Sanguinetti en la sede de la Asociación Uruguaya de Actores

Espectáculos y Cultura > ENTREVISTA CON SANTIAGO SANGUINETTI

"Creo que esta es una época histérica”

El autor, que presenta hoy la segunda parte de su Trilogía de la revolución, Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe, conversó con El Observador sobre ideología, política y su profesión
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01 de agosto de 2014 a las 19:05

Tiene 29 años recientemente cumplidos, pero ya escribió 15 obras y ha recibido por ellas más de una docena de premios y reconocimientos. El año pasado Argumento contra la existencia de vida inteligente en el Cono Sur, la primera parte de su Trilogía de la Revolución, recibió el Florencio a Mejor Texto de Autor Nacional, mientras la segunda parte de esta saga,

Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe, que se estrena hoy en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís, obtuvo el Premio Literario Juan Carlos Onetti de la Intendencia de Montevideo. Por si fuera poco, el actor, director y dramaturgo es docente de literatura y teatro, y en la actualidad da clases en el Liceo 18 y en el IAVA. Además, participó recientemente de la puesta de Marianella Morena de Demonios de Lars Norén, donde ofreció una actuación notable, y tiene en cartel desde hace dos meses en el Teatro Circular la tercera parte de su trilogía, Breve apología del caos por exceso de testosterona en las calles de Manhattan.

Uno podría esperar que detrás de semejante currículum se encuentra un joven desbordante, pero Sanguinetti es a simple vista un hombre tranquilo, tímido y humilde, que reconoce que le gusta citar las palabras de otros porque le “gusta como suenan” y que a pesar de su discurso cargado de intelectualidad no se define como un intelectual.

“Tenía la intuición de que debía crear y hacer las cosas de tal modo de que llegara con toda mi obra acabada a los 30, porque sentía que iba a vivir hasta esa edad, una tontería. Pero ahora veo que el tiempo es mucho más largo y que hay otras posibilidades”, comenta el autor en la sede de la Sociedad Uruguay de Actores (SUA), donde ensaya la obra que se exhibirá en el Solís y que estará en cartel hasta el 24 de agosto. El elenco estará integrado por Guillermo Vilarrubí, Alfonso Tort, Gabriel Calderón y Rogelio Gracía. “Esto de estrenar dos obras con diferencia de tres meses no creo que lo vuelva a hacer, porque son procesos muy intensos”, comenta el autor que a sus actividades le suma cursar alguna materia de la carrera de Filosofía.

De madre empleada pública y padre ingeniero agrónomo, su interés por lo actoral le llegó por ambas partes ya que su progenitora hacía teatro en el Club Juventus y su padre salía en una murga de Treinta y Tres. Su pasión por la escritura le llegó de niño, con lecturas como Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, obra que influyó en sus primeros escritos. “Ahí se me pudrió la cabeza”, comenta Sanguinetti. “La fantasía de la vida joven venía un poco por el costado de Aquiles, con eso de una vida intensa pero breve antes que una vida tranquila pero larga. La literatura una vez más rompiéndome la cabeza”, bromea.

Si bien estas obras tienen un dejo crítico a las revoluciones disparatadas que plantean sus personajes usted sigue hablando de revolución en un mundo que casi no lo hace. ¿Por qué?

Quizás por eso. Pero no quise escribir sobre la revolución concretamente sino sobre política, ideología, ver cómo ese mundo de ideas posibles repercutía en la cabeza de jóvenes de 20 años. El interés surgió de ver algunas obras que me movilizaron y que hablaban de algo perdido en términos de motor de cambio, no necesariamente de la pérdida de un socialismo real, inexistente en América Latina debajo de Cuba. (Cornelius) Castoriadis dice que un mundo donde hay dos bloques en oposición goza de más equilibrio que un mundo donde no hay un contrapeso real. De alguna manera esta trilogía pretende ver qué podía pasar si recuperamos esa noción de utopía como camino posible. Hubo quienes lo interpretaron como una burla, y no, todo lo contrario. La expresión de estas obras es la de un mundo de desilusión, nihilista, desencantado, son grandes tragedias las tres. Son los propios personajes los que queriendo cambiar el mundo decantan su propia ruina. Son intentos desesperados por no haber podido digerir estas ideologías.

