Milicias del Partido Nacional en la "Protesta armada" de Nico Pérez, en marzo de 1903, un preámbulo de la guerra civil de 1904.
Miguel Arregui

Miguel Arregui

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El Banco República y la era de José Batlle y Ordóñez

Una historia del dinero en Uruguay (XII)
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27 de diciembre de 2017 a las 05:00

La intensa y fugaz vida del Banco Nacional, cuya emisión de dinero y concesión de créditos creció como un maremoto antes de romperlo todo, no eliminó la idea de crear un banco mixto o estatal, con la creencia de que estimularía el ahorro y facilitaría el crédito.

De hecho Argentina, siempre un espejo en el que se miraron los orientales, fundó en 1891 su Banco de la Nación con los restos del quebrado Banco Nacional.

Por la ley 2.480 de 1896, durante la Presidencia de Juan Idiarte Borda y a propuesta del ministro de Hacienda Francisco Vidiella, se creó el Banco de la República Oriental del Uruguay (BROU), que funcionó originalmente en el mismo local que fuera del Banco Nacional, en Zabala y Cerrito, en la Ciudad Vieja de Montevideo.

El República sería a la vez un banco comercial, que competía con la banca privada, y una autoridad monetaria y financiera: un banco central. Debía integrarse por capital estatal y privado en proporción de 50% hasta completar los 10 millones de pesos; pero de hecho funcionó exclusivamente con la aportación pública de 5 millones (conseguidos a través de un empréstito en Londres) y nunca se abrió la posibilidad prevista para el capital privado, por lo que fue desde el comienzo un banco del Estado. Lo pagaron los productores y consumidores a través de un impuesto a las importaciones que se fijó a tales efectos.

Su Directorio, autónomo, era de designación directa del presidente de la República en acuerdo con el Senado (el primer presidente de ese Directorio fue José María Muñoz, quien falleció en 1899 y fue sustituido por Eduardo Mac Eachen, a quien todos llamaban "Maqueca").

El Banco República tenía el monopolio de la emisión de moneda hasta el 50% de su capital, un margen conservador, y, como los demás, estaba obligado a convertir sus billetes en oro a cualquiera que lo demandara en ventanilla.

Aunque en principio el República debía compartir la potestad de emitir con los bancos que estaban autorizados para ello, a partir de 1907 su monopolio sería absoluto. Debía conservar un encaje oro del 40% de la emisión, una cantidad por demás precavida en función de las terribles experiencias de "corridas" entre las décadas de 1860 y 1890. Se obligaba a abrir una sucursal en cada capital de departamento. Podía vender acciones a privados, pero tenía prohibido especular en bolsa.

Una moneda sana, excepción en América Latina

Por entonces en Uruguay había más o menos la misma cantidad de bancos nacionales y extranjeros, y el crédito llegaba al empresario pequeño, aunque la operativa era básicamente urbana. Tenían muchos depósitos a la vista y pocos a plazo e invertían en el país y en el extranjero.

Pese a las corridas y aprendizajes, en esencia Uruguay mantenía en el 900 una moneda sana, emitida por bancos públicos y privados y anclada en el patrón oro, que impedía los experimentos demagógicos. La convertibilidad del papel en oro era un dique contra la tentación de los gobernantes.

Eduardo Acevedo Vásquez, historiador y catedrático de Economía Política, escribió en sus "Apuntes" de 1903: "Ese grande y persistente esfuerzo de país, tanto más honroso cuanto que hemos tenido que sustraernos al ambiente económico sudamericano que es excepcionalmente propicio al empapelamiento, como lo demuestran el Brasil, la Argentina, Chile y el Paraguay, ha tenido su recompensa innegable".

Los partidarios de la moneda sana, convertible en oro como garantía absoluta, no eran siempre "proimperialistas" británicos y oligarcas, como describe sin mayor fundamento cierta literatura histórica. En general las clases más populares son las más afectadas por la inflación, pues no tienen posibilidades de reajustar rápidamente sus ingresos, como sí pueden los más pudientes y los empresarios, por lo que mal podrían desearla. Así, por ejemplo, entre quienes trataron de quitar a los gobernantes toda posibilidad de envilecer la moneda se contaba Emilio Frugoni, líder histórico del Partido Socialista de Uruguay, quien aún en 1931, cuando se estableció el control de cambios, propuso regresar al patrón oro. Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista de Argentina, también fue un firme defensor del patrón oro y la moneda sana. Para ellos, en definitiva, la inflación era otra forma de explotación de los más humildes.

Pero la primera espada de la disciplina monetaria local fue José Batlle y Ordóñez, dos veces presidente de la República y el líder político más influyente en las primeras tres décadas del siglo XX.

