Oskar Gröning, el nazi que pidió perdón

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El contador de Auschwitz pidió perdón después de 70 años

Oskar Gröning nunca pudo sentirse en paz tras lo que vio en el campo
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21 de abril de 2015 a las 17:39

Nunca he hallado la paz interior”, confesaba a fines de 2014 Oskar Gröning, un hombre de 93 años que ayer pidió perdón por algo que sucedió hace 70 años, cuando trabajaba en el campo de concentración nazi de Aschwitz. El anciano no tuvo relación directa con las 300.000 muertes de las que se lo considera cómplice, pero igual admitió su culpabilidad moral.

A diferencia de muchos exnazis, Oskar Gröning no disimuló el entusiasmo con el que se enroló en las Waffen SS en 1941, cuando tenía 20 años y se sentía atraído por “la elegancia del uniforme”.

Como le interesaban más las cifras que las armas, Gröning ocupó un puesto administrativo nada más entrar en las SS y en 1942 fue destinado a Auschwitz, en la Polonia ocupada, para recoger los billetes de los deportados y enviarlos a Berlín.

Luego de la guerra rehízo su vida y se mantuvo en silencio. Hasta que en 1985 un amigo le mostró un libro que negaba el Holocausto y entonces estalló en indignación. Se lo devolvió con un comentario escueto: “Estaba allí, todo es verdad”. Luego escribió una memoria de 87 páginas para sus familiares y en 2003 declaró en un documental de la BBC y en la prensa alemana.

A partir de ahí resurgió su pasado. El hombre comenzó a relatar cómo era su trabajo, que consistía en evitar los robos de los equipajes de los deportados.

Ayer describió la vida cotidiana en el campo de concentración y se esforzó por marcar la diferencia entre su trabajo y el de los guardias directamente implicados en el exterminio, asegurando que su tarea consistía principalmente en “evitar los robos” de los equipajes de los deportados.

“Vi prácticamente todas las divisas del mundo”, contó alguna vez, pues le tocaba separar las dracmas de los zlotys, florines o liras. “Había mucha corrupción y tenía la impresión de que existía un mercado negro” en el interior del campo, que se centraba en los “relojes de oro” de los recién llegados, contó ayer ante el tribunal. El juicio se retoma hoy.

El hombre se defendió diciendo que no tuvo “nada que ver” con el procedimiento de los asesinatos. Que pidió irse de Auschwitz después que una vez vio a un guardia matar a un bebé que lloraba, agarrándolo de los pies y estampándolo contra un vagón.

Tres semanas más tarde, patrullando en el campo oyó gritos de deportados “cada vez más y más fuertes y desesperados, antes de morir” en las cámaras de gas. “Conmocionado”, pidió que lo trasladaran. Pero esto no fue posible y luego de tres negativas se cansó de insistir y al final acabó aclimatándose.

Se lo acusa de haber “ayudado al régimen nazi a sacar rendimiento económico de los asesinatos en masa”, así como de haber asistido a la “selección” que separaba a los considerados aptos para el trabajo de aquellos que no lo eran.

Ayer aceptó su parte. “Para mí, no hay ninguna duda de que comparto una culpabilidad moral. Pido perdón”, dijo en la sala de eventos donde fue la audiencia, ante la afluencia de público.

“En cuanto a la cuestión de la responsabilidad penal, les corresponde a ustedes decidir”, agregó. Gröning se expone a una pena de entre 3 y 15 años de cárcel por complicidad en 300.000 “homicidios agravados”.

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