Pero a su vez estas ideologías son las que terminaron generando esta “desideologización” de la que habla.

También estoy hablando de eso, el hecho de que uno de los personajes de Breve apología diga “chupate esta Stalin”, es también reconocer un montón de atrocidades que cometió el régimen estalinista. Todos los intentos revolucionarios se terminan autofagocitando de alguna manera. También tuve la oportunidad de ver otros mundos, he viajado a Cuba. Sí hay cosas para cambiar, pero pese a todo me quedo con Cuba.

¿Hay una revolución posible en estos tiempos?

Hace poco esta obra se la di a un dramaturgo cubano y él destacaba como una de las ideas fuertes plantear una utopía como posibilidad dadora de luz. Basta con que soñemos un posible cambio. Con mis estudiantes en Secundaria veo una gran depresión y apatía. Quizás porque hay falta de macrorrelatos, de perspectivas finales.

¿En torno a qué se pueden construir macrorrelatos que nucleen o posibiliten un cambio?

No creo que eso sea posible hoy, en una época tan relativista, donde se defiende, y creo que en última instancia está bien, la multiplicidad de ideas acerca del bien y acerca del objetivo de la vida. Se me ocurre pensar en casos más claros o extremos como lo de Venezuela o el kirchnerismo, lo que pasa es que se centran en las personas, y en Uruguay no hay un populismo tan arraigado. Pero no sé si estaría bien que eso pasara, lo de una idea última que aglutine, sobre todo si para aglutinar después se termina imponiendo la fuerza.

Usted en el prólogo de Ararat (2008) decía que el teatro no es político, pero su teatro parece muy político.

En realidad no está bien. De hecho me pidieron que publicara esto hace poco en España y saqué esa frase. Hannah Arendt decía que el teatro es el arte que pone a seres humanos a hablar entre sí y eso es algo político por definición. Cuando decía que no era político me refería a que no era político partidario, a que no es didáctico. Javier Dualte dice que si hay grandes verdades para decir, el teatro es el peor lugar para decirlas. Porque tampoco el dramaturgo es un ser iluminado que tenga que enseñar nada a lo demás, basta hacer una pregunta, sí de corte político. A mí no me gusta el mundo que tenemos, ¿qué hacemos con este mundo?

¿Por qué sus obras son tan verborrágicas?

No lo sé. Es algo particular de estas tres obras. Me seduce mucho esa especie de histeria general. De por sí es algo irónico hablar y hablar para cambiar el mundo. Pero sobre todo porque creo que esta es una época histérica.

¿En qué sentido?

Por ejemplo ver a Cristina Kirchner promocionando muñecos de Chávez y Correa, eso es raro, con toda la admiración que me merecen los Kirchner en general, son manifestaciones kistch de cierta explosión ideológica, hay mucha teatralidad en la política contemporánea.

¿Usted es verborrágico?

No, para nada, yo casi no hablo. Quizás ahí hay otra explicación. Con mis alumnos trato de hablar lo justo, que ellos tengan el protagonismo, igual con los actores, son ellos los que tienen que tomar decisiones acerca de sus propias acciones y hacerse cargo de la palabra.

Dramaturgo, actor, director, profesor. ¿Qué empezó primero?

A medida que iba cursando el liceo sabía que quería ser docente, al principio iba a ser profesor de historia, después en quinto año de liceo cambié y quise estudiar literatura. También hacía teatro. Quise estudiar al mismo tiempo el IPA de Literatura y la Emad. El IPA me terminó llevando ocho años, la Emad sí la hice en cuatro. Al entrar a la Emad en segundo año presenté una obra a concurso de la Intendencia y a partir de ahí quise seguir investigando la dramaturgia. Y lo de la dirección fue un accidente porque queríamos representar esa obra con unos amigos y no teníamos director, entonces tomamos la responsabilidad con otro de los actores.

