Robert Nozick

Estilo de vida > COLUMNA

El filósofo de las cuatro estaciones

Para Navidad me regalaron un libro del filósofo estadounidense Robert Nozick, donde en vez de hablar de sistemas políticos y modos de gobierno se centra en los hechos de la vida cotidiana
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08 de enero de 2014 a las 18:17

Leí por primera vez el nombre de Robert Nozick en un ejemplar de la revista Prisma que editaba la Universidad Católica. Allí había un artículo dedicado a este hombre que en 1974 había revolucionado las aguas del pensamiento filosófico político en Estado Unidos (y luego en el mundo) con un libro llamado Anarquía, estado y utopía.

Luego fui alumno de las clases de Filosofía política de Pablo Da Silveira, también en la Universidad Católica, y muchas veces, conjuntamente con la obra de John Rawls, aparecía Nozick y su argumento de por qué el Estado debía sacar parte de las ganancias al basquetbolista Wilt Chamberlain (ese fue el ejemplo que Nozick puso) cuando la gente paga de manera voluntaria por ir a verlo jugar.

Nozick se hizo famoso en el mundo académico por defender lo que se denominó como “anarco-capitalismo”.

De forma muy sintética, esta rama extrema del liberalismo es una ideología que tenía tanto de hippie como de capitalista, que proponía un Estado que interviniera de manera mínima en la vida de las personas, que de una u otra manera se organizarían para la vida en común. La expresión política de estas ideas se plasmó, en parte, durante las presidencias de Ronald Reagan en Estados Unidos y durante los años de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Varios años después, Nozick decidió rever un poco esos argumentos y en ciertos casos corrigió varios de sus puntos de vista, modificando algunas de sus posturas.

En 1989, Nozick decidió salirse del trillo teórico y escribir un libro que, si bien mantiene la esencia de la reflexión filosófica, ahonda de otra manera en los problemas cotidianos de cualquier ser humano. El libro se llamó The examined life (algo así como La vida interrogada), aunque la editorial española Gedisa lo tradujo como Meditaciones sobre la vida.

Allí, Nozick realiza un acercamiento tentativo a manera de retrato o boceto sobre aspectos propios del diario vivir.

En artículos cortos analiza desde un lenguaje llano y nada pomposo temas tan hondos como la muerte, el amor filial, la familia, el sexo, el sentido y el valor de las emociones, la fe religiosa y sus dobleces, sobre comer y respirar, sobre la creatividad artística, sobre si la felicidad es el último fin, sobre la matriz de la realidad y sobre el zigzag de la política, sobre la extraña traducción del mundo al lenguaje, entre otras cuestiones. Es un Nozick con más preguntas y dudas que certezas, a pesar de las interesantes conclusiones a las que llega.

Recibí como regalo navideño un ejemplar de Meditaciones sobre la vida.

Y si bien es un libro perfecto para leer en la playa, recostado en la reposera, viendo cómo las olas hacen su curva húmeda y caen sobre sí mismas, en una perfección natural que hace escapar la mirada de la página.

Es un libro para la reflexión de la reposera, para la idea que queda flotando entre el cráneo y el pelo mojado de agua salada.

Pero por supuesto que también es un libro para el resto del año. Es un filósofo de las cuatro estaciones.

La profundidad que Nozick logra en pocas páginas es admirable. Se baja del caballo del filósofo académico y le habla al lector con una complicidad que le da cercanía a la lectura. Es un hombre en un momento concreto de su vida profesional y reflexiva, que confiesa visiones sobre muchos temas. Habla de su familia, de la vejez de su padre, de sus perspectivas para envejecer.

No sabía que poco más de una década después, en 2002, moriría a los 63 años por culpa de un cáncer de estómago.

Pero con la lectura de este libro aquí se puede hacer un viaje en el tiempo y volver a conversar y escuchar a un Nozick que todavía nos habla desde su cápsula de tiempo con una claridad intactae

Cuadro de texto: L

Leí por primera vez el nombre de Robert Nozick en un ejemplar de la revista Prisma que editaba la Universidad Católica. Allí había un artículo dedicado a este hombre que en 1974 había revolucionado las aguas del pensamiento filosófico político en Estado Unidos (y luego en el mundo) con un libro llamado Anarquía, estado y utopía.

Luego fui alumno de las clases de Filosofía política de Pablo Da Silveira, también en la Universidad Católica, y muchas veces, conjuntamente con la obra de John Rawls, aparecía Nozick y su argumento de por qué el Estado debía sacar parte de las ganancias al basquetbolista Wilt Chamberlain (ese fue el ejemplo que Nozick puso) cuando la gente paga de manera voluntaria por ir a verlo jugar.

Nozick se hizo famoso en el mundo académico por defender lo que se denominó como “anarco-capitalismo”.

De forma muy sintética, esta rama extrema del liberalismo es una ideología que tenía tanto de hippie como de capitalista, que proponía un Estado que interviniera de manera mínima en la vida de las personas, que de una u otra manera se organizarían para la vida en común. La expresión política de estas ideas se plasmó, en parte, durante las presidencias de Ronald Reagan en Estados Unidos y durante los años de Margaret Thatcher en el Reino Unido. Varios años después, Nozick decidió rever un poco esos argumentos y en ciertos casos corrigió varios de sus puntos de vista, modificando algunas de sus posturas.

En 1989, Nozick decidió salirse del trillo teórico y escribir un libro que, si bien mantiene la esencia de la reflexión filosófica, ahonda de otra manera en los problemas cotidianos de cualquier ser humano. El libro se llamó The examined life (algo así como La vida interrogada), aunque la editorial española Gedisa lo tradujo como Meditaciones sobre la vida.

Allí, Nozick realiza un acercamiento tentativo a manera de retrato o boceto sobre aspectos propios del diario vivir.

En artículos cortos analiza desde un lenguaje llano y nada pomposo temas tan hondos como la muerte, el amor filial, la familia, el sexo, el sentido y el valor de las emociones, la fe religiosa y sus dobleces, sobre comer y respirar, sobre la creatividad artística, sobre si la felicidad es el último fin, sobre la matriz de la realidad y sobre el zigzag de la política, sobre la extraña traducción del mundo al lenguaje, entre otras cuestiones. Es un Nozick con más preguntas y dudas que certezas, a pesar de las interesantes conclusiones a las que llega.

Recibí como regalo navideño un ejemplar de Meditaciones sobre la vida.

Y si bien es un libro perfecto para leer en la playa, recostado en la reposera, viendo cómo las olas hacen su curva húmeda y caen sobre sí mismas, en una perfección natural que hace escapar la mirada de la página.

Es un libro para la reflexión de la reposera, para la idea que queda flotando entre el cráneo y el pelo mojado de agua salada.

Pero por supuesto que también es un libro para el resto del año. Es un filósofo de las cuatro estaciones.

La profundidad que Nozick logra en pocas páginas es admirable. Se baja del caballo del filósofo académico y le habla al lector con una complicidad que le da cercanía a la lectura. Es un hombre en un momento concreto de su vida profesional y reflexiva, que confiesa visiones sobre muchos temas. Habla de su familia, de la vejez de su padre, de sus perspectivas para envejecer.

No sabía que poco más de una década después, en 2002, moriría a los 63 años por culpa de un cáncer de estómago.

Pero con la lectura de este libro aquí se puede hacer un viaje en el tiempo y volver a conversar y escuchar a un Nozick que todavía nos habla desde su cápsula de tiempo con una claridad intacta

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