Opinión > ANÁLISIS - NELSON FERNÁNDEZ

Cuando nos comportamos como si el fin de año fuera el fin del mundo

Al atropello tradicional de los diciembres se suma el empuje emocional de un drama horrible
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25 de noviembre de 2017 a las 05:00
Apurados, atropellados, mareados, enredados, confundidos, exagerados, irascibles, exaltados. Así los uruguayos terminan el año, cada año. Corriendo, a veces sin saber hacia dónde, y con el peso de una imposición de terminar, de cerrar, asuntos pendientes; de terminarlos como sea, pero terminarlos.

El ánimo de hacer en 10 días lo que no se hizo en 11 meses, deriva en malas soluciones.

"Nos vemos antes de fin de año, tenemos que vernos", es una de las frases que desde la segunda quincena de noviembre se repite más en cualquier charla entre amigos o conocidos. Como si el fin de año fuera una especie de "fin del mundo".

Esa tendencia de aceleración desordenada se ha hecho rutina cada fin de año y comprende también a la tarea legislativa, lo que ya deja de ser una cuestión folclórica para convertirse en un riesgo. Proyectos de ley que avanzaron a ritmo lento, a veces hasta con consultas innecesarias o con recepción de delegaciones por cortesía pero no por necesidad, pasan a tener una especie de riesgoso tratamiento exprés.

Es un cambio de ritmo brusco: como querer pasar de ser un perezoso o una tortuga boba a ser un guepardo o un tigre siberiano.

El problema se agrava al confundir atropello con celeridad.

El Parlamento tiene varios proyectos importantes y la mayoría de los casos puede dar lo mismo que se vote en diciembre o después del receso.

El TLC con Chile es solamente para ratificarlo, no se puede modificar porque es un tratado internacional y como el otro país no lo ha aprobado, puede esperar. El Frente Amplio deberá decidir si desautoriza al presidente o no; si se tira contra su estrategia de inserción comercial o lo respalda, pero eso será otra discusión. No es menor, pero a esta altura exige un tratamiento más serio que una pulseada para medir fuerzas.

El caso de los cincuentones es un claro ejemplo de que el apuro y atropello pueden traer consecuencias graves para el país y también para los afectados que, creyendo que se benefician, pueden perjudicarse.

Ese proyecto de ley ha tenido un tratamiento que no asegura buen resultado. No lograron contar con una estimación clara de costos, de alcance y de resultados: hay varias cifras y muy distintas.

Es cierto que el presidente asumió un compromiso con los afectados de aportar una solución a su problema (que en muchos casos es un aparente problema), pero legislar así, sin fundamentos claros en cuanto a sus números, es la peor forma de producir leyes.

El impuesto a los retirados militares es un caso distinto: el gobierno diseñó a mitad de 2016 un ajuste fiscal para enfrentar un deterioro de las cuentas del Estado, y eso comprendía esta carga tributaria y la reforma de la caja militar, que está pendiente desde hace mucho tiempo.

El nuevo impuesto no tiene motivos para postergarse y cuanto más se demore, más tiempo pasa sin atenuar el déficit de esa "caja de jubilaciones", pero la reforma global, si bien es necesaria, no hay urgencia de terminarla a "las patadas". Es muy importante; exige hacerla bien.

Uruguay se ha convertido en un equipo de fútbol que descuida un partido controlado, y cuando se acerca el final y no puede meter el gol, comienza a apurarse, como a enloquecerse, y a convencerse de que se puede ganar sin hacer las cosas bien; como sustituyendo habilidades por esfuerzo.

El clima findeañero quedó afectado por la desgracia de dos niñas abusadas y asesinadas. Los casos de Valentina en Rivera y Brissa en el barrio Villa Española golpearon fuerte a la sociedad. Y en momentos en que las estadísticas oficiales indican que baja la cantidad de delitos, lo duro de ambos casos reflotó el pedido de castigos más duro para los procesados, lo que en algunos casos llegó a hablar de "cadena perpetua" o hasta de "pena de muerte". Y en la calle (para no decir "las redes sociales"), hasta de justicia por mano propia.

El castigo de pena de muerte fue derogado por la ley N° 3.238 que el Parlamento votó el 21 de setiembre de 1907, promulgada dos días después por el presidente Claudio Williman.

Acerca de la cadena perpetua, esa misma ley habla de la posibilidad de castigar con una "pena indeterminada", aunque en la misma frase aclara que eso será con un "máximo de 40 años".

El problema surgió por la inconstitucionalidad de aquella ley, porque prohibía algo que sí permitía la Constitución, por lo que en la reforma de 1917 se incluyó el artículo 136 con esta redacción: "A nadie se le aplicará la pena de muerte".

O sea que el tema no es legal, sino constitucional.

El dolor de la sociedad es comprensible, pero el clamor popular que emerge de un drama conmovedor debe encontrar la prudencia de los gobernantes, tanto del Ejecutivo como del Legislativo. La gente quiere respuestas, pero cuando no las hay, no se pueden inventar.

La pena de muerte sería inconstitucional, más allá de entrar en el retroceso de más de 100 años.

La prisión indeterminada también lo sería, ya que el artículo 26 (del anterior 136) no solo dice que "a nadie se le aplicará la pena de muerte", sino que agrega: "En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí solo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito".

Si el Parlamento quisiera votar una ley que estableciera pena para siempre, eso sería recurrido por inconstitucional, porque violaría esa disposición (la perpetua no es una privación de libertad para reeducar sino para castigar por siempre).

El último caso, el de Brissa, despertó un cruce de críticas en redes en el que cayeron varias figuras públicas. La madre de la niña, que sufrió como nadie estos días, reaccionó en forma más civilizada que otros comentaristas públicos.

No se puede legislar al apuro ni al atropello, ni bajo el impacto de la herida más amarga.

El silencio de respeto ante el dolor es lo aconsejable, frente al barullo y el atropello.

Es que hasta en los partidos de fútbol oficiales se ha sustituido el "minuto de silencio" por un "minuto de aplausos".

Los uruguayos estamos perdiendo capacidad de pensar, y potenciando el grito. Eso se combina con la locura findeañera. Como que perdemos magnitud de los problemas y, quizá por eso, asumimos que el fin del año es como el fin del mundo.

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