Robin Williams saltó a la fama por interpretar al dulce e ingenuo extraterrestre Mork de la hoy legendaria serie Mork & Mindy. Si uno se pone a mirar cualquier capítulo de ese show (está todo en Youtube) y en pocos minutos se ve a un imposiblemente joven Williams con sus tiradores de colores haciendo algo imposiblemente robinwilliamesco.
En casi todas las escenas ahí está, desenvainando el vuelo de su energía y creatividad, un derroche torrencial de comedia física, efectos de sonido y palabras. Me encanta el posiblemente falso rumor que anda rondando por Twitter sobre que los guionistas de Mork & Mindy dejaban páginas enteras del libreto en blanco, excepto por la frase “Mork hace lo suyo”.
Es emblemático el juicio del productor Garry Marshall sobre la audición de Willliams para el papel –en la que se paró de cabeza sobre la silla–: “fue el único extraterrrestre que se presentó a la audición”. ¿De dónde, si no, sacó esa energía, sino del espacio exterior?
Desafortunadamente, en todas estas décadas, aparecieron varias respuestas: no solo genio natural sino también cocacína, otras drogas, y dolor emocional. La muerte de los artistas, especialmente las que no fueron por casuas naturales, con frecuencia le ponen color, al menos por un tiempo, a su trabajo.
Rehab, de Amy Winehouse, no es una canción que se pueda escuchar de la misma manera después de que su autora se bebió a sí misma hasta la muerte. pero incluso antes de la triste noticia del lunes sobre la muerte de Williams, aparentemente por suicidio a los 63 años, ya había una oscuridd que rodeaba su trabajo y su persona, atractiva y entretenida. era una oscuridad que ocupaba el otro lado de su singular, espectacular manía cómica.
Williams podía, y lo hizo, en varias películas, atemperar esa alta energía quintaesencial. Su trabajo en En busca del destino, que le valió un Oscar, es un ejemplo adorable.
Pero fueron más memorables las veces que no lo hizo, o que no pudo hacerlo.
A veces, como en Buen día, Vietnam, o como hacía con la voz de genio de Aladino, el efecto era delicioso, pero a veces, –cada vez más a menudo– el efecto podía ser cansador.
Como invitado a un programa de televisión, así como en películas como Patch Adams o la serie reciente The crazy ones, Williams ha sido capaz de pasar de un personaje a otro docenas de veces en pocos minutos, una demostración de energía que podía ser agotadora para el espectador.
Si es lícito describir a la gente como “encendida”, ¿qué palabra, entonces, deberíamos usar para describir a Williams, cuyo “encendido” era de una magnitud descomunal?
Tanto en sus mejores como en sus peores momentos, había algo incontrolable, en Williams. Incluso cuando estaba en perfecto control de su cuerpo, de su personaje y del ritmo, parecía desvalido o asustado con la sola idea de parar de ser una fuente de comicidad, de “apagarse”.
Su energía imparable a menudo tenía una cualidad infantil, pero también había algo más sustancial, más peligroso. Él nunca fue un extraterrestre, fue siempre un hombre, lidiando con sus demonios.
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