Opinión > COLUMNA/LUIS ROUX

Discaba números, escuchaba casetes y viajaba en trolley... soy un dinosaurio

El tiempo vuela y parecería que tuviera una aceleración constante
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24 de febrero de 2018 a las 05:00
Hace poco cumplí 55, con lo cual hace un lustro que soy pentagenario. La expectativa de vida en estos tiempos es mucho más larga de lo que era, de tal manera que puede que me queden unas cuantas décadas, pero el tiempo se ha acelerado tanto que en muchos sentidos ya soy un dinosaurio.

Yo discaba números de teléfono, por ejemplo. Supongo que ahora el verbo discar es un arcaísmo, ya nadie disca nada. Veía televisión en blanco y negro y tenía que caminar hasta el aparato para cambiar de canal.

Escuchaba música en casetes, unos dispositivos de plástico, rectangulares, que encerraban una cinta magnética. Viajaba en ómnibus eléctricos, que andaban agarrados de cables aéreos a través de dos varas de metal que eran como antenas.

Se llamaban trolleybuses pero les decíamos troleis. Llegué a tomar también los ómnibus de Cutcsa a los que se subía por atrás, sin puerta.
Puede que me queden unas cuantas décadas, pero el tiempo se ha acelerado tanto que en muchos sentidos ya soy un dinosaurio

Pero lo más asombroso que me tocó vivir fue el pasaje de la era analógica a la digital. Fue un proceso que tuvo innumerables revoluciones. Recuerdo que me impresionó el correo electrónico, esa maravilla que me permitía no solo escribir las cartas sino mandarlas, algo que siempre me dio mucha pereza. Cada vez que veo que alguien tiene una dirección de Hotmail, recuerdo esa primera mía, que registré desde una computadora del diario El Observador en la década de 1990.

Sin embargo, creo que el mayor entusiasmo llegó cuando apareció el iPhone, y su mágica "pantalla táctil". Todo se resolvía en la propia pantalla, tocando un ícono que hacía aparecer otra, incluyendo una pantalla con el teclado que permitía buscar lo que uno quisiera.

Recuerdo esa presentación de Steve Jobs como si fuera hoy. Yo vivía en Miami y fui uno de los que compró el aparato el primer día que salió a la venta, en el verano de 2007, en una tienda de Apple que estaba a la vuelta de mi casa.

La forma en que cambiaban las pantallas con el mismo movimiento de dedo que se hacía para pasar las páginas de papel me impresionó muchísimo. En aquel momento, la cumbre de la tecnología de teléfonos celulares era el Blackberry, que tenía como 50 botones. El iPhone tenía uno solo.

Ya existía Facebook, pero no entré en esa comunidad hasta mucho después, y siempre fui más un voyeur que un miembro activo. Twitter apareció un poco después del iPhone y me pareció un asunto interesante, eso de obligar a la síntesis, pero nunca me convertí en tuitero militante.
La verdad es que me acostumbré a la magia y ahora quiero que aparezca la tecnología para resolver los grandes problemas, que la inteligencia artificial se haga cargo

Lo que surgió con el iPhone y su pantalla táctil generó una sensación de poder muy difícil de imaginar: era el mundo en la yema de los dedos, era la era digital revelada. A partir de entonces, Facebook y Twitter y las innumerables redes que siguieron apareciendo se manejan con una facilidad insultante desde las poderosas computadoras portátiles que "no deben faltar en el bolsillo del caballero ni en la cartera de la dama", como decían los vendedores de los ómnibus de antaño.

Debo reconocer que desde el iPhone no apareció nada tan sorprendente. Ahora la pantalla táctil es algo intuitivo y necesario y las redes nuevas no agregan nada revolucionario. Whatsapp permite la creación constante de pequeñas redes y usado con moderación es muy cómodo, pero no me maravilla.

Los lentes de Google estuvieron a punto de crear una gran conmoción pero por suerte no prosperaron, porque la realidad cotidiana se iba a poner muy incómoda.

Lo que leo sobre "internet de las cosas" no me conmueve. El auto que anda solo tampoco despierta mi imaginación.
La verdad es que me acostumbré a la magia y ahora quiero que aparezca la tecnología para resolver los grandes problemas, que la inteligencia artificial se haga cargo. Basta de trucos de prestidigitador. Ya es hora de que las máquinas tomen el control, ya que aprenden todo tan rápido. l

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