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El casco que le salvó la vida

Padre e hijo cuentan cómo vivieron el tornado de Dolores en uno de los barrios más afectados
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17 de abril de 2016 a las 05:00
Jorge Corgatelli le puso un casco de moto a su hijo Andrés, de 11 años, y le dijo: "Quedate quietito". Esta vez no iban a dar un paseo. Estaban abrazados en el cuarto, esperando a que el tornado golpeara su casa. No se imaginaron lo que verían unos minutos después.

Andrés había ido al club de niños Gurisitos, como todos los viernes de tarde, pero su padre quiso retirarlo una hora antes, a las 16, porque tenían planeado salir a vender pizzas a beneficio de la escuela del barrio. "Vi que se venía la tormenta y lo fui a buscar", cuenta Jorge, un constructor doloreño de 48 años. Andrés estaba preocupado por la venta de las pizzas, pero cuando vio que se formaba "una tormenta azul" en el horizonte, no dudó en hacerle caso a su papá. "Me dijo: 'Vámonos porque nos agarra el tornado'". Padre e hijo vieron cómo dos torbellinos se juntaron y formaron otro más grande que comenzó a arrasar con todo a su paso.

"Tenía el auto en la vereda y me lo voló como si fuera un papel. Quedó como a una cuadra", relata Jorge un día después, todavía asombrado por lo que vivió.

"Nos arrinconamos contra una pared, contra la viga, él lloraba y yo le decía: 'Ya va a pasar, ya va a pasar'. Gracias a Dios no nos pasó nada, pero rompió todo en todos lados. Fueron segundos", agrega el padre.

En la casa del vecino, como en casi toda esa cuadra, volaron el techo y dos paredes. "Hasta una vaca blanca llevó", recuerda Andrés. La zona de la Cooperativa Agraria de Dolores fue el lugar donde se formó el tornado y uno de los puntos donde golpeó más fuerte.

El miedo

Cuando Andrés y Jorge pensaron que estaban a salvo, el cajón de la persiana del cuarto cedió y se rompió el vidrio de la ventana. Algunos cristales cayeron sobre los cascos y el nerviosismo alcanzó su punto máximo.

"Sentí miedo porque estaba con él. Llorábamos los dos, porque es muy compañero mío", cuenta Jorge muy emocionado. Para él, si la turbonada se extendía "unos segundos más", no hubiesen corrido con la misma suerte. Su casa fue la única que no tuvo daños severos, solo una rotura en el techo de chapa y una voladura de un techo que tenía al frente de la construcción que Jorge levantó con sus manos. Y este es un detalle clave en la historia. Porque una decisión en el armado de las vigas resultó decisiva, según comenta el hombre. Él optó por hacer llegar los hierros hasta el final del techo

El viernes por la noche, Andrés se fue a dormir a la casa de la madre. Jorge fue de los pocos vecinos de su zona que pudo descansar en su cama. Al otro día el panorama era nefasto. "Salís y no podés creer. No sabés qué hacer. Era un campo desierto. No quedaba nada", comenta el constructor, y opina que habrá que acostumbrarse a este tipo de fenómenos. "Esto se inclinó para acá, cada tanto lo vamos a tener".

Después de tomarse una taza de chocolate, invitado por un grupo de voluntarias que recorría el barrio, Andrés resumió con orgullo la actitud de su padre: "Me salvó la vida".

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