La era de Batlle y Ordóñez

El 1º de marzo de 1903 José Batlle y Ordóñez, hijo de un ex presidente de la República, asumió la primera magistratura. Gobernó dos veces: la primera ocasión entre 1903 y 1907, y la segunda entre 1911 y 1915, aunque su influencia y liderazgo se extendió hasta su fallecimiento en 1929.

Batlle y Ordóñez, del Partido Colorado, no hizo rico a Uruguay, como a veces surge en forma difusa del imaginario colectivo, sino que reforzó la centralidad del Estado, hasta entonces en disputa, e introdujo reformas importantes en una nación ya rica, que prosperaba a grandes zancadas desde mediados del siglo XIX.

Pese a la recurrente inestabilidad política y las guerras civiles —y algunas graves crisis económico-financieras como las que empezaron en 1869, 1874 y 1890—, el país se había beneficiado de un gran aumento de la población, poderosos flujos migratorios y una modernización económica general financiada por las exportaciones agropecuarias.

Entre el fin de la Guerra Grande en 1851 y 1860 la población de Uruguay se duplicó; y entre 1860 y el ascenso de Batlle y Ordóñez al poder los habitantes se multiplicaron por más de cuatro veces, hasta alcanzar el millón de personas. Un censo realizado en Montevideo en 1884 mostró que la ciudad rondaba los 200.000 habitantes, y que el 44% de ellos había nacido fuera de fronteras.

Desde mediados de la década de 1890 los países del Plata se beneficiaban de una gran bonanza. Y a principios del siglo XX las cotizaciones de las exportaciones uruguayas —lanas, carnes, tasajo, cueros— eran muy altas. El ciclo de Batlle y Ordóñez fue alimentado por una larga expansión económica, que acabaría recién en 1913.

El triunfo gubernista en la guerra civil de 1904 implicó el fin del poderío arisco del Partido Nacional como fuerza armada, la consolidación del centralismo de la capital y del Estado nacional, y el inicio del largo ciclo de predominio político de Batlle y Ordóñez, que signaría a Uruguay durante todo el siglo XX.

El "batllismo" realizó reformas de cierta hondura e inició experimentos económicos que, al degenerar, medio siglo después agonizaban en un país cerrado, burocrático y estancado.

Quienes se interesen en comparar aquel período del "primer batllismo" con la era de los gobiernos del Frente Amplio iniciados en 2005 pueden ver una serie de siete notas publicadas en este blog entre el 12 de octubre y el 23 de noviembre de 2016: "El Frente Amplio como sustituto histórico del Batllismo" (https://www.elobservador.com.uy/el-frente-amplio-como-sustituto-historico-del-batllismo-i-n983651).

Un gobierno con superávit fiscal

José Batlle y Ordóñez fue extremadamente cuidadoso con los equilibrios fiscales y la moneda. Tenía muy presente que su padre, Lorenzo Batlle, presidente de la República entre 1868 y 1872, padeció crisis económicas y financieras, corridas de depositantes, quiebras bancarias y caída abrupta de los precios internacionales de las materias primas —además de una epidemia de cólera y una interminable guerra civil (ver el capítulo VIII de esta serie).

"Creía en el billete con respaldo y en los presupuestos sin déficit", resumió el historiador estadounidense Milton Vanger, quien durante más de medio siglo investigó la vida y la obra de Batlle y Ordóñez. En un altillo de su casa de Cambridge, en las afueras de Boston, que compartió con Elisa María Oribe, hija del escritor y médico uruguayo Emilio Oribe, atesoró en microfilms todo el archivo personal de Batlle y Ordóñez, además de exhibir en las paredes del living una rica pinacoteca de autores uruguayos, desde José Cúneo a Pedro Figari.

Vanger ilustró el rigor administrativo de Batlle y Ordóñez con un episodio: el 5 de mayo de 1906 el ministro de Hacienda, José Serrato, anunció en el Parlamento que el ejercicio 1905-1906 cerraría con un gran superávit, pese a los gastos de la guerra civil de 1904 que aún había que cubrir. Entonces "toda la Cámara, tanto colorados como nacionalistas, estallaron en aplausos espontáneos".

El superávit fiscal era importante porque garantizaba la solidez del peso uruguayo y el crédito del país, además de alejar al sistema bancario y monetario de su historia trágica de más de tres décadas.

A partir del 1907 el Banco de la República monopolizó la emisión de papel moneda, siempre convertible en oro, medio siglo después de que se iniciara la experiencia bancaria uruguaya con el Banco Mauá. Y en 1911 el Banco de la República pasó a ser enteramente público. Pero entonces se recayó en el crédito excesivo y se afrontaron sus duras consecuencias.

Próxima nota: Exceso de crédito y grave crisis en 1913; la Gran Guerra europea y el fin de la convertibilidad

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