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El canto libre de Viglietti

El homenaje a Daniel Viglietti en el Parlamento es una buena excusa para repasar los aportes de un artista fundamental
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02 de enero de 2016 a las 05:00

El diputado Daniel Caggiani, impulsor del homenaje que recibió Daniel Viglietti el 15 de diciembre en la Cámara de Representantes, definió al músico como "uno de los mayores exponentes de la música latinoamericana". Son palabras que pueden sonar grandilocuentes, pero si uno las pone en contexto no son exageradas. Muchas veces la cercanía del artista nos puede hacer olvidar su trascendencia. Viglietti es además del autor de himnos de la canción latinoamericana como A desalambrar o Canción para mi América, un artista pionero e innovador en muchos sentidos.

Dentro de la muy variada e inclasificable corriente de la música uruguaya de raíz folclórica, Viglietti fue, desde el inicio de su carrera a fines de la década de 1950, el artista más inclasificable de todos. Con pose roquera y formación clásica, elaboró una propuesta musical que tendía muchos puentes: al folclore, a la figura del baladista, al impresionismo y a la canción latinoamericana. Y le dio al formato "voz y guitarra" –que tiene una larga tradición de América del Sur en general y en Uruguay en particular– un nuevo significado.

Apartándose del modelo del cantor de protesta que usa la guitarra solo como un medio para difundir su verdad, Viglietti le dio al instrumento un lugar de privilegio basándose en su formación clásica y en las refinadas formas folclóricas de esta parte del mundo.

Es un camino que seguiría gente tan distinta a él (y entre sí) como Jorge Lazaroff, Fernando Cabrera o Jorge Drexler, por ejemplo.

Proveniente de una familia de músicos (su madre, Lyda Indart fue una destacada pianista, su padre Cedar Viglietti un prestigioso guitarrista), Daniel Viglietti (1939) se educó como guitarrista al estudiar con maestros de la talla de Atilio Rapat y Abel Carlevaro.

A fines de la década del cincuenta se volcó a la música popular musicalizando poemas de autores uruguayos e hispanoamericanos.

Su primer disco fue Impresiones para canto y guitarra y canciones folclóricas, editado en 1963. Es su álbum menos conocido y el que más se aparta de la imagen que se suele tener del artista.

Las "impresiones" que dan parte del título al álbum, están mucho más relacionadas a la música que solemos llamar "clásica" y a la poesía, que a la canción popular. Si bien es clara la influencia del enorme Atahualpa Yupanqui, tanto a nivel guitarrístico como poético, también es muy evidente la presencia de los compositores impresionistas Debussy y Ravel en estas primeras composiciones, a quienes Viglietti siempre nombró como influencias. Guitarra y voz se complementan de manera muy especial en los temas y las palabras van creando imágenes dando vida y protagonismo al paisaje: piedras, ríos y ramajes son los personajes de estas "impresiones".

Sin fronteras

Con Canciones para el hombre nuevo, su cuarto disco, editado en el crucial año de 1968, Viglietti se hizo un nombre dentro del canto latinoamericano al crar temas como A desalambrar que se convertirían en himnos de una época difícil, signada por violencias y utopías. También en ese disco está Milonga de andar lejos, una de sus más bellas composiciones. Si bien el músico adheriría a la línea más combativa y revolucionaria del canto popular, sus canciones nunca se transformaron en simples cantos de barricada.

Es muy interesante leer el texto que el artista escribió para la contratapa de este álbum. En él rememora que sus primeras escuchas musicales se dieron gracias a una vieja vitrola que le regaló su padre. "Yo cantaba con aquellos discos viejos al mismo tiempo que tomaba contacto con la música elaborada. El piano de mi madre, la guitarra de mi padre, me abrieron sus puertas. Fui integrando entonces ambas músicas. Admiraba profundamente a Stravinski, pero también a Yupanqui, espontáneamente. Ahora me doy cuenta por qué: no existen fronteras valorativas entre ambos. Y me sigue ocurriendo con la música concreta y Los Beatles, con Gardel y Victoria de los Ángeles. El propio Igor Stravinski no encontraba para la música otra posible clasificación que la de buena o mala. Creo que tenía razón."

