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El dilema de José Ignacio: entre la tradición y el progreso

En la antesala de una temporada que llega con impulso, veraneantes y habitantes del pueblo aguardan con cautela
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28 de diciembre de 2017 a las 18:45
Desde José Ignacio

José Ignacio es una adolescente. Por momentos tímida, por momentos salvaje. No quiere crecer. O, al menos, no hacerlo más de lo necesario. Sabe, necesita, mantener su frescura; ese carácter que oscila entre la sutileza y la exhuberancia, esa personalidad inclasificable que mezcla en un mismo cuerpo el sosiego y los vientos que, en algún momento, se volverán huracanados.

La personalidad de José Ignacio no es accesible para cualquiera. La entienden bien aquellos que han pasado algún que otro invierno entre sus silencios abrumadores, el frío tan húmedo como imbatible, y el océano rabioso que la única certeza que da es que existe el infinito. Tal vez también la comprendan los que saben que hace poco más de tres décadas hasta allí llegaba el aguatero; o los que la respetan sin importar que el terreno con la vista más vanidosa del pueblo esté valuado en US$ 12 millones; o los que no se deslumbran por cruzarse con un príncipe europeo o la celebridad argentina de turno en una camioneta con vidrios tan polarizados como los de sus lentes; o los que se niegan a perder la batalla contra los carteles luminosos o los espónsores que llegan con toda su parafernalia por los 20, 30, 40 días del verano.

Es diciembre y en José Ignacio muchos de los habitantes y veraneantes habituales esperan con cautela una temporada que viene con vaticinios que repiten, una y otra vez, la palabra récord. Mientras, ven cómo las opciones gastronómicas crecen de manera exponencial y aumenta, también, la oferta de posadas y pequeños hoteles. Los más involucrados en la preservación del pueblo dicen que frenar el progreso es difícil. No obstante hacen lo imposible por mantener las tradiciones de un lugar que, más allá de aparecer en las publicaciones más sofisticadas del mundo, se niega a perder esa rebeldía adolescente.


En José Ignacio viven, de forma permanente, 70 personas. Entre ellas están el farero y el comisario. Solo quedan cuatro o cinco familias autóctonas de la zona. Después hay residentes europeos, argentinos y brasileños.

Hoy

Por la ruta 10, segundos antes de agarrar la rotonda que lleva a José Ignacio, se ve a la izquierda el primer indicio del cambio que viene al galope. Allí está el nuevo local de Devoto Express blanco, reluciente, recién pintado con un cartel verde flúo y luminoso. Las grandes superficies (aunque sea en su formato más reducido) llegan a José Ignacio y eso es toda una novedad.

En José Ignacio no hay un papel firmado ni sellado, pero sí se sabe que hay un pacto muy claro sobre qué se puede y qué no en términos de locales comerciales. La liga del pueblo trabaja –con ímpetu y convicción– desde hace décadas por conservar esa estética, ese espíritu bastante único en la costa uruguaya. En José Ignacio no se pueden poner banderas ni carteles luminosos. Nada puede ser demasiado ostentoso, llamativo. Lisa y llanamente: no se puede gritar a los cuatro vientos que allí hay un nuevo restaurante y que se puede pagar con tal o cual tarjeta. La sutileza ante todo.

Diego Machado es el secretario de la Comisión Directiva de la Liga de José Ignacio. Tiene 35 años. Nació allí. En la década de 1930 su abuelo era uno de los encargados de trasladar a la gente al pueblo en carretas. Su padre trabajó años como pescador. En 1991 abrieron el restaurante Popei en la esquina de Las Garzas y Los Tordos.

Machado dice que la cantidad de espacios vinculados a la gastronomía que abrieron para esta temporada es mayor a lo habitual. Dentro de lo que se conoce como el casco de José Ignacio (comprendido desde la zona de casas Santa María de los Médanos, en la entrada, hasta la punta del pueblo) él cuenta nueve. Algunas de las novedades, por ejemplo, se encuentran en el Paseo Renner (La Hamburguesería, Atlántico, Orientales La Patria y La Birra -OPB-, Konno Pizza, Facal, entre otros); también está La Excusa, el espacio cultural y gastronómico del locatario Joaquín Ruibal; Aguas Blancas, el emprendimiento del exrugbista argentino Agustín Pichot; Il Faro de pizzas napolitanas; el local de chivitos de La Barra Rex.

Fiona Pittaluga está sentada en el medio de una alameda rabiosa y verde. A pocos metros está la casa del restaurante Bajo el Alma, el lugar que funcionó como su primer trabajo cuando tenía 17 años. Ahora tiene 30 y es responsable de la productora de eventos El Faro y de la organización del encantador Festival de Cine de José Ignacio, que ya va por su octava edición. Sobre los récords, las visitas y las nuevas aperturas responde de forma tajante: "Tal vez esta temporada puede destruir José Ignacio. No creo que mejore con las propuestas nuevas". Y continúa: "Está bueno que haya propuestas para comer al paso y que no te tengas que sentar en un restaurante. Pero hay que tener cuidado. José Ignacio es lo que es gracias a que mucha gente peleó y trabajó para que se mantenga así. Entonces, cuando alguien viene a poner su emprendimiento y en lugar de adaptarse a las reglas quiere imponerse y destruir lo que se trabaja desde hace tiempo, es un poco raro".

