Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El año que no termina de pasar

Medio siglo atrás, en 1968, el mundo se convulsionaba por hechos que siguen vigentes
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17 de febrero de 2018 a las 05:00
En muchos aspectos, 1968 fue un año clave en la historia de la penúltima parte de la modernidad, la etapa anterior a la última que en esta primera mitad del siglo XXI seguimos transitando sin saber cuándo concluirá, por más que los grandes avances de la tecnología y la medicina llegados hace poco a la realidad, y los que están a la vuelta de la esquina, permitan vislumbrar con anticipación un futuro con realidades materiales muy diferentes a las del presente. La vida, tal como hoy la entendemos, tendrá una radical transformación. Aprenderemos –quienes vengan después de nosotros- a vivir de otra manera, con nuevas velocidades en los usos y costumbres, desechando más que almacenando, confiando más en el olvido que en los hechos acumulados en la memoria. Los primeros signos de ese mundo diferente al acecho ya pueden verse en diferentes niveles de la realidad actual. No siempre fue así. Y menos cincuenta años atrás.

Más de uno podrá atribuir la sucesión de acontecimientos ocurridos en 1968 al hecho de que fue un año bisiesto y que, tal como suele decirse, cualquier cosa puede pasar. No pasó cualquier cosa, sino varias muy precisas de gran trascendencia política y cultural que en cierta manera modificaron el curso de la historia que vino después. Fue tanta la irradiación de sucesos importantes y con influencia manifiesta acontecidos en doce meses que, vista la cantidad de simposios, congresos y ciclos que se realizarán en los próximos meses para evaluar con mayor perspectiva histórica lo ocurrido medio siglo atrás, que podemos hablar de 1968 como "año eterno", es decir, uno que seguirá permaneciendo como referente de realidades que llegaron luego y que aún mantienen vigencia, pues nunca la han perdido.

Para la política estadounidense, 1968 fue un año de descontento y violencia extrema en varios flancos. Poco faltó para provocar el descarrilamiento del sistema democrático que se tambaleaba debido a los daños colaterales producidos por la guerra en Vietnam, cada vez más cuestionada por la gente, sobre todo las posibilidades de victoria del ejército estadounidense. La ciudadanía en mayor número percibía que los soldados eran enviados al muere. Viendo hacia atrás, las páginas de la historias hacen recuento del pesimismo entonces reinante, y sobre todo del impacto social y político que tuvieron dos asesinatos mayores: el de Robert Kennedy (1925-1968), hermano del presidente baleado cinco años antes, quien se perfilaba para ser el próximo mandatario en las elecciones a realizarse en noviembre de ese año. Lo asesinó un palestino el 6 de junio, en la cocina del hotel The Ambassador de Los Angeles. Un final igual de violento tuvo dos meses antes Martin Luther King Jr. (1929-1968), posiblemente el mejor orador que ha tenido la política estadounidense, paladín de los derechos civiles de los afro-americanos, quien hoy goza de santidad laica. Lo asesinaron el 4 de abril, en Menfis, estado de Tennessee, a las 18.01, al día siguiente de haber dado un histórico discurso en una marcha organizada por los empleados municipales negros, que reclamaban mejor trato y paga. Lo balearon cuando estaba en el balcón de su habitación en el segundo piso del motel Lorraine hablando con algunos de sus allegados. Sus últimas palabras se las dijo al músico Ben Branch: "Ben, asegúrate de tocar 'Take My Hand, Precious Lord' en la reunión de esta noche. Tócala muy bien". El asesino, James Earl Ray, hizo solo un disparo, el cual bastó para acabar con la vida del gran mártir de la comunidad negra estadounidense, cuyas ideas siguen resonando con tanto o mayor poderío en los desquiciados tiempos actuales, en los que los derechos civiles en algunas partes siguen sin poder dar el definitivo paso hacia delante.

A pocos días del asesinato de King, Francia viviría el mayo más convulsionado en los días posteriores a la segunda guerra mundial, un mayo que de solo evocarlo resuena como mantra de la juventud cuando entra en acción con intenciones de modificar la historia, sobre todo algunos aspectos de la historia que parecía imposible transformar. El "Mayo de 68" francés es algo así como una marca registrada de la época moderna que aún nos tiene como últimos protagonistas, testigos de una memoria que contiene demasiadas experiencias como para poder condensarlas en un solo relato, y menos las de aquellos meses, cargados de diferentes ópticas para ver y comprender la realidad de los hechos inmediatos. La avalancha de protestas y disturbios civiles realizadas en toda Francia, y principalmente en París, durante mayo y junio trascendieron las diferencias ideológicas iniciales para convertirse en un lamento común del ciudadano medio en contra del estado de las cosas en ese país. Un hecho específico y no tan menor destaca el efecto de contagio popular que tuvieron las acciones de los estudiantes.

Con la idea de trazar un plan para enfrentar a los manifestantes, el presidente francés Charles De Gaulle llamó a una reunión de todos sus colaboradores y jerarcas en diferentes dependencias de alto mando. Les pidió su opinión y durante los primeros minutos de la reunión se refirió una y otra vez a los manifestantes como "los estudiantes". En determinado momento, el jefe de la policía, quien había permanecido callado escuchando al presidente y a los ministros, comentó: "General, quienes están en las calles protestando no son solo los estudiantes, es la gente, es toda Francia". De Gaulle lo miró, y permaneció callado por un rato. La suerte estaba echada, y la historia dejaría de ser la misma. Tras la tensa y prolongada reunión, De Gaulle llamó a elecciones por anticipado y abandonó el poder al año siguiente.

El movimiento estudiantil y obrero, motor principal de las protestas francesas, se sintió triunfal al recibir la noticia de que habría elecciones anticipadas, las que se llevaron cabo a fines de junio de ese año. Fue la forma de otorgarle de manera no tan implícita la razón a los disconformes, cuyo ímpetu combativo se propagaría por todo el mundo y coincidiría en su afán de disidencia y voluntad de cambio con el de los estudiantes estadounidenses, cuyo espíritu antibélico no era ya el único motivo y disparador de su disconformidad. En el mundo se respiraba un aire de cambio, tal vez utópico, tal vez ilusorio, sostenido quizá por la idea de que la esperanza en una vida mejor tenía un extraordinario poder de transformación y que sería posible cambiar el curso de la historia contemporánea. El impactante efecto dominó que la realidad política mundial tuvo sobre la música, el cine y la literatura sirvió para producir obras, tendencias y géneros artísticos de gran originalidad, obras magníficas en más de un aspecto, cuya vigencia llega hasta nuestros días intacta. Las artes no permanecieron ajenas al convulsivo escenario de las ideas. Pero de eso voy a hablar en la próxima.

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