Viglietti fue uno de los pocos músicos del "ala folclórica" en acercarse al naciente rock uruguayo a fines de la década del 60 y en defender el rock como una expresión artística tan válida como cualquier otra. Se ha contado más de una vez que Viglietti escandalizaba a alguno de sus compañeros de izquierda radical cuando veían que en su casa tenía un gran poster de Los Beatles al lado de otro de Violeta Parra.

Aun en sus discos más políticamente radicales como Canto libre (1969) o Canciones chuecas (1971) es posible escuchar, además del cuidado en los arreglos y el refinamiento de la guitarra, un oído atento a lo que estaba pasando musicalmente en otros campos como el del rock.

En Gurisito, la preciosa y emblemática canción que abre Canciones chuecas, su delicado y a la vez muy rítmico arreglo de guitarra, bajo eléctrico y percusión, remite al mundo del candombe beat que habían iniciado Eduardo Mateo y Rubén Rada. Otra canción emblemática de ese disco es El Chueco Maciel, tema que tiene el rock esbozado aunque la instrumentación sea únicamente guitarra española y batería.

Voz comprometida

Viglietti estuvo preso en 1972 bajo las medidas prontas de seguridad instauradas por un gobierno aún constitucional y por su libertad reclamaron figuras como Jean-Paul Sartre, François Mitterrand, Oscar Niemeyer y Julio Cortázar.

Con la dictadura vino el exilio obligado y el trajinar por el mundo cantando y denunciando los atropellos del régimen. En nuestro país sus canciones siguieron difundiéndose en forma clandestina dándole al artista una categoría de mito.

En 1973 grabó en Cuba, junto al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, el álbum Trópicos. Es un disco que da a conocer al resto del continente la música de los brasileños Chico Buarque y Edú Lobo, y de la nueva trova cubana de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola. Unos años después Chico Buarque llamaría a Viglietti para ayudarlo a traducir sus canciones, incluidas en el álbum de Buarque en español.

Su música sirvió de influencia para una nueva camada de artistas surgidos en la segunda mitad de la década del setenta. Jorge Lazaroff, Fernando Cabrera o Leo Masliah siguieron el camino de una música que bordeaba las fronteras entre lo culto y lo popular; y aunque muy alejados de la propuesta letrística de Viglietti, fueron a su manera continuadores de las mismas líneas inauguradas por el músico. Tras su regreso al país en 1984, Viglietti demostró estar al tanto de lo que se había hecho en materia musical en sus años de ausencia.

Ya en democracia realizó un recordado espectáculo con el escritor Mario Benedetti, donde se intercalaban poemas dichos por el escritor con canciones del músico. El recital fue registrado en el álbum A dos voces de 1985.

También a su regreso creó el programa radial Tímpano, que se ocupó de mostrar infinidad de músicas y artistas de toda partes del mundo y abrir muchas cabezas. En medio de la –hoy insólita– polémica acerca del rock uruguayo pos dictadura y su carácter "foráneo", Viglietti tomó parte del lado el rock difundiendo en su programa los noveles discos de Los Estómagos, Los Tontos y Los Traidores. En 1992 editó Esdrújulo su, hasta ahora, último disco de estudio. En 2004 salió Devenir, un disco en vivo que reúne nuevas canciones y versiones de temas de otros artistas como Atahualpa Yupanqui y Alfredo Zitarrosa.

En 2016 Viglietti cumplirá 77 años y ya anunció planes para grabar un nuevo álbum. El homenaje que le realizó la Cámara de Diputados se dio en el momento justo, recordándonos la importancia de un artista fundamental.

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