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El infierno tropical de Leonardo Padura

La transparencia del tiempo es una novela policial sólida que destaca por denunciar sin eufemismos los problemas de la isla
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05 de mayo de 2018 a las 05:00
Como su personaje más famoso, el teniente de policía devenido en detective privado Mario Conde, Leonardo Padura se mueve siempre sobre esa delgada línea roja que separa el éxito del fracaso, el premio del castigo. Con el tiempo se ha erigido como una de las voces más importantes en reclamar cambios para Cuba, pero, al mismo tiempo, defiende la revolución porque cree que en última instancia valió la pena.

Esa ambivalencia aparece siempre en sus novelas, donde los ideales y los sueños se dan de bruces con una realidad oscura cada día más difícil de obviar. En este sentido, La transparencia del tiempo no es la excepción, sino que es un redoblar la apuesta, ya que el autor presenta un fresco terrible y sin eufemismos de la actual situación cubana.

Quizá porque intuyó que esta vez el palo era muy directo y el castigo al régimen demasiado sostenido, Padura intercala una especie de novela histórica secundaria dentro de su aventura policial, lo que aliviana los golpes pero le juega en contra a la novela, que de manera obligada, por tratarse de una trama medieval, debe cambiar completamente de tono y de contexto.

La excusa para la mixtura de géneros viene dada por la trama misma, ya que un excompañero de estudios de Conde vuelve del pasado para pedirle que lo ayude a recuperar una virgen negra tallada en madera que le fue robada. La historia de esa reliquia muy valiosa y de los catalanes que la llevaron del Pirineo a La Habana desafiando mil penurias funciona como una aventura algo cándida que no logra atrapar al lector, que solo espera el capítulo siguiente para volver al presente y a Mario Conde.

Y es que interesan mucho más los desvelos de este hombre a punto de cumplir 60 años, desengañado pero resignado a seguir peleando cada día por un mundo mejor, que la guerra civil española, de la que también se habla. Un hombre que ante un mendigo descalzo al que quiere regalarle un par de zapatos que le sobran, expresa: "Y empecé a culparme por no haber hecho lo que tenía que hacer: darle los zapatos que yo llevaba puestos cuando me lo encontré en la calle. Por haber pretendido darle lo que a mí me sobraba y no lo que tenía, que era lo que debía haber hecho si yo no fuera tan mezquino y cabrón".

Con una prosa que se luce por dinámica y colorida, Padura teje una historia que lleva a Conde por el inframundo cubano, una realidad que lo sorprende hasta a él cuando la ve de primera mano. La descripción de los asentamientos que a base de madera y cartón se extienden por la corona periférica de La Habana resulta notable y conmovedora. Allí viven seres que bordean la delincuencia para sobrevivir y que habitan en un mundo al que la policía prefiere no acercarse. Personas venidas de cualquier parte de la isla que son expulsados de los terrenos pero que vuelven siempre con renovados bríos para reclamar su lugar en el mundo.

Padura reafirma la idea de que en Cuba están cada día más marcadas las diferencias sociales, cuando Conde va a cenar a un lujoso restaurante, donde descubre a una fauna cubana que tiene mucho dinero. Jóvenes que son un misterio para el detective, que no entiende de donde sale la plata o ese glamur que huele a Miami.

El caso policial en sí mismo no es memorable, pero tiene la virtud de llevar a Conde por sendas aún inexploradas que le permiten confrontarse con sus propios demonios interiores. Hay, sobre todo, un sutil tratamiento de los prejuicios personales que se ve en la lucha interior que tiene Conde para aceptar que su antiguo amigo del colegio ahora es un homosexual orgulloso o que uno de sus mejores compinches está pensando en la manera de abandonar la isla, tema que desvela al detective y lo lleva a reflexionar con honestidad sobre el tema.

Leonardo Padura, una vez más, es testigo y relator de una realidad muy compleja. La transparencia del tiempo, con sus errores y aciertos, es un intento más de entenderla.

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