

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En 2015 se cumplen 70 años de la guerra de Corea y el recuerdo está marcado por el deseo de reunificación con el Norte del gobierno y las generaciones más adultas de surcoreanos. Caído este "muro" el mundo se abriría aun más a Corea del Sur, en concreto, las fronteras con China y Rusia. "Hoy somos una isla de facto", dice un vocero del gobierno en una de las últimas conferencias.

Pero desde un bar en un piso 65, en el exclusivo barrio de Gangnam con la ciudad bulliendo a los pies y bien entrada la madrugada, en un club de KPop en la estudiantil zona de Hongdae —llena de locales que enseñan coreografías y no dejan de invitarte a su mesa— es más fácil entender el escepticismo de los más jóvenes frente al proyecto y su certeza de que con reunificación o sin ella, con frontera o con estado tapón, Corea del Sur va a seguir llevándose el mundo por delante. Work hard, party harder (trabajá fuerte y salí de fiesta más fuerte) es una frase común en Seúl, y no puedo dejar de pensar en ella cuando el chico de camisa y corbata de oficina se sirve otro shot de Soju y salta a la pista.

Pequeño glosario de términos coreanos

Annyeong haseyo: "hola"

Hallyu: "ola pop japonesa" que consta del fenómeno del pop coreano (KPop, las telenovelas y más).

Gamsahamnida: torpe adaptación occidental del autor a la palabra "gracias". Pronúnciese tal como se ve escrita, haciendo sonar la "h" como "j" y estirando la "a" final.

Soju: algo así como la vodka coreana, compuesta de etanol, agua y hecha generalmente a base de arroz aunque puede partir de otros ingredientes. Cuidado: en los bares de cerveza artesanal el mozo tomará como una ofensa que usted pida este tipo de beberaje en un sitio así.

Kimchi: la comida que hay que probar hoy en Corea (o en Montevideo). Se trata de un platillo típico hecho en su versión más popular a base de col fermentada y una picante y amarga salsa, que en realidad tiene cientos de variantes. El mencionado picante le hará darse cuenta de que mucho del picante mexicano es de risa comparado con esto.

Pepero: la golosina de Seúl. Son unos palitos recubiertos de chocolate y muchos otros sabores que son vendidos en cajas de cartón casi por todos lados. Bastante irresistibles y además han sido impulsores de su propio día de San Valentín.

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