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Diego Forlán: el líder silencioso

“Todo el mundo tiene problemas y el fútbol termina siendo el psicólogo más barato”
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03 de noviembre de 2016 a las 05:00

En el fútbol uruguayo, que se construyó a partir de historias épicas protagonizadas por gladiadores, en el que sus superhéroes surgían casi exclusivamente de los estratos sociales más bajos –después de sufrir las penurias extremas–, en el que se hace aún culto a la pierna fuerte y en el que un caño es una falta de respeto, surgió un gigante que derribó todos los prejuicios y se transformó en el líder silencioso de la revolución más importante que vivió la Celeste en sus 116 años.

Esta mirada en retrospectiva ya no solo permite valorar su aporte con la pelota en los pies, sino su incidencia en la matriz de un pueblo futbolero que jamás abandonará la esencia que lo llevó a tanta gloria, pero que ya matiza con alguna pizca de las exquisiteces de este juego, como sucede en el primer mundo de la pelota.

Diego Forlán nació en cuna de oro, cargó con un apellido ilustre y de un multicampeón, no tiene pierna "inhábil" –porque domina la pelota con las dos, con precisión de cirujano y pegada de boxeador– y a la hora de jugar al fútbol prefirió la elegancia antes que la rudeza.

Con todo eso, mientras que en otras partes del planeta sería considerado un superdotado, en Uruguay estaba condenado al fracaso. Por eso eligió emigrar joven y construir su carrera en el exterior. A su tiempo, con una maduración lenta –porque recién explotó en Europa a los 26 años, cuando los cracs ya llevan kilómetros recorridos entre flashes y admiración–, fue capaz de transformarse en el símbolo de la Celeste.

Fue, también, capaz de sembrar para él y para los demás. Fue sinónimo de equipo. Fue el faro para la nueva generación. Desmalezó el terreno y proyectó, a partir de la sesuda y sacrificada elaboración dentro del campo, como actor principal, un nuevo futuro para la selección. Fue fuente de inspiración para Luis Suárez. Fue el modelo que impulsó a Edinson Cavani. Fue el norte para las jóvenes promesas que encontrarían en Diego un refugio para creer en una Celeste exitosa.

Detrás de ese humano que pareció ser una máquina de jugar fútbol hubo horas de sacrificio: para el Mundial de Sudáfrica 2010 se preparó con un plan casi exclusivo. Fue autodidacta, porque a partir del conocimiento de su cuerpo y el aprendizaje de tantos años como profesional moldeó y desarrolló los aspectos que quería. Así, mientras sus pares bajaban las cargas en el final de la temporada europea, Forlán entrenó en triple horario y consiguió una forma física-futbolística que nadie pudo superar en aquella brillante recorrida por tierras africanas, la que lo llevó a ser el goleador y mejor jugador del Mundial, en dos registros inéditos en la historia de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF).

Diego pulverizó en 2011 una de las marcas que habían permanecido imbatibles y que parecían inalcanzables, pese a la pléyade de figuras y artilleros que supieron vestir la celeste a lo largo de 81 años: el registro que desde 1930 ostentaba Héctor Scarone con 31 goles. También superó el récord de partidos jugados de Rodolfo Rodríguez (78) y se transformó en el primer futbolista de la selección uruguaya en cruzar la línea de los 100 partidos. Fue el líder intelectual para poner a Uruguay en una semifinal de un mundial después de 40 años. Marcó el camino para llegar a la Copa América número 15, y en la final anotó dos goles. Fue el primero entre los cracs uruguayos –en un país donde dar un paso al costado es sinónimo de fragilidad– que entendió que había cumplido su ciclo en la selección y se retiró en 2014. Y ese día, el del adiós, cuando pasó a ser leyenda, dejó detrás una estela imborrable en la selección, con 112 partidos jugados (42 ganados, 35 empatados, 32 perdidos), 36 goles anotados, un balón de oro conquistado, tres mundiales y tres copas América disputadas.

Fue el jugador que estableció con su ejemplo, sin voz de líder pero con un carisma sin igual, el nuevo modelo de la selección a partir de un proyecto que tuvo en él su pilar más importante. El de la Celeste cerebral, el del jugador profesional.

Diego será reconocido en la historia, cuando el tiempo brinde a los héroes silenciosos su real dimensión, como el que derribó prejuicios, estableció nuevas formas y lideró a su manera la revolución más grande en la historia de la AUF. Aunque surgió en cuna de oro, es rubio y no tiene pierna "inhábil".

Esta nota forma parte de la publicación especial de El Observador por sus 25 años.

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