¿Dejaría la docencia?

La docencia me nutre mucho y es un contacto con la realidad fundamental, para evitar vivir en un castillo de cristal, que a veces el arte teatral puede ser. A veces pienso yendo ahí “esto es el verdadero trabajo, lo otro es entretenimiento”, claro que después voy a lo otro y digo “esto es generación de palabra, es mi propia libertad”. Ahora lo de la docencia es uno de gran responsabilidad social, porque son sensibilidades en formación, muy atormentadas en muchos casos, con muchos problemas, baja autoestima. Ha habido casos de intentos de suicidio en el propio centro de estudios, grandes carencias, lo que termina desembocando en una apatía casi permanente.

La apatía parece el atributo contrario a los necesarios para cambiar el mundo.

Sí (dice con un aire de tristeza), me preocupa ver estudiantes sin ganas de nada. Por suerte la literatura parece un elemento que los motiva a cuestionar y a generar su propia visión del mundo. Quizás los personajes de mis obras son tan verborrágicos porque tratan de hablar por los que no hablan.

¿Qué otros temas le preocupan?

Hace poco vi una película de Richard Linklater, Waking life, y ahí hay un personaje que da una idea súper interesante que yo se la pseudo plagié para Breve apología, que dice “todos nos damos cuenta que el mundo no está bien, y sin embargo sigue igual desde hace tanto tiempo”. Esto me hace pensar sobre cuál es la condición inherente del ser humano. Él dice si es la pereza o el temor, yo a eso le agregué la estupidez. ¿Por qué no logramos superar las injusticias? Comida hay para 7.000 millones y muchos más. ¿Por qué hay gente con hambre? ¿Qué es? ¿Pereza, temor o estupidez?

¿Pensó en militar políticamente?

Mi viejo tuvo una fuerte militancia política. Tanto que fue él quien llevó a mis abuelos a formar parte de la constitución del Frente Amplio en 1971. Mis abuelos siguen en la militancia, mi padre en la Vertiente Artiguista, yo voté toda mi vida a la Vertiente. En algún momento coqueteé con la idea de militar y por una enorme timidez se me pasó el momento. Me arrepiento.

¿Era muy tímido?

Sí, de hecho cuenta un actor argentino, creo que es Gastón Pauls, que él estaba en un taller de teatro y que todos los que estaban en ese taller cuando preguntaron dijeron que estaban ahí porque eran tímidos.

¿Cómo se maneja eso desde lo actoral?

Es muy placentero. (Ricardo) Bartis dice que uno no hace teatro para hacer de otros personajes sino para dejar de ser un poco uno, y eso es muy placentero.

¿A qué se debe el enciclopedismo de sus obras?

No es real el enciclopedismo, por ejemplo alguien puede ir a ver la obra de los cascos azules (Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución en el Caribe) y ahí se explica la dialéctica del amo y el esclavo de La fenomenología del espíritu de Hegel, que es la lectura que hace un teórico francés. Si vos me preguntás si sé algo más de Hegel, no sé mucho más. Mis personajes juegan a ser intelectuales pervertidos, pero no porque yo lo sea.

Usted critica a cierta intelectualidad, pero a la vez parece que la persona que está detrás es un intelectual. ¿No se considera así?

Es toda una pregunta el qué es ser un intelectual. Hace poco mi novia, que es licenciada en Ciencias Políticas, fue a ver mi última obra y me dijo que yo no comunicaba, que le estaba hablando a una élite minúscula. Pero me resulta interesante esos distintos niveles de habla, mezclar a Hegel con la escatología más pura. Me gusta trabajar las obras desde los formalistas rusos, ellos decían que el arte supone la desautomatización de las percepciones estancadas por la rutina. El arte rompe con eso a través del impacto.

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