Machado entiende que el rubro gastronómico es el que más funciona en José Ignacio. Para él los nuevos restaurantes hacen que en Popei se esfuerce más para competir. Pero entiende que la alarma tenga que ver con los cambios. "Para la Liga el desafío es que esos nuevos emprendedores se acoplen a los acuerdos que hay. Porque hay que entender que si dejamos libre todo el asunto de la cartelería nos transformamos en La Barra. No queremos ser La Barra ni Punta del Este", asegura Machado.

La dificultad es que esos acuerdos no son una normativa, y por ende los integrantes de la Liga, de tanto en tanto, se encuentran con empresarios que no entienden de pactos de buenas costumbres. Para Machado, 2018 va a ser un año clave para que esos acuerdos que nunca nadie firmó pero –a grandes rasgos– se respetan, pasen a ser normas establecidas por la Intendencia. Al igual que está regulado que las construcciones no superen los siete metros de altura y que no se puedan abrir locales bailables.

1.100 cubiertos sirvió el parador La Huella el martes 27. Hasta el 10 de enero el restaurante –valorado como uno de los mejores de América Latina– trabaja de manera incansable.

El suelo

Joaquín Ruibal, responsable de la inmobiliaria Ignacio Ruibal Propiedades -que lleva el nombre de su padre-, tiene poco tiempo por estos días. Manda un mensaje de WhatsApp apurado explicando que tiene que entregar una veintena de casas. Si en 2016 los alquileres se concretaron sobre el segundo semestre del año, en 2017 sobre junio el sector inmobiliario del pueblo ya estaba en pleno movimiento.

El motivo principal: Argentina y sus buenos pronósticos. Después se sumó la temporada de huracanes en el hemisferio norte que ayuda a que norteamericanos y europeos recalen en el Sur. Y como novedad también está el arribo de brasileños. Si antes eran cinco las familias que elegían José Ignacio, hoy llegan a ser 15 las que alquilaron una casa a través de Ignacio Ruibal Propiedades. Ruibal cuenta que, por ejemplo, el precio de los alquileres aumentó 10% esta temporada.

José Ignacio crece de manera sostenida desde hace 15 años. Los argentinos y su crisis de 2001 hicieron que el pueblo se sobrevaluara logrando que un terreno pelado valga cifras exorbitantes como U$S 850.000. Según Machado, esos precios delirantes generaron un filtro e hicieron que muchos eligieran edificar sus casas en La Juanita o Arenas de José Ignacio. También, claro, eso hizo que buena parte de las familias que eran de allí aprovecharan y vendieran sus predios.

El dinero, a veces, puede hacer destrozos. Los integrantes de la liga saben que hay varios ejemplos de empresarios o edificaciones que están por fuera de la normativa. El monstruoso edificio de Bahía Vik, tal vez, sea el ejemplo más evidente.

Mañana

Ruibal asegura que el crecimiento es gestionable. Machado dice que José Ignacio está perdiendo la tradición. Pittaluga observa los cambios con cautela. La liga del pueblo es, en muchos casos, la imagen de la salvación. Machado apuesta a que la nueva generación de integrantes de la Liga genere un diálogo más fluido con la Intendencia de Maldonado para así lograr preservar lo único, lo distinto, lo mágico. Entre los proyectos a largo plazo está el más ambicioso de todos: hacer que el pueblo sea peatonal y que los 2.500 autos que ingresan en los días pico de temporada se queden afuera.

Mientras tanto hay que esperar, disfrutar y respetar. O, al menos, a eso apelan los que entienden como nadie el valor que tienen esas pocas manzanas instaladas en una de las zonas más extraordinarias que la naturaleza le regaló a Uruguay.

#Precios

Almacén El Palmar
$ 70
Sale la típica baguette. El croissant $ 90 y el pain au chocolat $ 120.

Facal
$ 180
Es el precio del cucurucho o vasito de dos gustos. Entre los sabores menos evidentes y más sabrosos están el de cerveza artesanal y el de café. Hay churros en distintas versiones; elsandwichurro, por ejemplo, cuesta $ 130.

La Excusa
$ 250
Vale el vaso de cerveza tirada artesanal. Se puede acompañar con una pizza para dos personas que cuesta $ 450.

Atlántico
$ 350
Cuesta el poke bowl hawaiano. Hay de salmón, camarones, pescado blanco y vegetariano.

La Hamburguesería
$ 490
Es el precio del sándwich de carpaccio trufado con verdes orgánicos y pan ciabatta. Las hamburguesas con mezcla secreta de la casa cuestan $ 450 y la más guerrera se llama Del Pepe. Todo viene con papas y refresco.

Posada Paradiso
$ 580
Sale la pesca del día con guarnición en lo de Clo Dimet, que ahora tiene parrilla suculenta y variada.

Mostrador Santa Teresita
$ 850
Es el precio de los platos nocturnos del mostrador. Hay opciones como unos tagliatelli con langostinos, hinojo y tomate o un arroz con pulpo, panceta, arevejas y alioli. Los platos pequeños cuestan $ 300 y los postres $ 350.

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