El niño en la Casa Blanca

Trump ha escandalizado y reescrito el término presidencial: ¿pero por cuánto tiempo?
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19 de enero de 2018 a las 19:00
El enésimo cruce con un miembro de su staff, esta semana, fue representativo del primer año de Donald Trump en la Casa Blanca: John Kelly, entrevistado sobre el proyecto de muro en la frontera con México, explicaba cómo habían "evolucionado" algunas ideas del presidente entre la campaña y la llegada al poder.

Horas después, cuándo no desde su cuenta de Twitter, Trump contestaba a su asesor más cercano: "El muro es el muro, nunca ha cambiado ni evolucionado desde el primer día que lo concebí".

La narrativa la han esbozado muchos de los que están alrededor de Trump: más allá de sus grandes ideas (el muro, fortalecer al ejército, derogar el Obamacare, bajar impuestos, derrumbar acuerdos comerciales), el presidente es maleable y carece de ideología.

Donald Trump
Donald Trump. Mandel NGAN / AFP
Donald Trump. Mandel NGAN / AFP

De ahí la guerra entre sus más cercanos, que han tratado de darle un rumbo al gobierno.

Se vio en los primeros 100 días: de un lado los más "globalistas" y moderados, como su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner; del otro los duros, encabezados por el exasesor Steve Bannon, que no llegó al año en la Casa Blanca.

A todos les ha dado más o menos corte en este tiempo, y de ahí el vaivén que ha sido su presidencia: de rechazar el plan para los dreamers a negociar con los demócratas, de elogiar a los supremacistas blancos a condenarlos, de tratar a Haití y los países africanos de "países de mierda" a negarlo.

Bannon fue el filo racista que imaginaba una presidencia fundacional que barriera con cualquier atisbo progresista en la Casa Blanca.

Pero ahora Trump ha logrado movilizar a los votantes demócratas e independientes, unidos por el espanto al presidente. Kelly, hoy, es el militar que impone disciplina, sin mucha ideología, que busca dar orden a una presidencia que, durante muchos momentos careció de cualquier forma, al extremo de la caricatura: con Trump quejándose de las filtraciones mientras todos, incluido su yerno y su mano derecha, filtraban a los supuestos enemigos periodistas informaciones que los dejaban mejor parados.

Pero hasta el inflexible Kelly fue desautorizado por Trump. Antes fue su secretario de Justicia, Jeff Sessions o el de Estado, Rex Tillerson.

A Trump no le gusta demasiado leer, y por ende, tampoco ir a fondo en muchos temas. El ejemplo más obvio es que se negó a leer los informes de inteligencia que llegaban diariamente a otros presidentes.

En cambio, prefiere guiarse por su instinto. Y por la TV: mira más de cuatro horas por día, según ha mostrado el propio presidente con sus comentarios en Twitter.

Su falta de vocabulario –es el que tiene el más pobre de los últimos 15 presidentes, acorde al de un niño de 10 años, según un estudio del sitio factba.se–, se refleja en sus discursos y en la profundidad de las ideas que exresa.

En última instancia, es coherente con lo que subraya el escandaloso libro del periodista Michael Wolff, Fire and Fury In The White House: Trump no tenía interés en ser presidente, sino que ganaba perdiendo: iba a ser "el hombre más famoso del mundo", impulsaría sus negocios y, encima, tendría pie para denunciar un fraude y armar un buen escándalo durante mucho tiempo.

Casa Blanca
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Pero Trump ganó, contra todos los pronósticos. Y desde ahí, todos tratan de moldear al niño de la Casa Blanca. Sin embargo, el millonario parece tener una sola lealtad, además de su familia: la base de sus votantes.

Ese hombre blanco, de las ciudades abandonadas por la globalización de la economía, que aplauden gran parte sus declaraciones y medidas, especialmente las tildadas de políticamente incorrectas.

La narrativa la han esbozado muchos de los que están alrededor de Trump: más allá de sus grandes ideas (el muro, fortalecer al ejército, derogar el Obamacare, bajar impuestos, derrumbar acuerdos comerciales), el presidente es maleable y carece de ideología. El resto –las de un liberalismo económico marcado, como la reforma tributaria o las grandes desregulaciones– solo vienen en un segundo plano. Pocos políticos se han mostrado tan cómodos en tener apenas un 35% de aprobación: de momento, es todo lo que necesita.

Y por ahí pasa una de las claves del futuro de su presidencia: ese votante, minoritario pero movilizado, fue el que le dio la victoria mientras buena parte de los votantes que llevaron a Obama la Casa Blanca le daban la espalda a la insípida Hillary.

Pero ahora Trump ha logrado movilizar a los votantes demócratas e independientes, unidos por el espanto al presidente.

Así, de cara a las elecciones de medio período –donde se renuevan la mitad de las bancas– las encuestas calculan que los demócratas pueden recuperar más de 30 escaños, lo que les daría la mayoría en ambas cámaras y pondría la presidencia de Trump patas para arriba.

Con mayoría parlamentaria, los republicanos han dado muestra de sus divisiones internas y han consensuado muy pocas leyes. Sin esa mayoría, el caos sería inconmensurable.

Es que detrás de un discurso de unidad republicana, y hasta del esfuerzo por no contradecir a Trump aún sus exabruptos más groseros, las grietas internas se ven.

A Trump no le gusta demasiado leer, y por ende, tampoco ir a fondo en muchos temas. El ejemplo más obvio es que se negó a leer los informes de inteligencia que llegaban diariamente a otros presidentes.Varios candidatos del "establishment" republicano han anunciado que no buscarán la reelección, entre el miedo a la derrota y la dificultad de seguir aceptando al presidente.

Es es la gran prueba de este año. El mundo se acostumbró al estilo explosivo de Trump y a esa sensación ambigua de que no habría que tomarlo muy en serio, aunque por otro lado tiene el botón nuclear en su poder y lidera el país más poderoso del mundo.

Ha reescrito lo que significa "presidencial": el tema es por cuánto tiempo.

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